Shabat

 

 

“Recuerda el día de Shabat para santificarlo” (20:8).

 

 

El Pueblo de Israel viajaba por el desierto. Cuando Hashem vio que descuidaban su estudio de Torá, los sometió a una prueba. El agua que llevaban se secó, sus vasijas se vaciaron y el agua potable se hizo más escasa. Había cientos de miles de personas, incluyendo mujeres y niños pequeños, y el agua escaseaba tanto que la sed era extrema. Después de tres días de viaje llegaron a un lugar llamado Mará, donde había un manantial en el cual, pensaron, podrían extinguir su sed. Pero al probarla encontraron que no era potable. Hashem había convertido sus aguas en amargas. La severidad de la prueba desafiaba la fe del pueblo; sin embargo, la nación se mantuvo firme. No obstante, el éreb rab (los egipcios que habían salido con ellos) comenzó una rebelión contra Moshé. Si se hubiesen dado cuenta del motivo por el cual Hashem había escaseado el suministro del vital líquido, el problema hubiese terminado, pero en lugar de eso se enfrascaron en el escándalo. A pesar de que su solicitud de agua estaba justificada, ellos fueron condenados por su falta de estudio de la Torá. Esto influyó negativamente en su carácter. Los profetas, por consiguiente, instituyeron que la Torá debería ser leída públicamente en el Bet HaKenéset todos los lunes y los jueves, de forma tal que ningún judío estuviera más de tres días sin escuchar palabras de Torá. Moshé clamó a Hashem y Él le mostró una clase de madera amarga que, al arrojarla dentro del agua, la convertía en potable. El pueblo acampó en Mará. Mientras tanto, Hashem enseñó a Moshé diez mitzvot, las cuales tendría que transmitir a los Hijos de Israel. Siete de ellas eran las Siete mitzvot de Noaj y, además, las mitzvot de Shabat, honrar a los padres y algunas leyes civiles. Un mes después acamparon en Elim, un lugar donde había doce manantiales de agua y setenta datileras, bajo las cuales los ancianos estudiaron con el pueblo las mitzvot que habían recibido en Mará.

 

Después de cincuenta días de preparación, se recuperaron de la debilidad espiritual que había provocado el ataque de Amalek. Estaban listos para recibir la Torá en el Monte Sinaí y conseguir así el calificativo de “Pueblo Elegido”.

 

Llegó el día. El monte estaba cercado. Ninguna persona, además de Moshé, podía acceder a él. El estruendo de los truenos y los relámpagos era fenomenal. La voz del Shofar hacía temblar la tierra; el fuego se elevó hasta los Cielos y la montaña humeó como una caldera. El pueblo tembló de miedo. Una espesa nube envolvió a la montaña. Hashem inclinó los Cielos hasta que ellos alcanzaron el monte, y su Trono Celestial descendió sobre la montaña. Entonces se escucharon los Diez Mandamientos, uno de los cuales se refiere al cuidado del día de Shabat…

 

Un rey tenía en su corte un ministro a quien quería tanto que le otorgó facultades para que hiciera lo que quisiera. Además, este hombre contaba con la simpatía de todos los comerciantes de la comarca y todos querían hacer negocios con él. Era tan rico que poseía su propio palacio. Era de esperarse que su gran éxito despertara la envidia de los demás ministros, quienes buscaban desacreditarlo, por lo que seguido era acusado de delitos injustificados. Cada vez que era llamado a comparecer en algún juicio, tenía al mejor abogado: nada más ni nada menos que el hijo del rey, su alumno más cercano. Él siempre llegaba al juzgado a defenderlo y a hablar bien de él.

 

Cierta vez el ministro se enojó con el hijo del rey. Lo insultó y le pegó duramente, y de ahí en adelante el joven se convirtió en su enemigo más acérrimo. Un día llevaron al ministro a juicio y grande fue su decepcionante sorpresa al ver que el fiscal acusador era quien antes había sido su fiel abogado, el hijo del rey…

 

““¡Qué va a ser de mí!”, se lamentaba el ministro. “Antes, él era el único que me defendía en los juicios. ¡Y ahora, no sólo no estará de mi lado, sino que me acusará y me condenará...!”. Se le acercó un hombre sabio y le dio un consejo: “¿Qué ganas con llorar? Lo único que te queda es pedir perdón al hijo del rey y reconciliarte con él. Verás que después de esto será tu amigo como antes, y te defenderá en el juicio”.

 

Hashem escogió a Am Israel como Su pueblo y lo engrandeció y lo enalteció por encima de todas las naciones del mundo. Le dio todas las llaves de Su Creación: las lluvias llegan por el mérito de Am Israel y todo lo que pasa (bueno o lo contrario) es por lo que se merece Am Israel. Y como muestra del amor que Hashem tiene a Su pueblo, le concedió el día Shabat, que es como su “hijo predilecto”. Hashem consideró a Am Israel digno para confiarle su cuidado.

 

Pero si el yehudí “se pelea” con Shabat y no lo cuida, pierde a su más grande defensor. Y no sólo eso, sino que Shabat pasa a ser su fiscal, y además lo acusará delante de Hashem por descuidarlo y despreciarlo...

 

¿Cómo podrá defenderse aquel yehudí que no cuida Shabat delante de Hashem, si está menospreciando a Su “Hijo Predilecto”? La solución es “hacer las paces” con el día de Shabat; respetarlo de acuerdo con lo que la Halajá indica; dejar de lado en ese día todas las actividades mundanas y dedicarse a las actividades espirituales; y hacer del Shabat una señal entre Hashem y entre Am Israel. De esa manera, cada vez que la persona tropiece y sea sometida a juicio por algo que hizo, aunque quizás merezca ser castigada vendrá Shabat y la defenderá delante de Hashem. Porque la mitzvá de Shabat equivale a todas las mitzvot de la Torá. Por cuidar un día a la semana, salvará todos los días de su vida...[1]©Musarito semanal

 

“La persona que cuida Shabat crea ángeles que la protegen durante los días de la semana.”[2]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Extraído de Yorú Mishpateja LeYaacob 38; Hameir LeDavid, Perashá Ki Tisá.

 

[2] Séfer HaJasidim.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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