Gratitud

 

“Y dijo entonces Hashem a Moshé: ‘Di a Aharón lo siguiente: Toma ahora tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto… sobre sus arroyos… y serán sangre’” (7:19).

 

 

Las plagas comenzaron en Egipto. Después de advertir al Faraón lo que iba a ocurrir, Aharón siguió las instrucciones de Moshé y agitó su bastón sobre el Nilo, los canales y los pozos. Las aguas se convirtieron en sangre. Los peces murieron y produjo una gran e insoportable pestilencia. A esta plaga siguieron la de las ranas, que cubrieron toda la superficie de Egipto; la del polvo de la tierra, que se transformó en piojos que cubrían a hombres y animales; luego, animales salvajes invadieron los hogares de los egipcios; una peste acabó con los rebaños de Egipto; en presencia del Faraón, Moshé arrojó ceniza hacia el Cielo y ésta se convirtió en polvo, lo cual ocasionó una epidemia en los egipcios y sus animales, en cuya piel surgieron dolorosos abscesos.

 

De las diez plagas que Hashem envió sobre Egipto, siete se realizaron por intermedio de Moshé. Las tres primeras: la de la sangre, la de las ranas y la de los piojos fueron realizadas por medio de Aharón. Moshé no participó en estas tres porque hacerlo hubiera infringido el principio de gratitud, por cuanto que el río protegió su vida cuando fue puesto sobre sus aguas, y de él se produjeron las plagas de sangre y ranas; el polvo de Egipto cubrió el cuerpo del egipcio que ejecutó Moshé para salvar la vida de uno de sus hermanos yehudim,[1] y de él surgió la plaga de los piojos que, pese a ser objetos inanimados y en realidad no ayudaron voluntariamente a Moshé, aun así él no quiso utilizarlos como instrumento de castigo.[2]

 

Cuando Rab Simjá Zissel regresaba a su casa del Bet HaKenéset los viernes por la noche, no acostumbraba entrar a ella de inmediato, sino que se detenía en la puerta y a través de la ventana miraba la mesa puesta y la comida que su mujer había preparado. Procedía de esta manera para sentirse agradecido por todo lo que ella hacía por él.[3]

 

Toda vez que se presentaba la ocasión, Rab Moshé Feinstein solía entrar a la cocina de la Yeshibá para agradecer a la cocinera por sus esfuerzos. Cierta vez, al finalizar una comida especial, una gran cantidad de personas acudieron a ver al Rab para solicitar su opinión Halájica en relación con algunos difíciles temas. El Rab se involucró tanto con sus preguntas que olvidó ir a agradecer a la cocinera. Al día siguiente, la cocinera de sorprendió cuando el Rab la llamó por teléfono para agradecerle por su bien hecho trabajo del día anterior.[4]

 

Rab Jaim Shmuelevitz, Rosh Yeshibat Mir, se encontraba en el último año de su vida, por lo que su salud estaba muy frágil. Fue a su departamento un conocido suyo, Rab Meír Kleiman, quien colaboraba con él en sus disertaciones del Bet HaMusar, para anunciarle el berit milá de su nieto. Todavía se encontraba en la puerta cuando la Rabanit le pidió que no invitara a Rab Jaim, pues su salud no le permitía semejante esfuerzo. Rab Meír comprendió y se retiró. A la mañana, cuando llegó al berit milá, se encontró con que Rab Jaim ya estaba presente. No entendía nada. Resulta que Rab Jaim escuchó la conversación desde su cuarto. Cuando preguntó a su esposa por qué había ido Rab Meír, ella le comentó del berit milá. Rab Jaim entonces insistió en ir. “¿Cómo puedo faltar a su momento de alegría, cuando cada vez que él dice Tehilim en público de manera tan hermosa siento una inspiración especial…?”.[5]

 

La cualidad de gratitud debe aplicarse aun con los objetos inanimados. Si una persona obtiene placer de un objeto, debería mostrar su gratitud no causándole ningún daño ni perjuicio, a pesar de que el mismo no pueda experimentar dolor. Como lo expresa el Talmud: No tires una piedra al pozo del cual bebiste.[6] Si esto resulta aplicable a los objetos inanimados, ¡con mayor razón debemos mostrar gratitud hacia la gente que ha hecho bondad con nosotros![7] Agradecer no es sólo decir “Gracias”, sino reconocer de todo corazón. La palabra en hebreo que se utiliza para “agradecer” es modé, la misma para “reconocer”. Esto nos enseña que, para saber agradecer, tenemos primero que reconocer el bien recibido. Por eso es tan importante para el Judaísmo saber reconocer, pues todo el que niega el bien recibido de su prójimo termina negando el bien que recibe del mismo Creador. Reconocer es tan esencial para un yehudí que nuestros Jajamim establecieron que, al despertar, lo primero que debe hacer la persona es pronunciar la oración de Modé Aní Lefaneja.

 

Una vez Rab Eliézer Menajem man Shaj llamó a uno de sus parientes y le preguntó: “¿Estudias tú en la Yeshibat Najalat Yaacob?”. La otra persona asintió. “Entonces debes conocer al joven fulano de tal.” “Sí, sé quién es”, respondió la persona. Entonces Rab Shaj dijo: “Quiero que consigas a ese joven un buen compañero de estudios. Además, te ruego que vengas conmigo cada Rosh Jódesh para darte una suma de dinero que entregarás a quienes le enseñan. Por favor, encárgate de que el joven adelante en sus estudios. No escatimes recursos hasta que lo consigas”.

 

A partir de ese día, el familiar de Rab Shaj se ocupó de conseguir al joven un excelente compañero de estudios. Habló con uno de los mejores abrejim de la Yeshibá y le pidió que estudiase con aquel joven. Cada mes recibió una retribución especial, que se entregaba puntualmente al abrej. En una ocasión, el pariente no pudo entrar a casa del Rab para recibir la mensualidad, en virtud de que Rab Shaj estaba muy ocupado. Al día siguiente, el Rab lo mandó llamar y le ofreció disculpas; él no quería que pasara un Rosh Jódesh sin que el abrej recibiese el dinero. El pariente, que hasta ese momento no se había atrevido a hablar del tema con el Rab, encontró el momento adecuado para salir de dudas y le preguntó por qué tenía tanto interés en que aquel joven recibiera una atención tan especial por parte del Gadol Hador.

 

El Rab le respondió: “Cuando yo era joven, tenía una sola camisa. Cada semana la lavaba, escondido en un rincón, y esperaba temblando de frío hasta que se secaba con el helado viento. De tanto usarla, la camisa tenía ya un enorme agujero en la parte de la espalda. Todos los días yo trataba de ser el primero en llegar al Bet HaMidrash para estudiar, de esa manera, podía sentarme y el respaldo de la banca cubría el agujero de mi camisa, de modo que nadie se percataba de ello”.

 

“De alguna manera, una señora de la comunidad se enteró de mi carencia, ¡y me envió de regalo dos camisas! Desde ese momento pude estudiar mejor: podía pararme en cualquier momento a consultar los libros que necesitaba (antes no podía hacerlo, por vergüenza), pues mientras una camisa estaba secándose, podía yo usar la segunda…”. Después de una pausa, Rab Shaj concluyó su relato: “¿Sabes? Ese joven es el nieto de aquella señora…”.[8]

 

Rab Shaj tenía arraigada profundamente la cualidad de hacarat hatob (“reconocer y agradecer el bien”). Tan es así, que no sólo agradecía a quienes le hicieron un bien, sino también a los nietos de sus benefactores… ©Musarito semanal

 

”El Pueblo de Israel recibió el nombre de ‘yehudí’ para enseñar al mundo que la esencia del Judaísmo es saber agradecer a quien nos favorece, sin sentir que se nos merecemos las cosas.”[9]

 

 

 

 

 

 

[1] Shemot 2:12.

 

[2] Gur Aryé.

 

[3] Tenuat Hamusar, vol. 2, pág. 45; Ama a tu prójimo, pág. 152; Rab Zelig Pliskin.

 

[4] Relatado por el Rab Moshé Lazeruz; ídem.

 

[5] In the footsteps of the Maggid.

 

[6] Babá Kamá 92b.

 

[7] Rab Jaim Shmuelevitz .

 

[8] Hagadá Shel Pésaj, Kinián Torá 38; Hameir LeDavid.

 

[9] Shem Tob; Bereshit 29:35.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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