El Berit Milá

 

 

“En el octavo día, la carne de su prepucio será circuncidada…” (12:3).

 

Junto con las leyes de la mujer que da a luz, la Torá menciona la mitzvá del Berit Milá, (circuncidar a los varones cuando cumplen ocho días de su nacimiento).

 

Preguntan los Jajamim: “¿Por qué vienen juntas estas mitzvot?” y “¿Por qué no puede realizarse la milá antes de los ocho días?”.

 

Empecemos por la segunda pregunta: hay varias razones; una de ellas dice que debemos esperar hasta que el organismo del niño haya producido las suficientes defensas para soportar la operación (el promedio de los niños es de ocho días). Otro motivo que podemos mencionar es que el niño llevado por sus padres para practicarle la circuncisión, tal como lo dicta la Halajá, se considera como un korbán para Hashem. Por tanto, así como el sacrificio que se ofrecía en el Altar debía tener por lo menos ocho días de vida, para que el niño se encuentre en condiciones óptimas de santidad se requiere que haya pasado al menos un Shabat.

 

En una ocasión un rey organizó un gran banquete en honor de su gran amigo. El rey deseaba mostrarle lo hermoso que era su palacio. Cuando estaban a punto de comenzar el recorrido, el rey le comentó: “No es apropiado que te muestre las instalaciones antes de que conozcas a la reina. Podría describir todos los tesoros y las bellas obras de arte que hay dentro del palacio, pero hay algo que tendremos que ver personalmente para que aprecies su belleza. ¡Es tan sublime que sería imposible describirla!”.

 

De manera similar, el Todopoderoso decretó: “A fin de que el recién nacido tenga la santidad adecuada para ser sometido al Berit Milá, requiere del encuentro con la Reina Shabat”.

 

La respuesta a la primera pregunta es la siguiente:

 

Ser judío no es un accidente de nacimiento. La primera mitzvá en la cual se involucra al niño es la del Berit Milá. En la Torá hay seiscientas trece mitzvot, y una de ellas es la de la circuncisión. En el octavo día, el niño es llevado a que le practiquen la milá, pero aún le quedan otras 612 por cumplir. El valor numérico de la palabra berit es 612, para que este nuevo “recluta” de Am Israel recuerde que, además de la mitzvá del Berit Milá que porta permanentemente con él, tiene otras seiscientas doce por cumplir… Mientras el niño no tiene la edad suficiente para cumplir las mitzvot, sus padres tienen la obligación de prepararlo adecuadamente. Algunos padres dicen: “Cuando nuestro hijo crezca, tomará sus propias decisiones”. Esta es una idea terriblemente errónea. ¡Tú puedes tomar las decisiones que desees! Sea cual fuere, en el Gran Juicio tendrás que rendir cuentas por cada una de ellas. Pero sobre tus hijos, ¿quién te da permiso de decidir por ellos? Te fueron concedidos por Hashem para que los eduques y los hagas hombres de bien (según el criterio de Hashem y no el tuyo…). Debes enviarlos a escuelas donde se les muestre qué es lo que Hashem quiere de ellos. Cuando sean grandes, que ellos mismos decidan hacia dónde quieren ir… Pero mientras tanto, tú debes encaminarlos hacia allí. Este es el motivo por el cual vienen juntas las leyes de la mujer que da a luz y las del Berit Milá. Ambos padres están obligados a introducir a sus hijos al Pacto de Abraham Abinu; el hombre debe enseñarles Torá, y la madre, dado que en realidad es quien pasa la mayor parte del tiempo con los hijos, es quien introduce en el corazón del niño el amor por la Torá y las mitzvot.

 

Cuando Rab Jaim Berlin ejercía como Rab en Moscú, llegó un yehudí que pidió hablar en privado con él argumentando que necesitaba revelarle un secreto. Entraron a un cuarto y ahí le dijo: “Mi esposa acaba de dar a luz a un niño y quisiera invitarlo al Berit Milá”. El Rab exclamó: “¡Mazal Tob!”, y añadió: “Y, ¿cuál es el secreto?”. El hombre comenzó a relatar: “Sucede que yo vivo en un barrio donde viven solamente gentiles. Mi trabajo consiste en proveer todos los elementos de la religión de ellos, y si se enteran de que yo soy yehudí ya no querrán comprar mis productos y me quedaría sin parnasá; eso si salgo vivo de allí. Por eso le pido un consejo para que me diga cómo puedo hacer para circuncidar a mi hijo sin que nadie se dé cuenta”.

 

Por supuesto que, en una situación como ésta, no había ninguna posibilidad de hacer un Berit Milá con todos los detalles ceremoniales y con la perfección de casos normales. Por eso el Rab dijo: “Me ofrezco a ser el Sandak, y tú permanecerás a mi lado, mientras realizo el Berit”. El hombre dijo que él era muy impresionable y no podría observar al niño mientras lo estaban circuncidando.

 

Entonces el Rab le hizo varias preguntas acerca de dónde vivía y su situación con los vecinos. “Ante todo”, dijo Rab Berlin, “tienes que despedir inmediatamente a todos los que trabajan en tu casa. Luego, tú sabes que en esta ciudad hay un médico cirujano judío, tan experimentado y famoso que hasta los no judíos lo llaman. Pues bien: lo citarás para que en el octavo día también él esté presente en tu casa, y nadie sospechará nada raro, pues a quien te pregunte dirás que tu hijo tiene un pequeño defecto físico y llamaste al médico para que lo cure. El médico será el Sandak, y yo, el Mohel. Después, el doctor podrá visitarte varias veces para revisar la operación de tu hijo, y todo acabará sin ningún problema.”

 

Llegó el día y se realizó el Berit Milá como se había planeado. Todo salió bien, Baruj Hashem. Cuando el Rab se despedía del hombre, le pidió que fuera a visitarlo al tercer día, para que le dijera cómo iba la recuperación del niño. A los tres días el hombre regresó y entonces el Rab le reveló su intención: “Quise saber qué te llevó a cumplir la mitzvá de hacer Berit Milá a tu hijo con tanto arrojo, y hasta poniendo tu vida en peligro”.

 

Cuando escuchó la pregunta, el hombre prorrumpió en amargo llanto y, con palabras entrecortadas, dijo: “Yo sé que me he alejado demasiado del camino correcto. Muchas veces me sumo en la depresión, porque reconozco mi penosa situación, pero quién sabe si algún día pueda retornar a mis orígenes. Sé que un yehudí nunca debe bajar los brazos y siempre debe mantener la esperanza de encontrarse con Su Creador.” Dicho esto, su voz quedó ahogada en gemidos. Después de unos instantes, continuó: “Pensé, entonces, que mi hijo estará en una situación mucho peor que la mía. Porque yo, al menos, tuve en mi infancia una somera educación tradicional, pero él no tendrá la más mínima idea de lo que es ser judío. Sin embargo, cuando crezca, es probable que se despierte en él el sentimiento de retornar a sus raíces, y quiera ser un yehudí observante. Y no quiero ser yo quien se lo impida, pues si no le hago el Berit Milá, eso podría suceder. Por ello he tomado la decisión de arriesgar mi vida y la de él, con tal de que el día de mañana tenga las puertas abiertas para entrar al camino de la Torá”.[i]  ©Musarito semanal

 

 

 

“Y Abraham se ha de convertir en una nación grande y poderosa, y se bendecirán por él todas las naciones de la tierra. Pues Yo lo aprecio a él, porque sé que ha de inculcar a sus hijos y a su casa tras de sí que guarden el Camino del Eterno, y practiquen hacer rectitud y justicia a fin de que el Eterno traiga sobre Abraham lo que le prometió a él.”[ii]

 

 

 

 

[i] Extraído de Yalkut Jamishai.

 

[ii] Bereshit 18:18-19.

 

 

 

 

 

 

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