Identidad Judía

 

“Conforme a las prácticas de la tierra de Mitzráim, donde ustedes habitaron, no harán”. 18:3

 

 

La primera parte de la Perasha que leemos esta semana trata sobre los servicios que realizaba el Cohén Gadol en el día de Kipur. Al final habla sobre el tema de las advertencias de los pecados inmorales.

 

El Pueblo de Israel residió en Egipto por doscientos diez años, salieron de allí para dirigirse a Kenaán, una de las ciudades más decadentes del mundo desde el punto de vista moral. Por esto, el versículo enfatiza de dónde venían y hacia donde se dirigían.[1]

 

 Hashem les advirtió que estuviesen atentos a los desafíos que implicaban sus residencias pasadas y futuras, porque el ser humano debe permanecer especialmente alerta a las tentaciones de su medio circundante. Y no caer en el error de “Todos lo hacen…”.

 

La degeneración y libertinaje sexual que existían en esa época, especialmente en los cananeos y los egipcios eran las más abominables entre todas las naciones. Uno de los aspectos en los que se distingue el Pueblo de Israel a través de su historia, es en lo que se relaciona con la moralidad y el recato. Mientras que otros pueblos, paganos e idólatras, se dejaban llevar por sus deseos carnales, tolerando dentro de sus comunidades las peores desviaciones sexuales, nuestro Pueblo se mantuvo firme en sus convicciones de respeto hacia el matrimonio y el hogar. La advertencia de no imitar a las naciones de residencia incluía también, el que no fueran a pensar que, siempre y cuando no cometieran pecados vulgares y obscenos por los que se caracterizaban las naciones anfitrionas, no se corromperían por otros pecados menores, por eso el judío debe mantenerse alerta y evitar usar las costumbres de las naciones donde habiten, debido a que el primer paso que lo puede llevar a corromperse totalmente y por ende asimilarse comienza por una cosa aparentemente trivial.[2]

 

“¡Papá llévame por favor contigo! Insistía e insistía el niño a su padre. Ante tanta obstinación, el padre accedió. Le dijo al pequeño: “Mira, tengo que ir a ver algunas cosas. Al lugar donde voy hay muchísima gente, hay una gran cantidad de negocios, vas a encontrar allí un mundo de cosas que te pueden distraer y te pido, querido hijo, que si vienes conmigo no te sueltes de mi mano. El lugar es peligroso y uno se puede perder fácilmente. ¿Me lo prometes?”. El niño con tal de salir con su padre dijo: “Sí papá, te lo prometo”. La madre le cambió la ropa, lo limpió y lo peinó. Ambos, padre e hijo, salieron. Entraron al mercado y los puestos anunciaban su mercancía. Todo el tiempo le sujetaba el niño la mano a su padre, se lo había prometido y tenía que cumplir, pero de repente pasaron por un lugar mágico: ¡Juegos! ¡Luces! ¡Música! Todo era tan… atractivo, sin sentirlo soltó la mano de su padre y se dirigió hacia el atrayente espacio, sin darse cuenta, se perdió entre la muchedumbre. Cuando despertó del encanto, comenzó a buscar a su padre y no lo encontró. El padre hacía lo mismo, hasta que decidió ir a la policía a preguntar por el pequeño. “¿Vieron ustedes un niño con gorrita, camisa blanca y pantalón azul?”, preguntó el padre al policía.  Éste le dijo: “¡Sí!  Hallamos un niño perdido y unos oficiales lo acompañan hacia acá”. La puerta se abrió y el niño apareció. Corrió a los brazos de su padre y comenzó a llorar. El padre le dice: “¡No te advertí que no soltaras mi mano!”. El niño avergonzado le respondió: “Si padre, reconozco que falle a mi promesa… pero es que esas luces y todo ese circo era tan atractivo…”. El padre lo abrazó y con ternura le dijo: “Eso también te lo advertí, sabía que llamaría tu atención y por eso te roge que no soltaras mi mano en ningún momento…”.

 

¿Quién es el niño y quién es el padre?  El niño somos nosotros, y el padre es Hashem, nuestro Creador.  Cuando salimos a la vida, Él nos advierte: “Vas a un mundo peligroso, ten mucho cuidado, las tentaciones son muchas, es muy fácil perderse”. Nadie puede negar que existe la asimilación, el Taref, los malos lugares, la pasión por los juegos, la ambición, la tecnología y si es de última generación, todavía mejor. La avidez por tenerlo todo hace que no importe por qué camino uno corre su carrera por la vida. Por eso nuestro Padre, nuestro Rey, Hashem, nos dice: “no se suelten de mi mano. Manténganse aferrados a mí Torá y ninguna de esas cosas indeseables les pasará.[3]

 

El viento y el sol hicieron una apuesta. Uno desafiaba al otro quién era capaz de hacerle quitar el abrigo al hombre que allí abajo transitaba por la calle. Primero, el viento utilizó toda su fuerza, pero sin éxito. Cuanto más arreciaba, más luchaba el hombre en sostener su abrigo y quedar envuelto en él. Le tocó el turno al sol. Éste sólo tuvo que dirigir sus rayos, sin ninguna nube que se interponga, para que después de un rato, cuando el hombre no pudo aguantar el calor, se quitó el abrigo y se declaró ganador al astro rey.

 

Dos peligros acechan al judío: la persecución física sólo puede debilitar su fidelidad hacia la Torá. Por el otro lado, la amistad y convivencia con los demás pueblos, aparece como más agradable, pero sin duda es la más perjudicial de las dos, porque tarde o temprano, obliga al judío a despojarse de su identidad, sin que éste siquiera de dé cuenta de ello…[4]

 

Cuentan que una vez Rabbí Simja Bunim de Pashisja vio a un estudioso de Torá vestido con ropas no acordes, en ese momento el Rab les señaló a sus alumnos: “Este hombre lamentablemente terminará abandonando el camino de la Torá”, y dolorosamente eso sucedió. ¿Cómo supo el Rab que eso sucedería? Por lo que mencionamos antes. Además, ropa en hebreo se dice “Bégued”. Pero Bégued también significa rebelión, por eso cuando los Yehudim mantienen la vestimenta como el Creador desea, del Cielo los iluminan y así como en forma externa las ropas los diferencian, del mismo modo espiritualmente son distintos y sus pensamientos y actos también. Pero si alguien trata de verse igual a ellos utilizando sus ropas termina por ser como ellos en todo.

 

Cualquier judío que conoce su origen, que está feliz con la Torá que estudia, por las Mizvot que hace, nunca se perderá; él sabe que es un elegido. Él sabe, siente, que entre miles de millones de personas él es uno que Hashem eligió nacer en una familia judía. Es un orgullo ser hijo y súbdito de Hashem. Quien se comporta, come, estudia, viste y procura cumplir con la voluntad absoluta de Hashem, así es como se une a Él.

 

Si para ti, querido lector, lo más valioso es haber nacido judío y bajo ningún concepto cambiarías tu identidad. Eres un fuerte eslabón de la cadena milenaria que formaron nuestros padres y de la cual van a pender tus hijos y todos los que salgan de ellos. A los gentiles, se les respeta, se les saluda, hacemos negocios con ellos, pero nunca seremos una sola familia. Boré Olam dio la Torá al pueblo de Israel e Israel hizo suya la Torá de Hashem. Y está une a todas las almas del Pueblo judío sin importar donde se encuentren.

 

Los Jajamim afirman: En todo lugar donde hay protecciones para la conducta moral apropiada, ahí encontraremos la santidad.[5] Este es el secreto de la eternidad del Pueblo de Israel. Por esto, el profeta pidió: observen al lugar donde fueron forjados, y al pozo de donde surgieron.[6] Si cuidan su grandeza, sin olvidar lo que hicieron sus padres en las generaciones anteriores, recordando que son hijos de reyes, tendrán el mérito de ver el consuelo de Tzión y la reconstrucción de Yerushalaim, pronto en nuestros días.©Musarito semanal

 

 

 

 

 

 

“Si eres capaz de sentir el exilio también en tu casa, estás consciente de que no estás en tu casa.”.[7]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Torat Cohanim 18:138

 

[2] Rab Moshé Fainstein

 

[3] Rab Rafael Freue

 

[4] Jatam Sofer Al HaTorá

 

[5] Vayikrá Rabá 24:6

 

[6] Yeshayá 51:1-2

 

[7] Rab Arié Leib de Gur

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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