Sucot

 

“Y te alegrarás en tu fiesta". (Debarim 16:14).

 

Pasaron los Yamim Noraim y el temible día del juicio (Rosh Hashaná). Hicimos Teshubá. Ayunamos y pedimos perdón en Yom Kipur. Ahora la Torá nos ordena que entremos en un periodo de alegría. ¿Acaso se puede cambiar tan repentinamente de un estado de angustia y preocupación al de júbilo y felicidad? ¡Son sentimientos opuestos! Recién estábamos parados delante del Gran Juez implorando por nuestras vidas, y de repente nos ponemos a bailar y a cantar.

 

Imaginemos a un niño que llega con una boleta más “roja” que negra, se la entrega a su padre esperando a que la firme…. El hombre comienza a mirar el documento mientras su cara se va tornando del color de las calificaciones. El padre continua leyendo y cuando llega a la asignación de canto, observa que el niño alcanzó la nota más destacaba, ya no se pudo contener y le suelta una bofetada. El niño le reclama a su padre: “¡Qué injusticia! Leíste mis malas calificaciones y no dijiste nada, ¿llegas a la única nota buena, y entonces me golpeas?”. El padre le responde ofendido: “¿Y qué quieres que haga? ¡Con semejantes calificaciones, ¿te quedaron todavía ganas de cantar?!”.

 

Parece gracioso, pero si reflexionamos un poco podemos preguntar: ¿Cómo podemos sentarnos en la Sucá, cantando y festejando, si hace pocos días nos encontrábamos confesando todas nuestras transgresiones? ¿Acaso no nos vemos como ese niño? Realmente no son casos semejantes. Nosotros no nos presentamos descaradamente ante Hashem para confesar nuestros hechos en el año y para que nos anote en el libro de la vida. Nos dirigimos a Él con aflicción y arrepentimiento diciéndole que seguramente no cumplimos con lo que esperaba de nosotros, que debíamos haber sacado una mejor calificación….

 

Nos presentamos arrepentidos y con lágrimas en los ojos desde que comenzó el mes de Elul. Le pedimos Misericordia y nos comprometimos a mejorar. Si Él observa que realmente queremos cambiar y que, seguramente el año entrante traeremos mejores asignaturas. Entonces seremos meritorios de vivir. ¡Esto es lo que celebramos en Sucot! Estamos jubilosos de haber sido perdonados, Se nos otorgó la oportunidad de comenzar de nuevo. ¡Obtuvimos más tiempo de vida! Con esto tenemos la oportunidad de poder adquirir más vida eterna. ¡No hay en este mundo nada más valioso! Por eso demostramos nuestro júbilo, cantando y bailando ante nuestro Padre Piadoso.

 

 ¿Cómo debemos manifestar esa alegría? ¿Haciendo bromas? ¿Comprando algo? ¿Embriagándonos? Cuando la persona busca alegría, satisfaciendo sus deseos materiales, jamás la va a conseguir con estos medios, siempre le va a faltar algo…

 

La verdadera alegría es la espiritual, la que proviene del alma. El alma sabe que este mundo es pasajero, y atesora para el mundo venidero, hechos buenos, Torá y el cumplimento de las Mitzvot.

 

Faltaba un día para la fiesta de Sucot y llovía torrencialmente. Rab Mordejai de Lejovitz miraba por la ventana, esperanzado a que al siguiente día pudiera comer dentro de la Sucá. Vio acercarse a un anciano que rengueaba lentamente hacia su puerta. El Rab se apresuró a abrir la puerta e invitó al hombre a entrar. “Lamento molestarlo”, dijo el visitante, “soy un pobre zapatero y no tengo madera para construir mi Sucá.

 

Escuché que usted compra tablas de madera para regalársela a los pobres para construir Sucot. ¿Podría ser tan amble de obsequiarme unas cuantas?” El Rab lo miró con ternura y le dijo: ¿Cómo no vino antes? es cierto que regalo bastantes tablas, pero ya es tarde y no quedó ninguna, en verdad lo siento”. El anciano inclinó la cabeza tristemente y le dijo: “Es usted muy amable de todos modos, agradezco que me haya escuchado. No quiero quitarle más el tiempo”. Se levantó y desalentadamente partió.

 

Rab Mordejai lo observó con angustia mientras él caminaba cansadamente. Levantó sus ojos al Cielo y exclamó: ¡Hashem, mira cómo Tu Pueblo obedece Tus mandamientos! Aquí hay un hombre pobre y rengo que viene bajo la lluvia para buscar la forma de construir una Sucá ¡y mira como sufre porque no puede! Rabí Mordejai llamó a su hijo Yosi y le dijo: “¡Desarma rápidamente nuestra Sucá y empaca todas las cosas que están dentro, las llevaremos a otro lugar!”. La lluvia paró milagrosamente y entonces, esa noche, Rabí Mordejai y su familia pudieron comer en la Sucá a pesar de todo. Solo que la Sucá no se encontraba en el patio de su casa. Se encontraba al lado de la casa del pobre zapatero, quien estaba celebrando el Sucot más alegre de su vida, gracias al generoso regalo de Rabí Mordejai.[1]

 

La verdadera alegría se consigue, cuando estamos consientes de que este mundo es tan "pasajero" como la Sucá.  Si creemos que este mundo es el objetivo de la vida, y lo consideramos como nuestra "casa fija", jamás vamos a poder experimentar la verdadera felicidad. Si entendemos esto, dejaremos de “matarnos” por conseguir todo aquello que realmente no tiene valor, y por consiguiente, podremos estar satisfechos con lo que Hashem nos otorgó para poder pasar por los 120 años. Hashem quiere que los placeres de la vida son efímeros, y por esto en estas fechas, nos hemos privado de casi todos los placeres mundanos como son: comer, dormir, estar dentro de tu casa, etc. ¡Esto no es lo primordial en la vida! La plena felicidad no llegará al propio espíritu por medio de la gratificación de los deseos físicos. La única forma de adquirir la felicidad perfecta es encontrar la realización espiritual, que conduce hacia el sentimiento de estar satisfecho con la situación material de cada uno.[2] Y hay algo más para poderse sentirse feliz con lo que uno tiene: Sentirse feliz con lo que tienen los demás y compartir con los que no tienen.©Musarito semanal

 

“La alegría comienza en el mismo momento en que dejas de buscar tu propia felicidad y procuras la de otros”.

 

 

 

[1] Descanso y alegría, Pág 119-120; Rab Mordejai Katz

 

[2] Musar HaTorá, pág. 63

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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