Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

Continuamos el estudio del Orjot Tzadikim tomando ahora el aspecto positivo que posee la cualidad del orgullo. ¿Puede acaso el orgullo llegar a ser un atributo positivo para una persona? El RaMB”aM señala que en todas las cualidades se debe buscar un equilibrio cercano al término medio, pero cuando se trata de orgullo y humildad se debe tratar en forma distinta. En este caso, el Pirké Abot sugiere que: Debes buscar mucho mucho ser humilde,[1] ya que, por medio de esta preciada cualidad, se consigue la llave para corregir el resto de los atributos. El hombre sencillo, siempre es más de lo que parece. Vive libre de la aprobación pública. Su única preocupación es la aprobación de su Creador. Lo que cuenta para él es vivir y hacer lo que sea bueno a los "ojos de Él". Acepta que se puede equivocar y gracias a esto puede mejorar y encaminarse hacia la corrección de sus cualidades. La arrogancia es una vía rápida hacia la mediocridad. La humildad, por el contrario, pavimenta la senda hacia la grandeza.[2] Veamos la opinión del Orjot Tzadikim al respecto.

 

 

El primer portón: el orgullo.

 

Shá'ar HaGaavá

 

 

Cabe mencionar que, aunque ya tratamos la severidad del ser orgulloso, hay en la soberbia física algo que es positivo. No sea que el hombre diga: “Como el engreimiento es algo tan terrible, me alejaré de él lo más posible”, de modo que dejaré de comer carne, tampoco beberé vino, ni tomaré mujer por esposa, ni hablar de habitar en una vivienda agradable. No vestiré ropa cómoda, sino solamente un saco de lana corriente y con harapos rotos y sucios, utilizaré utensilios sucios, no higienizaré mi cara, manos y pies, hasta que mi aspecto sea el peor entre la gente, y así me apartaré en extremo del orgullo. Este hombre será considerado un transgresor. El versículo declara en referencia al nazareo (Nazir): Y expiará el Cohén aquello que pecó en su alma.[3] Y comentan nuestros sabios: la persona que voluntariamente, y generalmente por un tiempo predeterminado, asume restricciones especiales de santidad como el renunciar a los derivados de la uva, a cortarse el pelo y evitar la impurificación causada por el contacto con cadáveres, cuando finalizaba sus días debía acercar un sacrificio de expiación.

 

El pecado del Nazir fue el siguiente: ¿No te alcanzó el privarte de aquello que te prohibió la Torá y tú pretendes prohibirte otro tipo de cosas?[4] La Torá nos estimula a mejorar espiritualmente disponiendo de las bondades de este mundo físico, sin que medie un sufrimiento innecesario.

 

El camino correcto para el hombre es la limpieza en todos sus actos. Vestirá ropas intermedias y no demasiado lujosas y atractivas que llamen la atención de los demás, cada uno según su posición social. De todas maneras, es prohibido que las ropas posean manchas o rotura alguna. Asimismo, la comida debe ser limpia y preferentemente no es recomendable consumir alimentos de reyes, sino la comida y bebida apropiada a su condición social. También su mesa, su cama y todas sus pertenencias deben ser pulcras, así como la higiene de su cuerpo. Pues con imagen Divina hizo al hombre.[5] Todo aquel que observa estas cosas con noble intención y no con la idea de envanecerse, aunque dichas actitudes aparentan cierta soberbia, siendo que su intención es digna, es considerado un precepto.

 

Humildad es no creer que uno vale más por los talentos que posee, ya que éstos son un regalo del Creador y todas sus aptitudes y bienes son solamente herramientas para ser usadas en Su servicio y no para sentirse superior a los demás...

 

Cuando hagas una buena acción, date cuenta tú mismo de quién esperas la recompensa. Si tu expectativa es obtener la aprobación del Todopoderoso, tu acción es perfecta; pero si esperas el agrado de la gente, entonces deja de ser meritoria. Cuando hagas algo en público, debes determinar si lo harías del mismo modo si estuvieras solo, pues si es así, entonces tu acción es perfecta.

 

 

Haciendo una introspección

 

Debemos vigilar y tener la precaución de no confundir autoestima con vanidad. Creemos que si aceptamos nuestras capacidades caemos en vanidad y si las negamos seremos más humildes. ¡Gran error! Moshé, sobre quien está escrito que era la persona más humilde que hubo en la historia, sabía perfectamente cuál era su valor en la misión que le fue confiada por el Creador. Hablaba frente a frente con Él. Era el líder de la nación judía, y no por eso cayó en la soberbia. Cuentan que era común escuchar acerca del Jafetz Jayim que "él cargaba la generación sobre sus espaldas" y fue, sin dudas, un ejemplo de humildad sin par. Aceptar las propias capacidades no es soberbia; soberbia es creer que poseer ciertas aptitudes significa ser más que los demás:[6] Las buenas cualidades del hombre virtuoso terminan cuando empieza a sentirse presuntuoso.[7]

 

El exceso de modestia también puede llegar a ser un defecto: Viajaba el Jafetz Jayim de Radin a la ciudad de Vilna. Una gran multitud lo esperaba para rendirle los honores dignos de su estatura espiritual. Junto a él, sentado en el tren, un joven que desconocía la identidad de su ilustre acompañante expresó alabanzas a la persona del Jafetz Jayim; a lo que el Rab replicó diciendo "no es tan así, yo lo conozco, no es tan grande como la gente cree". El joven se paró y empezó a golpearlo, "¡Cómo se atreve Ud. a hablar así del Rab más importante de la generación!". Cuando arribaron a Vilna, el joven comprobó horrorizado que había golpeado ni más ni menos que al gran Jafetz Jayim. No cabía en su llanto ni en sus disculpas. El Rab lo consoló y le dijo "Te estoy muy agradecido. Me enseñaste que, así como la soberbia es un pecado, el autodesprecio no lo es menos".

 

La misión del hombre es encontrar quién es, con qué herramientas cuenta y obtener el mayor provecho de éstas. La mayoría de los problemas que existen en la sociedad humana nacen en la equívoca idea de que al hombre le corresponde lo que no posee y por ende quiere imitar al otro y ser como él, perdiendo de esta manera su legítima personalidad y su capacidad de autoestima. Es un grave error, puesto que cada persona tiene su naturaleza y fue dotada con exclusivas cualidades y talentos que se combinan con un momento, una familia y una sociedad. La finalidad del hombre virtuoso será reconocer y valorar estas aptitudes que le fueron asignadas por el Creador y saber exactamente cuál es el lugar que le corresponde en el mundo y cómo debe actuar en el mismo, explotando al máximo estas herramientas, sin hacer alarde de su virtud ni sentir orgullo o superioridad ante los demás. ©Musarito semanal

 

 

La grandeza no es determinada por los dones y talentos que tenemos, sino por lo que hacemos con los mismos.[8]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Pirké Abot 4:4.

 

[2] Rabbí Shaúl Ronsenbalt.

 

[3] Shemot 6:11.

 

[4] Yerushalmi Nedarim 89a.

 

[5] Bereshit 9:6.

 

[6] Rabí Shimón Baadani

 

[7] Rab David Zaed

 

[8] Rab Noaj Weinberg.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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