¿Cómo se consigue la felicidad?

 

“A Biniamín dijo: ‘Querido por Hashem, morará en seguridad junto a Él; extiende Su protección sobré él todo el día, y entre sus hombros Él mora” (33:12).

 

 

La Torá está refiriéndose al Bet HaMikdash, que estaba construido en la porción de Biniamín. El Midrash dice que el Bet HaMikdash estaba en la porción de Biniamín porque los otros hermanos tomaron parte en la venta de Yosef. Biniamín fue el único que estaba libre de culpa. Dado que la función del Bet HaMikdash era la de servir como lugar para que la gente pidiera a Dios misericordia, Hashem no quiso que Su morada estuviera situada en la porción de aquellos que no eran de por sí misericordiosos.

 

Y te alegrarás en tu fiesta.[1] Pasaron los Yamim Noraim y el temible día del juicio (Rosh HaShaná). Hicimos teshubá. Ayunamos y pedimos perdón en Yom Kipur. Ahora la Torá nos ordena que entremos en un periodo de alegría. ¿Acaso se puede cambiar tan repentinamente de un estado de angustia y preocupación al de júbilo y felicidad? ¡Son sentimientos opuestos! Recién estábamos parados delante del Gran Juez implorando por nuestras vidas, y de repente nos ponemos a bailar y a cantar.

 

Imaginemos a un niño que llega con una boleta más “roja” que negra, se la entrega a su padre esperando que la firme… El hombre comienza a mirar el documento mientras su rostro va tornándose del color de las calificaciones. El padre continúa leyendo y, cuando llega a la asignación de canto, observa que el niño alcanzó la nota más destacada, ya no puede contenerse y le suelta una bofetada. El niño reclama a su padre: “¡Qué injusticia! Leíste mis malas calificaciones y no dijiste nada. Llegas a la única nota buena, ¿y entonces me golpeas?”. El padre le responde, ofendido: “¿Y qué quieres que haga? Con semejantes calificaciones, ¿te quedaron todavía ganas de cantar?”.

 

Parece gracioso, pero si reflexionamos un poco podríamos preguntar: ¿cómo nos sentamos en la sucá, cantando y festejando, si hace pocos días nos encontrábamos confesando nuestras transgresiones? ¿Acaso no nos vemos como ese niño? Realmente no son casos semejantes. Nosotros no nos presentamos descaradamente ante Hashem para confesar nuestros hechos en el año y que nos anote en el libro de la vida. Nos dirigimos a Él con aflicción y arrepentimiento diciéndole que seguramente no cumplimos con lo que esperaba de nosotros, que debíamos haber sacado una mejor calificación…

 

Nos presentamos arrepentidos y con lágrimas en los ojos desde que comenzó el mes de Elul. Le pedimos Misericordia y nos comprometimos a mejorar. Si Él observa que realmente queremos cambiar y que, seguramente, el año entrante traeremos mejores calificaciones, entonces seremos meritorios de vivir. ¡Esto es lo que celebramos en Sucot! Estamos jubilosos de haber sido perdonados, se nos otorgó la oportunidad de comenzar de nuevo. ¡Obtuvimos más tiempo de vida! Con esto tenemos la oportunidad de poder adquirir más vida eterna. ¡No hay en este mundo nada más valioso! Por eso demostramos nuestro júbilo, cantando y bailando ante nuestro Padre Piadoso.

 

¿Cómo debemos manifestar esa alegría? ¿Haciendo bromas? ¿Comprando algo? ¿Surcando los mares en un lujoso crucero? ¿Embriagándonos? Cuando la persona busca alegría satisfaciendo sus deseos materiales, jamás va a conseguirla con estos medios; siempre va a faltarle algo…

 

La verdadera alegría es la espiritual, la que proviene del alma. El alma sabe que este mundo es pasajero y atesora para el Mundo Venidero hechos buenos, Torá y cumplimiento de mitzvot.

 

Faltaba un día para la fiesta de Sucot y llovía torrencialmente. Rab Mordejai de Lejovitz miraba por la ventana, esperanzado en que al siguiente día pudiera comer dentro de la sucá. Vio acercarse a un anciano que rengueaba lentamente hacia su puerta. El Rab se apresuró a abrir e invitó al hombre a entrar. “Lamento molestarlo”, dijo el visitante; “soy un pobre zapatero y no tengo madera para construir mi sucá. Escuché que usted compra tablas de madera y las regala a los pobres para construir sucot. ¿Podría ser tan amble de obsequiarme unas cuantas?”. El Rab lo miró con ternura y le dijo: “¿Por qué no vino antes? Es cierto que regalo bastantes tablas, pero ya es tarde y no quedó ninguna. En verdad lo siento”. El anciano inclinó la cabeza tristemente y dijo: “Es usted muy amable de todos modos. Agradezco que me haya escuchado. No quiero quitarle más el tiempo”. Se levantó y con gran desaliento partió.

 

Rab Mordejai lo observó con angustia mientras el anciano caminaba cansadamente. Levantó sus ojos al Cielo y exclamó: “¡Hashem, mira cómo tu pueblo obedece tus mandamientos! Aquí hay un hombre pobre y rengo que viene bajo la lluvia para buscar la forma de construir una sucá, ¡y mira cómo sufre porque no puede!”. Rabí Mordejai llamó a su hijo Yosi y le dijo: “¡Desarma rápido nuestra sucá y empaca todas las cosas que están dentro! ¡Las llevaremos a otro lugar!”. La lluvia paró milagrosamente y entonces, esa noche, Rabí Mordejai y su familia pudieron comer en la sucá a pesar de todo. Sólo que la sucá no se encontraba en el patio de su casa, sino al lado de la casa del pobre zapatero, quien estaba celebrando el sucot más alegre de su vida gracias al generoso regalo de Rabí Mordejai.[2] Debemos ser misericordiosos con los demás para merecer la misericordia de Dios.

 

La alegría verdadera se consigue cuando somos conscientes de que este mundo es “pasajero” como la sucá. Si creemos que este mundo es el objetivo de la vida, y lo consideramos como nuestra “casa fija”, jamás podremos experimentar la verdadera felicidad. Si entendemos esto, dejaremos de “matarnos” por conseguir todo aquello que realmente no tiene valor, y por consiguiente, podremos estar satisfechos con lo que Hashem nos otorgó para poder pasar de los 120 años. Hashem quiere que los placeres de la vida sean efímeros y por esto, en estas fechas, nos hemos privado de casi todos los placeres mundanos, como comer, dormir, estar dentro de la casa, etc. ¡Esto no es lo primordial en la vida! La plena felicidad no llegará al propio espíritu por medio de la gratificación de los deseos físicos. La única forma de adquirir la felicidad perfecta es encontrar la realización espiritual, que conduce hacia el sentimiento de estar satisfecho con la situación material.[3] Y hay algo más para poder sentirse feliz con lo que uno tiene: sentirse feliz con lo que tienen los demás y compartir con los que no tienen. ©Musarito semanal

 

“La alegría comienza en el mismo momento en que dejas de buscar tu propia felicidad y procuras la de otros.”

 

 

 

 

 

 

 

[1] Debarim 16:14.

 

[2] Descanso y alegría, pág. 119-120, Rab Mordejai Katz.

 

[3] Musar HaTorá, pág. 63.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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