4.16 “'Úri Tzafón Ubói Temán, Hafíji Ganí Yizelú Besamáv; Yabó Dodí Leganó Vayojál Péri Megadáv”.

 

 “¡Despierta, oh norte y acércate, oh sur! Sopla campo mío y fluyan sus perfumes. Que venga mi Querido a su campo y coma el fruto de sus delicias”.

 

 

En Breve:

 

Después que entran las alabanzas del Creador en el oído de ella, la amada (Israel) corresponde a Sus cumplidos aspirando a que Él se acerque y coma de sus frutos.

 

Profundizando:

 

Después que la nación judía escuchó la voz que le hacía llegar alabanzas tan excelsas, solicitó al viento del norte que soplara y al viento del sur que hiciera fluir sobre el jardín el aroma de sus árboles exquisitos, para llevar el buen perfume (sus actos meritorios) que despiden las frescas savias y resinas de éstos hacia lugares remotos del mundo, y así atraer a Su Amado al jardín con facilidad, y lograr que Su Presencia se afinque allí. Así ya establecida la Shejiná en el jardín (el Bet HaMikdash el recinto de Su residencia), las ofrendas que ella trajera serían aceptadas con buena Voluntad.[1]

 

 

Enseñanza ética:

 

Existe una orden expresa en la Torá: …y amarás al Eterno tu D-os con todo tu corazón.[2] ¿Acaso se puede se alcanzar en este mundo material un amor puro y exclusivo al Creador? ¿Hasta dónde llega nuestra obligación para que el amor que mostremos sea aceptado con buena Voluntad?

 

El Rab Zamir Cohén narró una parábola con la cual podríamos captar bien el alcance y los beneficios que se obtienen gracias a una pequeña muestra de amor que expresemos hacia el Todopoderoso: Una pequeña niña mostraba fascinación por un collar de perlas que colgaba del cuello de su abuela. La niña le rogaba a su madre que le comprara un collar igual. La madre quiso explicarle que era una joya muy costosa y que no era apta para una niña tan pequeña. Ante la insistencia de la niña, fueron a una tienda donde por un dólar le compró un collar de fantasía. La pequeña estaba orgullosa de portar un adorno igual al de su abuela… Después de unas semanas de uso, el collar perdió su brillo y ya no lucía como cuando era nuevo, la madre le dijo que no se veía bien con ese adorno, pero ella no deseaba desprenderse de su “joya”. Le ofreció llevarla a la tienda donde lo habían adquirido y reponer el collar por otro más brillante. Fueron allá, pero se habían vendido todos, no quedó ni uno semejante al original que la niña había adquirido en esa misma tienda y tuvieron que regresar a la casa con el mismo collar sobre el cuello de la niña.

 

La madre pidió a su esposo que persuadiera a la niña a quitarse el collar, pues deslucía cualquier prenda que llevara puesta. Esa misma noche, cuando el hombre acompañaba a su hija a acostar, le preguntó: “Dime, ¿tú me amas?”. “¡Por supuesto papá!”, entonces le pidió: “Por favor entrégame el collar”, ella lo pensó unos segundos y luego entregó una muñeca: “Tómala por favor, tú sabes que esta es mi preferida. Recíbela por favor a cambio de lo que me pides…”. El padre insistió por varias noches más, pero ella se mantenía firme en su decisión.

 

Pasaron varias semanas. Cierta noche, el padre regresa del trabajo y encuentra a su hija parada tras la puerta, corrió hacia él y con voz alegre le dice: “Querido padre, tú sabes que yo te amo. Estoy lista para entregarte el collar”. Ella lo retiró de su cuello y lo puso en manos de su progenitor. El padre esbozó una sonrisa y la abrazó fuertemente, acto seguido, metió la mano dentro de su bolsillo, extrajo una caja finamente envuelta y le dijo: “Por favor ábrelo”. Con manos temblorosas y con gran cuidado rompió el papel de la envoltura, abrió la caja y encontró dentro un hermoso collar de perlas. El padre le dijo: “Cuídalo mucho, este es un collar original, igual de valioso que el de tu abuela. Lo compré y lo cargo conmigo desde el día en el que te pedí que me entregaras el collar de fantasía que mamá te regaló. Quiero que sepas, mi querida hija, que cuando tu padre te pide que dejes algo por él, es porque él tiene algo mucho mejor para darte…”.[3]

 

 En ocasiones el Creador nos envía pruebas y nos pide que las superemos para poder traer así salvaciones y bendiciones y por medio de ellas. Cada vez que nosotros doblegamos nuestra naturaleza para cumplir con Su Voluntad, estaremos cumpliendo expresamente con el precepto de: y amarás al Eterno tu Señor con todo tu corazón.[4] Cuando el hombre reflexiona en las maravillas de la creación y trata de analizar los innumerables detalles con los que está conformada cada una de las creaciones, desde los ángeles y los planetas, hasta el hombre y todo lo demás, dándose cuenta de la Sabiduría del Santo Bendito en todas sus obras y criaturas, consigue apreciar su Excelsa Bondad. Esto nos lleva a aumentar el amor hacia Él, pues provoca que nuestra alma sienta sed y nuestra carne anhele amarlo y a la vez sienta temor a transgredir Sus ordenanzas y así perder Su amor, tal como dice el versículo: El temor al Eterno es su tesoro.[5]-[6] La naturaleza del ser humano es apegarse al Creador, sin embargo, al dejarse llevar por el materialismo y las falsedades de este mundo pierde la brújula. Esto se compara a una persona que desea llegar a un lugar específico en el centro de cierta ciudad, en sus manos carga un mapa de otra ciudad ¿Podríamos imaginar la frustración y la cantidad de veces que el viajero tropezará al tratar de llegar a su destino…? La persona que no estudia y no se interioriza en los textos de la Sagrada Torá para comprender a cabalidad y las exegesis de nuestros sabios, le será prácticamente imposible alcanzar la preciada meta de amar y servir correctamente a su Creador.

 

El rey Shelomó entendió bien este concepto, pero nosotros estamos perdidos en medio de la gran ciudad de la vida material que nos envuelve… No Lo tenemos presente a Él en todo momento; esto es a lo que el Shir HaShirim se refiere cuando dice: estoy enferma de amor.[7] La única forma de poder llegar a servirLe con todo el corazón y con toda el alma, es conducirnos con el plano correcto en nuestras manos. Esto quiere decir que nuestra mente Lo debe tener siempre presente: al levantarnos, cuando comemos, cuando bebemos, cuando dormimos, cuando trabajamos, y en cada paso que damos en nuestra vida debemos conducirnos conforme a las leyes del Creador prescriptas en nuestro código máximo, el Shulján 'Aruj.

 

Con este versículo cerramos el cuarto capítulo del Shir Hashirim. Nuestro más grande anhelo es que hayamos adquirido la noción del amor tan profundo e íntegro que tiene el Creador hacia cada uno de nosotros, y nos concierne a nosotros profesar hacia Él un sentimiento de gratitud y alabanza permanentes para corresponder todo el bien y todo el cariño que Él nos muestra cada segundo y segundo de nuestra existencia. ©Musarito semanal

 

 

 

“El mundo entero es un gran mensaje de amor que el Creador nos envía constantemente”.[8]

 

 

 

 

[1] Ver Metzudat David.

 

[2] Debarim 6:5.

 

[3] Extraído de “Dosis diaria de Torá”; Rab Benjamín Aharonov.

 

[4] Debarim 6:5.

 

[5] Yesha'yá 33:6.

 

[6] Orjot Tzadikim; El portón del amor.

 

[7] Shir HaShirim 2:5.

 

[8] Rab Nóaj Weinberg.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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