Favor Verdadero

 

 

“...y harás conmigo favor y verdad...” Bereshit 47:29.

 

 

Yaacob tenía ciento cuarenta y siete años de edad. Después de varios años de penurias, Hashem le concedió vivir feliz y en paz los últimos diecisiete. Vio a todos sus hijos avanzando por el sendero de Hashem, vivió reunido con Yosef y lo vio convertido en el segundo hombre más poderoso de Egipto. El Rúaj Hakodesh (don profético) regresó y lo acompañó durante todos ese tiempo. Ésta fue la recompensa que consiguió por no quejarse durante los años de aflicción que soportó.

 

Al percibir la inminencia de su muerte, llamó a Yosef y le dijo: “Si ahora he hallado gracia ante tus ojos, por favor pon tu mano debajo de mi muslo y haz conmigo bondad y verdad; por favor, no me sepultes en Mitzraim”.[1] Y dijo: “Júramelo”; y Yosef lo juró.  Entonces, Yaacob le dio indicaciones a fin de que llevara su cuerpo a Éretz Israel para su entierro en la Cueva de Majpelá, en Hebrón.

 

Yaacob le hizo jurar porque presintió que no iba a ser fácil para Yosef cumplir con su pedido, ya que él se había convertido en un símbolo de éxito para Egipto, pues desde su llegada habían sucedido milagrosos beneficios para el país y su gente, y no le dejarían salir fácilmente.  Después de encomendar a sus hijos, Yaacob expiró y fue reunido con sus ancestros. Yosef cumplió con su juramento; un inmenso cortejo lo acompañaba: subió para sepultar a su padre; y subieron con él todos los siervos del Faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra de Mitzaim.[2]

 

Y así como Yosef honró a su padre disponiéndole una digna sepultura, fue recompensado. Cuando él falleció, Moshé se encargó de sacar su cuerpo de Mitzraim y llevó sus restos con el pueblo durante toda la travesía del desierto, hasta que los sepultó en Israel. Y lo mismo sucedió con Moshé Rabenu, pues recibió como recompensa el honor de recibir la muerte más dulce: su alma fue retirada de su cuerpo y posteriormente fue sepultado por Hakadosh Baruj Hu mismo.[3]

 

El entierro no es hecho para los vivos, sino para el muerto.[4] Los actos de bondad que la gente hace por los difuntos constituyen un acto de Bondad Verdadera, pues la persona que lo realiza no espera ningún pago a cambio.[5] Conforme a lo que acabamos de ver, quien honra a los muertos es honrado y quien se ocupa de enterrarlos dignamente también tendrá una digna sepultura. ¿Por qué dice el Talmud que las acciones son para el difunto? Vemos que también el vivo tiene un beneficio por sus actos… ¿Por qué se le llama “favor verdadero”?

 

Cuando alguien hace un favor a otra persona, aunque lo haga con la mejor intención, sabe que el otro sentirá gratitud, y en algún momento también le devolverá el favor. Sin embargo, al hacer un bien a una persona muerta se alcanza la categoría más alta de bondad, ya que, desde luego, no puede esperarse nada de ésta. El favor se hace LeShem Shamaim (en nombre del Cielo), por el simple hecho de hacer el favor... La retribución viene del Cielo y no se sabe cuándo ni cómo va a cumplirse…

 

Cierta vez, Rabí Akivá se hallaba en un retiro espiritual en medio del desierto y se encontró con un hombre negro que corría así como galopan los caballos, mientras cargaba sobre sus hombros un atado de leña. Lo detuvo Rabí Akivá y le preguntó: “¿Por qué estás haciendo este trabajo tan difícil? Si eres un esclavo y tu patrón te trata así, estoy dispuesto a salvarte de sus manos. Si eres pobre, puedo también ayudarte”. El hombre le respondió: “Por favor, no interrumpa mi labor. Tal vez se enojen conmigo mis capataces”. Rabí Akivá insistió: “Déjame ayudarte. Dime, por favor, ¿cuál es tu ocupación?”. Ante la insistencia, el hombre se detuvo y le confesó que había fallecido hacía algunos años y que cada día los ángeles celestiales encargados de castigarlo lo enviaban a recoger leña, con la cual volvían a incinerarlo por haber transgredido la Torá. Rabí Akivá se sorprendió y le inquirió: “¿Y cuál era tu ocupación en el mundo del cual viniste?”. Respondió el otro: “Yo era uno de los líderes del pueblo. Me dedicaba a cobrar impuestos y hacía sufrir mucho a la gente, en especial a los pobres. Por favor, ya no interrumpa más mi trabajo; tal vez se enojen conmigo los que se encargan de mí”. Preguntó el Rab: “¿Acaso no oíste de estos ángeles encargados si hay algún tipo de expiación por tus pecados?”. Dijo el otro: “Me pareció escuchar algo… pero eso es prácticamente imposible”. “¡Por favor, dímelo! ¿Qué fue lo que escuchaste?”. “Estaban diciendo que si existiera un hijo mío que pronunciara un Kadish y Barejú ante una congregación, y ellos respondieran como lo indica la Halajá, inmediatamente me eximirían de todos estos sufrimientos. El problema es que no sé si tengo hijos; abandoné a mi esposa cuando estaba embarazada y nunca supe qué sucedió después.”

 

El Rab realizó una serie de preguntas para esclarecer el asunto y el hombre le respondió: “Mi nombre era Akivá y el de mi mujer Shoshniba, y vivíamos en la ciudad de Ludkia”. Rabí Akivá se abocó a buscar al supuesto hijo y, afortunadamente, lo halló. El joven era una persona absolutamente ignorante e incluso se hallaba incircunciso. Rabí Akivá se encargó de circuncidarlo y trató de enseñarle Torá, pero aquel hombre, a pesar de los esfuerzos del Rabí, no aprendía. Entonces Rabí Akivá ayunó durante cuarenta días y entonces un eco celestial le anunció que sus plegarias habían sido aceptadas. Tomó nuevamente Rabí Akivá a este hombre y le enseñó el Keriat Shemá y el Kadish, y lo hizo pronunciar el Kadish y el Barejú delante de la congregación para que respondieran. En ese momento eximieron al espíritu con el que se había encontrado Rabí Akivá del castigo y se presentó ante el Rabí para bendecirlo y desearle que pudiera disfrutar del mundo futuro, así como hizo que él lo disfrutara.[6]

 

La lección que nos deja este dramático episodio es que nada del bien que haga una persona se pierde jamás.[7]Además aprendemos cuán grande e importante es hacer favores con los difuntos.[8]

 

Rabí Shelomó Kluger nos ofrece la siguiente explicación: “La gente se esmera más en cumplir con los difuntos porque, por naturaleza, la persona busca la verdad. Si viene alguien y le solicita una ayuda, hay la posibilidad de que éste no se encuentre en un serio apuro, puede ser que no esté diciendo la verdad, y en cambio, cuando se trata de un difunto, todos van en su asistencia, porque no cabría ninguna duda de que su situación es apremiante y necesita de los demás…”.[9]

 

Aunque la Mitzvá (precepto) de asistir a los fallecidos es muy importante, no es menos significativo y meritorio atender y socorrer en sus necesidades a los vivos en momentos de angustia y apuro.

 

El motivo por el cual la Torá insiste tanto en la Mitzvá de hacer favores es que, cuando Hashem creó a la persona, le dio la capacidad de asemejarse a Él en sus formas de conducta. Y así como Hashem es bueno con todos y (Él) le da sustento a todas sus criaturas,[10] también el hombre se asemeja y se aproxima a Hashem ayudando al prójimo.[11] Hashem trata a cada persona de la misma forma en que ésta se relaciona con los demás.[12] Cuando la persona se comporta en este mundo con benevolencia y misericordia hacia su compañero, Hashem le corresponde de la misma manera.©Musarito semanal

 

“Los actos de bondad son tan importantes que sin ellos el hombre no habría sido creado.”[13]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 47:29.

 

[2] Bereshit 50:7.

 

[3] Debarim 34:6.

 

[4] Sanhedrín 47a.

 

[5] Rashí; ver también Bereshit Rabá 96:5.

 

[6] Or Zarúa, tomo II, leyes de Shabat, 50.

 

[7] Zóhar 2:150.

 

[8] Sucá 49b.

 

[9] Olam Jésed Ibané.

 

[10] Tehilim 145:9.

 

[11] Ahabat Jésed.

 

[12] Sotá 9b.

 

[13] Bereshit Rabá 8.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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