La verdadera felicidad: Sucot

 

“En el decimoquinto día de este séptimo mes es la festividad de Sucot” (23:34).

 

En esta Perashá se enumeran los días que eran proclamados como asambleas sagradas, en las cuales se reunía todo el pueblo para acercarse al Santuario y traer sus ofrendas, así como para escuchar palabras de Torá. Estos días sagrados, en los que estaba prohibido trabajar, eran los siguientes: Shabat, el primero y el último día de Pésaj, Shabuot, Rosh HaShaná, Yom Kipur y Sucot.

 

Comenzamos el ciclo de festividades con el mes de Elul, días que también son llamados Yamim Noraim (“los días temibles”). Reciben este nombre porque es cuando hacemos introspección y nos arrepentimos de las faltas cometidas en el año. Llega Rosh HaShaná y hacemos teshubá. Ayunamos y pedimos perdón en Yom Kipur. Después la Torá nos ordena que entremos en un periodo de alegría.

 

¿Acaso puede cambiarse tan repentinamente de un estado de angustia y preocupación al de júbilo y felicidad? ¡Son sentimientos opuestos! Recién estábamos parados delante del Gran Juez implorando por nuestras vidas y, de repente, nos ponemos a bailar y a cantar. Imaginemos a un niño que llega con una boleta más “roja” que negra; se la entrega a su padre esperando que la firme… El padre comienza a mirar el documento mientras su cara va adquiriendo el color de las calificaciones. Continúa leyendo y cuando llega a la asignación de canto, observa que el niño alcanzó la nota más destacaba. No puede contenerse y le propina una bofetada. El niño le reclama: “¡Qué injusticia! Leíste mis malas calificaciones y no dijiste nada. ¿Llegas a la única nota buena y entonces me golpeas?”. El padre le responde, ofendido: “¿Y qué quieres que haga? ¡Con semejantes calificaciones, ¿te quedaron todavía ganas de cantar?!”.

 

Parece gracioso, pero si reflexionamos un poco podemos preguntar: ¿cómo podemos sentarnos en la sucá, cantando y festejando, si hace pocos días nos encontrábamos confesando todas nuestras transgresiones? ¿Acaso no nos vemos como ese niño?

 

Realmente no son casos semejantes. Nosotros no nos presentamos descaradamente ante Hashem para confesar nuestros hechos en el año y para que nos anote en el libro de la vida. Nos dirigimos a Él con aflicción y arrepentimiento diciéndole que seguramente no cumplimos con lo que esperaba de nosotros, que debíamos haber sacado una mejor calificación…

 

Nos presentamos arrepentidos y con lágrimas en los ojos desde que comenzó el mes de Elul. Le pedimos misericordia y nos comprometimos a mejorar. Si Él observa que realmente queremos cambiar y que, seguramente, el año entrante traeremos mejores calificaciones, entonces seremos meritorios de vivir. ¡Esto es lo que celebramos en Sucot! Estamos jubilosos de haber sido perdonados. Se nos otorgó la oportunidad de comenzar de nuevo. ¡Obtuvimos más tiempo de vida! Con esto tenemos la oportunidad de adquirir más vida eterna. ¡No hay en este mundo nada más valioso! Por eso demostramos nuestro júbilo cantando y bailando ante nuestro Padre Piadoso.

 

Ahora bien, ¿cómo es que debemos manifestar esa alegría? ¿Haciendo bromas? ¿Comprando algo? ¿Embriagándonos? Cuando la persona busca alegría satisfaciendo sus deseos materiales, nunca va a alcanzar; siempre le faltará algo…

 

La verdadera alegría es la espiritual, la que proviene del alma. El alma sabe que este mundo es pasajero y atesora para el Mundo Venidero hechos buenos, Torá y el cumplimento de las mitzvot.

 

Faltaba un día para la fiesta de Sucot y llovía torrencialmente. Rab Mordejai de Lejovitz miraba por la ventana, esperanzado en que al siguiente día pudiera comer dentro de la sucá. Vio acercarse a un anciano que rengueaba lentamente hacia su puerta. El Rab se apresuró a abrir e invitó al hombre a entrar. “Lamento molestarlo”, dijo el visitante. “Soy un pobre zapatero y no tengo madera para construir mi sucá. Escuché que usted compra tablas de madera y las regala a los pobres para que construyan sucot. ¿Podría ser tan amble de obsequiarme unas cuantas?”. El Rab lo miró con ternura y le dijo: ¿Cómo no vino antes? Es cierto que regalo bastantes tablas, pero ya es tarde y no quedó ninguna. En verdad lo siento”. El anciano inclinó la cabeza tristemente y le dijo: “Es usted muy amable de todos modos. Agradezco que me haya escuchado. No quiero quitarle más el tiempo”. Se levantó y con desilusión partió.

 

Rab Mordejai lo observó con angustia mientras él caminaba con pasos cansados. Levantó sus ojos al Cielo y exclamó: “¡Hashem, mira cómo tu pueblo obedece tus mandamientos! Aquí hay un hombre pobre y rengo que viene bajo la lluvia para buscar la forma de construir una sucá. ¡Y mira cómo sufre porque no puede!”. Rabí Mordejai llamó a su hijo Yosi y le dijo: “¡Desarma rápidamente nuestra sucá y empaca todas las cosas que están dentro! Las llevaremos a otro lugar”. La lluvia paró milagrosamente, y esa noche, Rabí Mordejai y su familia pudieron comer en la sucá a pesar de todo. Solo que la sucá no se encontraba en el patio de su casa. Estaba al lado de la casa del pobre zapatero, quien celebró el Sucot más alegre de su vida, gracias al generoso regalo de Rabí Mordejai.[i]

 

La verdadera alegría se consigue cuando estamos conscientes de que este mundo es tan pasajero como la sucá. Si creemos que este mundo es el objetivo de la vida, y lo consideramos como nuestra “casa fija”, jamás llegaremos a experimentar la verdadera felicidad. Si entendemos esto, dejaremos de “matarnos” por conseguir aquello que realmente no tiene valor, y por consiguiente podremos estar satisfechos con lo que Hashem nos otorgó para poder pasar los 120 años. Los placeres de la vida son efímeros y por eso en estas fechas nos hemos privado de casi todos los placeres mundanos, como comer, dormir, estar dentro de nuestra casa, etc. ¡Esto no es lo primordial en la vida! La plena felicidad no llegará al propio espíritu por medio de la gratificación de los deseos físicos. La única forma de adquirir la felicidad perfecta es encontrar la realización espiritual, que conduce hacia el sentimiento de plena satisfacción con el estado material de cada uno.[ii] Y hay algo más para poder sentirnos plenos y felices: hay que alegrarnos con lo que tienen los demás y compartir con los que no tienen.

 

De esto aprendemos lo vital que debe ser para el yehudí ayudar a su prójimo. En el libro Orjot Tzadikim (“Shaar HaAhabá”), encontramos cuál es el comportamiento que debe mostrar un hombre con su compañero. Debemos preocuparnos igualmente tanto por los ricos como por los pobres. Debemos prestar dinero a todo el que necesite un préstamo; hacer presentes a los pobres conforme a nuestra capacidad. Debemos ser honestos en nuestros tratos comerciales y tolerantes en asuntos de menor importancia. Es nuestro deber procurar el placer de los demás y no a la inversa; tenemos que hablar amablemente a todos. Si alguien nos engaña, no podemos comportarnos de la misma manera con él. Debemos compartir el pesar de otros, pero no ocasionar molestias a los demás. No discutamos con ninguna persona. Saludemos a todas las personas con alegría y una placentera expresión en el rostro, porque esto habrá de fortalecer el amor. Tratemos a los demás para su bien. Cuando otros estén tristes o preocupados, confortémoslos. Si alguien nos confiara su secreto, no lo revelemos a los demás, aunque esa persona nos haga enojar. No hablemos mal de los demás, y no escuchemos cuando otros nos hablen mal de alguien. Tratemos siempre de hallar méritos en otros. Debemos honrar a todas las personas con hechos y con palabras. No actuemos con aires de superioridad hacia ninguna persona. ©Musarito semanal

 

 

 

 

“La alegría comienza en el mismo momento en que dejas de buscar tu propia felicidad y procuras la de otros.”

 

 

 

 

 

[i] Descanso y alegría, págs. 119-120, Rab Mordejai Katz.

 

[ii] Musar HaTorá, pág. 63.

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.