El juicio está muy cerca, ¿ya estás preparado?

 

“Todos ustedes están firmemente parados en este día delante de Hashem: los jefes de sus tribus; los ancianos; sus oficiales; todo hombre de Israel; sus niños; sus esposas, y el extranjero quien está en medio de tu campamento, desde el leñador hasta el aguatero” (19:9-10).

 

Hoy fue creado el mundo y en este día se paran para ser juzgadas todas las criaturas.[1]  Tenemos frente a nosotros el día de Rosh Hashaná. En pocas horas, estaremos todos parados delante del Rey del mundo, Él revisará nuestros hechos y determinará nuestro destino: Todos pasan delante del Todopoderoso como el rebaño de ovejas pasa delante del pastor. En ese momento se decidirá la vida, la salud, la sabiduría y el sustento de cada ser en particular y también del mundo en general…

 

Rosh Hashaná se conmemora el mismo día en el que Hashem insufló el espíritu de vida dentro del ser humano. En el mismo día de su creación el hombre pecó, fue juzgado y perdonado. ¿Por qué todo en el mismo día? Hashem le dijo: "Esta será una señal para tus hijos. Así como tú has sido favorecido en el juicio, en el futuro tus hijos serán juzgados y absueltos también en este día". ¿Acaso Adam salió absuelto del juicio? Fue expulsado del Gan Eden, perdió sus privilegios, allí disfrutaba de la Presencia Divina y todas sus necesidades eran satisfechas.

 

Debemos entender que existe una gran diferencia entre el juicio Celestial y el terrenal. Cuando un tribunal en la tierra sentencia a un transgresor, lo castiga por haber infringido la ley y también para que el resto de la población entienda que quien ose contravenirla, tendrá que responder por ello. Adam desobedeció la orden Divina y la sentencia de Hashem no fue para que sufriera por ello, lo hizo para que su error se corrigiera y regresara a su estatus anterior.

 

Los tiempos de la Shoá fueron terribles para los judíos. Fueron torturados y masacrados en forma brutal. Seis millones de sacrificios fueron ofrecidos a Hashem como expiación de los pecados de Su pueblo. Las profecías que fueron advertidas en Perashat Ki Tabó se cumplieron casi en su totalidad. Uno de los residentes del espantoso campo de concentración de Buchenwald era un anciano Rabino de Polonia. Llegó a tal punto de resignación que se decía a sí mismo: “Soy un ser afortunado, estoy siguiendo los pasos de Rabí Akiva, quien falleció como un mártir de su fe”.

 

Como todos los que iban al campo de concentración, el anciano Rabino había dejado tras de sí la mayoría de sus posesiones. Logró ocultar un pequeño cofre que protegía más que a su vida, el baúl, escondía sus más valiosos tesoros: un pequeño Séfer Torá y un Shofar.

 

Cada Shabat el Rab solía reunir un grupo de hombres y les leía la Perashá de la semana de su pequeño Séfer Torá, esto de algún modo, les daba fuerza, coraje y fe a los judíos para que pudieran mantener el deseo de vivir.

 

Poco antes de Rosh Hashaná, el Rab reunió a un puñado de hombres y les sugirió que hicieran un Minián (quórum de diez personas que son requeridas para rezar). “Quizás Hashem escuche nuestras plegarias y alivie nuestras preocupaciones”. Uno de los cautivos le preguntó: “¿Para qué necesitamos un Minián, igual no tocaremos el Shofar?”. El Rab respondió: “¿Quién te dijo que no lo tocaremos? ¡Claro que lo haremos sonar!”. El cautivo exclamó: “¡Cómo que lo haremos! Usted sabe muy bien lo que puede pasar. Ellos están esperando cualquier pequeña excusa para matarnos... ¿Por qué quiere exponer nuestras vidas innecesariamente por el Shofar?”. El Rab le respondió: “Hijo mío, igual estamos en peligro, no importa lo que hagamos o dejemos de hacer, nuestros cuerpos ya son de ellos, estos asesinos tienen permiso de hacer con nosotros lo que les plazca. Lo único que nos queda en esta vida es nuestro espíritu, ¿También se los vamos a entregar…?”.

 

En la mañana de Rosh Hashaná, el pequeño grupo de judíos se levantó muy temprano. Nunca habían rezado tan fervientemente. Cuando llegó el momento de tocar el Shofar, los judíos allí reunidos contuvieron la respiración, el Rab llevó el cuerno hacia sus labios y sopló, un fuerte sonido de “Tekía” se escuchó por toda la barraca, siguieron los “Shebarim” y la “Teruá”.

 

Pasaron algunos segundos, un estruendo los sacó de su concentración, la puerta de la barraca fue arrancada de sus bisagras, una espesa nube de tierra llenó el recinto y cuando se dispersó apareció ante los ojos de los asustados judíos un batallón de milicianos nazis portando sus rifles. El comandante vociferó: “¡Ahora sí los he atrapado con las manos en la masa, son ustedes unos traidores! Los pesqué tratando de enviar señales al enemigo para que nos bombardeen; ahora entiendo porque hemos sido últimamente atacados por los aviones enemigos”. Uno de los reclusos intervino: “Esto no es lo que usted piensa, es el sonido del Shofar y es parte de nuestras plegarias de las festividades”. “¡Silencio!”, gritó el comandante. “¡Ahora mismo, díganme quien pasó de contrabando ese cuerno y quién fue el que lo hizo sonar! ¡Entréguenmelo y el resto de ustedes podrán salir libres!”, ordenó terminante.

 

Nadie respondió... El comandante exigió: “¡Entréguenlo ahora o de lo contrario elegiré veinte de entre ustedes y los fusilaré a todos!”. De nuevo el silencio reinaba en el recinto... Veo que eligieron la segunda opción…”. Ordenó poner en fila a veinte hombres y ajusticiarlos delante de los demás, así aprenderían la lección. El Rab estaba por dar un paso adelante, y en ese mismo instante comenzó a sonar la alarma de ataque aéreo. ¡Un allanamiento! Todos comenzaron a correr, mientras un avión se lanzó sobre ellos y dejó caer una bomba. Los alemanes huyeron como conejos asustados en busca de refugio, muchos de ellos fueron ajusticiados con las explosiones. En la confusión, los prisioneros judíos lograron escapar al bosque. Más tarde, cuando los reclusos se reunieron alrededor del Rab para debatir el milagro, él les dijo: ¡Cuánta razón tenían los alemanes cuando dijeron que el Shofar era una señal, no para los aliados, sino para nuestro Padre del Cielo!”.

 

Querido Yehudí, aprovecha estas pocas horas que faltan para el juicio, Hashem desea que te superes y que corrijas tus faltas, no se trata de ser una mejor persona, sino una persona diferente.[2] ¡Qué favor tan grande te está haciendo Hashem! Imagina que después de los 120 años tengas que rendir cuentas por todo lo que hiciste en la vida. Cada año y año te ofrece la oportunidad de analizar tu hechos, de doblegar tu corazón y retornar a la senda correcta, Cuanto más expreses tu deseo de hacer la voluntad de Hashem, así encontrarás la bendición Divina y tendrás el mérito de ser escrito en los libros de la vida llena de bienestar, dicha y felicidad. Amén. ©Musarito semanal

 

 

El virtuoso se sentirá siempre alegre y nunca triste con lo que el Todopoderoso le ha deparado, porque comprende que todo lo que Él dispone es para el mejor fin de las personas. Pues la palabra del Eterno es recta y toda su obra está hecha con verdad.”[3]

 

 

 

 

 

 

[1] Liturgia de Rosh Hashaná

 

[2] Saba Mislabodka

 

[3] Ibn Ezra; Tehilim 33:4.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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