Abraham y sará, una pareja ejemplar

 

“El hombre ayuda a su prójimo, y a su hermano dijo: Fortalécete”

 

(Haftarat Perashat Lej Lejá, Yeshayahu 41:2).

 

 

La relación que guarda la mencionada Haftará con la Perashá de Lej Lejá es que contiene una alusión a Abraham Abinu: “¿Quién hizo despertar desde el Oriente, la justicia proclamó a su paso? Le entregó pueblos, y reyes él sometía. Los tornó cual polvo con su espada; cual hojarasca al viento con su arco. Los persiguió, transitó en paz por sendas que con sus pies no había pasado”.[1] Hashem hizo surgir a Abraham Abinu para salir desde la tierra de Oriente, que era su tierra natal... “Le entregó pueblos, y reyes él sometía...” hace referencia a la batalla que emprendió Abraham contra los reyes para liberar a Lot.

 

Nuestro Patriarca comenzó la formación de nuestro pueblo. Fue luchando contra toda la ideología de su época. Inculcó en sus descendientes la nobleza y el espíritu de ayudar a los demás. Él nos mostró que no hay mayor regocijo en la vida que el de hacer felices a otros, principio que irradia desde el amor y sus benevolentes acciones. Es un altruismo real practicado con verdad, “en nombre de Dios”. Esto es lo que debe agregarse a la justicia y a la rectitud, para llegar a la verdadera felicidad de la humanidad.

 

Un ciego que vendía panecillos estaba sentado en un banco, afuera de la casa de Rabí Yeshayá de Praga. De pronto vino un policía y le confiscó todo lo que tenía para vender. “¿Qué haré ahora?”, sollozó el hombre. “¿De qué forma me ganaré la vida? ¡Cómo regresaré a mi casa con las manos vacías!”. Rabí Yeshayá alcanzó a oír el lamento de aquel hombre, salió corriendo y le preguntó amablemente: “¿Cuánto valía la mercancía decomisada?”. “¡Diez rublos!”, se lamentó el vendedor, una vez más consciente de su terrible pérdida. Rabí Yeshayá tomó diez rublos y los dio al vendedor. El pobre ciego colmó de bendiciones al rabino.

 

Al día siguiente, el Rab aguardó a que llegara el vendedor. Apenas arribó, Rabí Yeshayá le compró todos los panes pagándole con un billete de diez rublos. Y así, todos los días esperaba a que llegara el vendedor y le compraba todo el contenido de su canasta.

 

Al advertir esto, la familia del Rab quedó sorprendida: “¿Por qué no le pagas un sueldo mensual en lugar de esperarlo todos los días para comprarle su mercancía? ¿No sería mucho más fácil para ambos?”. Respondió el Rab: “Tal vez, pero no es eso lo que intento hacer. El ciego siente que es un hombre de negocios exitoso, y que yo le compro sus panes simplemente porque son muy buenos. Así le hago sentir que se gana la vida de un modo digno. ¿No le es ya bastante difícil ser ciego? ¿Por qué yo habría de privarlo de su única satisfacción en esta vida?”.

 

Hay una historia que sucedió hace unos setenta años en Yerushaláim respecto a una familia muy sufrida. Sucede que, por desgracia, los primeros hijos que intentaron traer al mundo fallecieron a los pocos días de haber nacido. Cuando la mujer quedó nuevamente embarazada fueron a consultar a un especialista, quien realizó varios estudios y llegó a la conclusión de que era imprescindible hacer un cambio de sangre al bebé para que pudieran salvarle la vida. Deberían encontrar rápidamente un donante compatible que estuviera dispuesto a donar varias unidades de sangre, para luego transferirla al bebé y sacarle la suya. Cuando nació el bebé, buscaron en varias instituciones altruistas hasta que lograron encontrar al donante que se dispuso a hacer este favor y así la vida del niño se salvó. Pasaron varios años, este bebé creció. Cuando llegó a la edad de casarse, le presentaron a una joven… Y, sin esperarlo, terminó contrayendo nupcias con la hija de su salvador.

 

Hashem dijo a Abraham: Y haré de ti un pueblo grande y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás bendición.[2] En todas nuestras tefilot incluimos el texto: “Dios de Abraham, Dios de Itzjak y Dios de Yaacob”. Y concluimos diciendo Maguén Abraham.

 

Preguntan nuestros Jajamim: “¿Por qué no terminamos mencionando estos tres nombres y sólo nombramos a Abraham?”.

 

Dice la Mishná: “El mundo se sostiene sobre tres pilares: el estudio de Torá, el servicio a Dios y los actos de bondad”. Cada uno de los Patriarcas personifica uno de estos pilares. Abraham representa el jésed;[3] Itzjak representa la abodá (el servicio);[4] y Yaacob el estudio de la Torá.[5]

 

Conforme a Rashí, el pasuk está proyectando la historia de Israel. Habrá un tiempo en que la principal relación entre los judíos y Hashem será el estudio de la Torá, probablemente en el tiempo de la Mishná (Eloké Yaacob). En otros tiempos será mediante el servicio en el Bet HaMikdash o la tefilá (Eloké Itzjak), y habrá un periodo cuando sea mediante el jésed (Eloké Abraham).

 

No obstante, la “fase final” de la diáspora y la venida del Mashíaj no dependerán de los tres pilares, sino del mérito de los actos de bondad y favor, solamente personificado por Abraham.[6]

 

La herencia dorada que nos legó nuestro Patriarca Abraham, entre otras, fue la filantropía. Todo yehudí posee un corazón de oro. Pero esto no basta; hay que sacar ese “oro” y utilizarlo para ayudar a los demás. Todos aquellos que poseen estas tres cualidades son de los discípulos de Abraham Abinu; son generosos, sinceros y humildes.[7]

 

En la ciudad de Radin, donde vivía el Jafetz Jaim, había un farmacéutico que había dejado por completo el judaísmo. Un día el Jafetz Jaim entró a su negocio, comenzó a conversar amablemente con él y lo abrazó mientras le decía: “Estoy muy celoso de su porción en el Mundo Venidero. Es usted un hombre con grandes méritos, pues ha salvado tantas vidas. Salvar una vida es un favor invaluable y, si no fuera por usted y sus medicamentos, miles de personas habrían muerto”.

 

El hombre estaba muy emocionado por las palabras del Jafetz Jaim, pero le respondió con sinceridad que él simplemente estaba haciendo su trabajo y le estaban pagando generosamente por sus labores.

 

El Jafetz Jaim dijo: “Tiene usted derecho a que le retribuyan económicamente por su trabajo para poder así mantener a su familia. Le recomiendo que, cuando despache un medicamento, piense en la intención de ayudar a salvar vidas, para que de esa manera su trabajo lo eleve y pueda obtener una mayor recompensa en el Mundo Venidero”.

 

Este boticario siguió el consejo del Gaón. Cada vez que dispensaba medicamentos ponía en su mente cumplir el precepto de salvar vidas, y en poco tiempo comenzó a experimentar una transformación. Empezó a saludar a las personas de manera más cordial; procuraba recomendar el mejor medicamento y preguntaba por la recuperación de sus clientes. Atendía con más paciencia y explicaba a sus clientes cómo tomar cada uno de los medicamentos. Así se hizo evidente para él que había muchas otras mitzvot que lo aguardaban y eventualmente comenzó a observarlas con alegría…

 

Abraham era viejo y llegó con sus días.[8] Mucha gente puede llegar a envejecer sin tener sus días. Pero Abraham y Sará tenían un crecimiento diario. La Torá atestigua que Abraham podía dar cuenta de lo que había cumplido cada uno de los días de su vida. No sólo en años, sino que le era posible recordar cada día y decir qué había realizado en él. Respecto a Sará, la Torá también certifica: Los años de la vida de Sará.[9] Ella fue un modelo de continuidad, tanto en su comportamiento ético como en su belleza.[10]

 

Rab Shlomo Zalman Oyerbaj, vivió en Yerushaláim. Nunca pretendió lujos y vivió en casa de sus suegros. Era una casa de dos habitaciones; una la ocupaban él y su esposa junto con sus hijos, y en la otra dormían sus suegros. El día en que falleció su esposa, miles de personas se reunieron para despedir a la Rebetzín y consolar a Rab Shlomo Zalman. Hay una costumbre de que, cuando una persona fallece, la gente se acerca al cuerpo del difunto y le piden perdón.

 

Rab Shlomo Zalman se paró a decir unas palabras hacia su esposa, y dijo así: “Es costumbre pedir disculpas. ¡Vivimos cincuenta años juntos! Sé que tengo que pedirte disculpas como lo marca la costumbre, pero yo no te pido perdón…”. De repente hubo un silencio total. Las miles de personas que se encontraban allí enmudecieron ante la declaración del gigante de la generación. No entendían lo que estaba pasando. Rab Shlomo Zalman continuó: “No te pido perdón, porque no tengo de qué pedirte perdón. ¡Nunca te falté, nunca te ofendí, nunca hice algo por lo cual tendría que pedirte una disculpa!”.

 

La Torá nos narra que cuando falleció Sará, Abraham le hizo un hésped. No tenemos detalles de lo que dijo allí, pero podemos estar seguros de que fue algo muy similar a lo que dijo Rab Shlomo Zalman. Y seguramente, si la situación hubiese sido que Abraham falleciera antes, escucharíamos las mismas palabras de Sará. ¡Esta es una pareja ejemplar! ¡Es un modelo a seguir!

 

Abraham y Sará obtuvieron lo máximo posible en su vida. Hashem conoce los días de los íntegros.[11] Así como ellos son íntegros (completos, sin divisiones), también sus años son íntegros. El tiempo es el reloj de la vida. No malgastemos nuestro tiempo, pues de esa materia está compuesta la vida. Hilel dijo: “Si no soy para mí mismo, ¿quién es para mí? Y cuando soy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?”.[12]©Musarito semanal

 

“El Eterno aprecia los días de los íntegros, y su heredad será para siempre.”[13]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Yeshayahu 41:2, 3.

 

[2] Bereshit 12:2.

 

[3] Ídem 21:33.

 

[4] Ídem 24:63.

 

[5] Ídem 25:27.

 

[6] Rab Tzvi HaCohén Kaplan.

 

[7] Pirké Abot 5:19.

 

[8] Bereshit 24:1.

 

[9] Ídem 23:1.

 

[10] Bereshit Rabá, Noaj 1.

 

[11] Tehilim 37:18.

 

[12] Pirké Abot 1:14.

 

[13] Tehilim 37:18.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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