La guerra contra el enemigo (el yétzer hará) nunca termina

 

 

 

“Cuando salgas a la guerra sobre tu enemigo…” (20:1).

 

 

Hay una guerra que se libra cuerpo a cuerpo contra el enemigo que osa invadir y despojar el patrimonio de una nación. Cuando esto sucede, los soldados salen a salvaguardar la seguridad del país. Y hay otro tipo de guerra, que llega a ser más difícil de librar; es cuando se lucha contra otro tipo de adversario que intenta corromper la ideología nacional. El adversario se encuentra dentro de la misma ciudad e incluso suele hacerse pasar como aliado. De la misma forma, la persona vive un constante enfrentamiento ideológico contra su yétzer hará (el instinto maligno), cuya misión es intentar sacarnos del camino del bien. Para lograrlo, utiliza todo tipo de artimañas para engañarnos y así conseguir su vil cometido. La estrategia que mejor le funciona es la de hacernos pensar que lo vencimos. Cuando consigue convencer a su víctima de su victoria, es el principio de la perdición de quien se jacta de su aparente triunfo.

 

Por eso nos advierte la Torá: Cuando salgas a la guerra contra tu enemigo…. Quiere decir: “Si te mantienes alerta, si tomas las medidas precautorias y estás consciente de que cada día debes salir a la guerra contra tu enemigo (el yétzer hará)”, entonces Hashem lo entregará en tu mano y podrás vencerlo. Si no fuera por la ayuda de Dios, el hombre nunca podría someter a su inclinación malvada.[1]

 

Nunca te confíes, pues aunque le hayas ganado un poco de terreno, nunca se rendirá. Tendrás que luchar contra él durante toda tu vida y esa lucha terminará hasta que Hashem decida el momento en que debas abandonar este mundo. En ese momento se verá quién fue el vencedor y quién el vencido. Por eso debemos cuidarnos de nunca pensar que ya lo vencimos, porque esa es su arma más letal. La táctica por emplear es ir ganándole poco a poco. Para eso tenemos armas, que son: Torá, mitzvot y maasim tobim. La más pequeña victoria que obtengas sobre el espíritu maligno, apréciala como significativa, de forma que sea un peldaño hacia una victoria mayor; pero a la vez debes ser más cauteloso, debido a que mientras más te fortalezcas, él lo hará también…

 

Cierta vez un campesino se dirigió a la ciudad para abastecerse de comida y todo lo necesario para su familia. Entró a una tienda y pidió harina. “¿De qué tamaño quieres tu bolsa?”, preguntó el tendero. “Pues… una grande”, respondió el cliente. Le mostró un costal que se encontraba cerca de una de las paredes. “Aquí tienes tu bolsa. Dentro del costal vas a encontrar una pequeña pala para que te surtas de toda la harina que desees.”

 

El campesino fue hacia el costal, lo abrió y comenzó a llenar de harina la bolsa que había recibido. Llenó la bolsa hasta un cuarto de su capacidad y la entregó al tendero, quien la colocó en uno de los platillos de la balanza y, del otro lado, colocó las pesas medir. “¿Quieres aumentar la cantidad de harina, o así te parece bien?”, preguntó al campesino. El aldeano fue hacia el costal, tomó la pala y la vació en la bolsa que todavía se encontraba en la balanza.

 

“¿Eso es todo lo que quieres llevar?”, preguntó de nuevo el tendero con amabilidad. “¿Puedo agregar más?”, preguntó el campesino con timidez. “¡Claro, hombre! ¡Toma todo lo que desees!”, fue la respuesta del tendero. El cliente dijo con entusiasmo: “Mi abuela me enseñó que no debe despreciarse ningún ofrecimiento, así que con permiso…”. Tomó la bolsa, la llevó hacia el costal y la llenó hasta el borde. La llevó a la balanza y la depositó de nuevo en el platillo. El tendero colocó del otro lado las pesas correspondientes y le dijo: “Son cincuenta rublos”. “¡¿Cincuenta rublos!?”, dijo sorprendido el campesino. “Mi esposa me pidió un solo rublo de harina. ¿Cómo pretendes que te pague cincuenta?”. “¡Si serás necio!”, le gritó el tendero. “¿Por qué me hiciste perder mi valioso tiempo con tus juegos? ¡¿Crees que no tengo cosas que hacer en todo el día..?!”. “¡Tú tuviste la culpa!”, se defendió el campesino. “Tú me incitaste una y otra vez a agregar harina a la bolsa.” “¡Eres más necio de lo que creí!”, le dijo el tendero. “¿No sabes que nada en la vida es gratis? ¿Acaso no te fijaste en que por cada palada de harina que ponías en la bolsa yo agregaba la misma cantidad en peso del otro lado de la balanza, y el precio subía equivalentemente…?”.[2]

 

En ocasiones la persona olvida que nada en esta vida es gratis. No se da cuenta de que a cada “cucharada de harina” que adquiere le están agregando al mismo tiempo, en el otro platillo de la balanza, el peso equivalente al mal instinto que acompaña cada “éxito” que obtiene. Cuanto más elevado sea el nivel que alcance una persona, mayor será la lucha que debe librar contra su fuerte impulso al mal.[3] ¿Desafío difícil? ¡Vaya que lo es! Pero es para el bienestar de la persona. Si fuera de otra manera, se convertiría en una contienda desigual y el propósito de la creación del hombre ya no tendría razón de ser debido a que el hombre vino a este mundo a ganarse, por medio de la lucha contra su instinto negativo, su lugar en el Mundo Venidero.

 

Antes de enfrentar a un enemigo, lo primero que debemos hacer es conocer sus fortalezas y sus debilidades. ¿Sabes dónde se encuentra el instinto maligno? En los lugares que piensas que no se encuentra.[4] Él intenta incansablemente encontrar tu lado débil, para hacerte caer en sus engaños. Otra de sus artimañas es apresurar a su víctima a cometer el acto; cuando se te antoja algo, te apremia para que actúes precipitadamente con el fin de no darte tiempo para reflexionar, pues si piensas en lo poco que dura el gusto te darás cuenta de que no fue tan placentero ni tan delicioso como te lo presentó.[5]

 

Otra de sus estrategias es menospreciar lo bueno que haces. Te hace pensar que no es gran cosa, que podrías hacerlo mejor; hasta te muestra otros que te superan en el acto en cuestión y te dice: “¿Para qué sigues? No lo haces tan bien”. Y después de perder el valor de tus acciones, pierdes la alegría. Es entonces que te encuentras vulnerable para caer en el pecado. Por eso nos aconsejan los Jajamim: “Aléjate de toda tentación y de toda persona que pudiera influenciarte para pecar”.

 

¿Cuál es la debilidad del yétzer hará? ¿Cómo podemos contener su ataque? El Todopoderoso puso en nuestras manos ciertas defensas que, si las utilizamos adecuadamente, nos ayudarán a lograrlo. Primero necesitamos saber qué es lo que él busca. Este villano atenta contra nuestra vida. Los 120 años que Hashem nos concede en este mundo no le interesan; él va sobre algo mucho más valioso: quiere abatir la vida eterna. Si tenemos esto siempre presente, vamos a defenderla sin tregua. Sacaremos, si es necesario, nuestras fuerzas ocultas para huir del peligro que nos acecha.

 

Dice la Guemará: “Si te encuentras con ese villano (el yétzer hará), llévalo al Bet HaMidrash. Si es una roca, se desmoronará; si es de hierro, se hará pedazos”.[6] Este es el mejor consejo. Sin embargo, tiene una condición: Ki Tetzé (“cuando salgas”), es decir, cuando te sientes a estudiar en el Bet HaMidrash, “sal” de tu negocio, de tu casa, de cualquier cosa que pueda distraerte; y así lo pondrá Hashem en tu mano. ©Musarito semanal

 

“He creado el yétzer hará (instinto maligno). Y también he creado su antídoto, que es la Torá. Si ustedes estudian Torá, no caerán en su trampa.”[7]

 

 

 

 

 

 

[1] Kidushín 30b.

 

[2] Mathamim LeShulján Shabat; Perashat Vayikrá.

 

[3] Sucá 52a.

 

[4] Rab Naftalí de Rofshitz.

 

[5] Yerushalmí, Shabat 14b.

 

[6] Sucá 52b.

 

[7] Kidushín 30b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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