Perashat Debarim

 

 "Estas son las palabras que Moshé habló a todo Israel". 1:1

 

 

Cuando Hashem le informa a Moshé que habría que morir luego de la batalla con Midián, se ocupó en reunir a todo el pueblo y reprenderlos. Los que habían salido de Egipto ya no estaban. Moshé se dirigió a la nueva generación que había nacido en el desierto; les mencionó los lugares donde sus padres se habían revelado contra Hashem, estaba advirtiéndoles en forma sutil que no cometieran los mismos errores de sus antepasados, ya que esto les había impedido el ingreso a la Tierra Prometida.

 

El método que utilizaba Moshé para impartir una enseñanza al pueblo era de la siguiente forma: primero se lo decía a Aharón, luego lo repetía delante de él y de sus hijos, después lo reiteraba a todos ellos junto a los ancianos y finalmente lo impartía a todos ellos junto a todo el pueblo, de esta forma se aseguraba de que el mensaje quedaba bien entendido y grabado en la mente de todos los presentes.[1] En esta ocasión, Moshé utilizó un método de enseñanza distinto, se dirigió directamente al pueblo y no como lo mencionamos, ¿Por qué cambió el procedimiento? Responden los Jajamim que Moshé quería darles la última lección, la más importante de todas: “Los reúno ahora a todos para decirles que sé que todo lo que les instruí en mi vida lo llevarán a la práctica, sin embargo deben saber que si no hay unión entre ustedes, todo será en vano, no va a cumplir su finalidad; pero si entre ustedes hay hermandad, todo lo que hagan será bien recibido ante el Creador y estarán siempre colmados de Su bendición.[2]

 

Esta Perashá siempre se lee unos días antes de Tishá BeAb (ayuno en el que se recuerda la destrucción de Yerushalaim), esta es la fecha más nefasta del calendario hebreo. Está escrito que el primer Bet HaMikdash se destruyó porque el Am Israel había cometido tres pecados capitales: Adulterio, idolatría y asesinato. Después de setenta años, el segundo Bet HaMikdash fue reconstruido y esta vez fue arrasado por el pecado de odio gratuito. El Talmud pregunta: ¿Cuál de los pecados fue peor? Responde: Basta con analizar lo que sucedió con cada uno. El primer Bet HaMikdash se erigió después de setenta años, el segundo se destruyó hace casi dos mil años y aún no ha sido reconstruido; esto demuestra que sin duda, el causal de la destrucción, que es “el odio” es el peor de los pecados. Podemos deducir que la única solución que hay para la redención definitiva es desarraigar el odio injustificado y en su lugar promover y poseer el amor sin la necesidad de motivos.[3]

 

El Bet Hakneset se encontraba a media luz y la congregación sentada en el suelo. La aflicción se palpaba en el aire, mientras recitaban con lastimeros gemidos las lamentaciones. Era la noche de Tishá BeAb. Entre los asistentes se encontraba un hombre invidente, se levanta y se acerca a otra persona y le pide que lo acompañe a su casa. Este le responde que no puede hacerlo debido a que no había terminado aún de recitar las lamentaciones. El Rab Yejezkel de Kuzmir se encontraba cerca y le dice al vidente: “Puedes seguir lamentándote; pero no por la destrucción del Bet HaMikdash que afectó a todo el Am Israel, sino por tu propia destrucción. Porque no eres capaz de ayudar a una persona necesitada que te solicita asistencia….[4]

 

Todo amor que depende de una cosa, al anularse tal cosa se anulará también el amor. Y cuando no depende de otra cosa, el amor se mantiene por siempre.[5] Toda clase de amor que surge por alguna razón externa, es decir, por algún beneficio o goce material, cuando la causa de dicho amor se termine, el amor también cesará por sí mismo. De igual forma, todo odio que es provocado por un factor externo, al anularse dicha cosa el odio también desaparecerá. La Mishná nos trae el ejemplo de Amnón y Tamar,[6] él la amaba por su belleza, por lo tanto, cuando consiguió poseerla, el factor de su amor desapareció y la odió. Por otro lado vemos el aprecio genuino que había entre David y Yonatán, los dos perseguían un interés común: el cumplir cabalmente con la voluntad de Hashem. Y a pesar de que Yonatán era hijo del rey Saúl, y aparentemente debía heredar la corona de su padre, le dijo a David: Tú reinarás sobre Israel y yo seré tu súbdito.[7]

 

Tomando en cuenta esto, podríamos aducir que la Mitzvá de Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Hashem,[8] consiste en querer desinteresadamente a nuestro prójimo y preocuparnos por todas sus necesidades. ¿El motivo? Porque Yo soy Hashem, quiere decir, porque él, al igual que tú, es una de Mis Creaciones,[9] tal y como lo hace un padre que desea que todos sus hijos se amen y que se ayuden mutuamente.

 

Uno de los pilares para mejorar las cualidades, es trabajar sobre el amor desinteresado. Debemos llevar esto a la práctica, simplemente por la sencilla razón de tu semejante es como tu hermano, fue creado a imagen y semejanza del Creador: Imaginemos a una persona que va caminando y una de sus piernas choca con la otra, se cae y se lastima su cara. ¿Acaso puede pensar esa persona golpear a su pierna por lo que le hizo?  ¡Es parte de su propio cuerpo! De la misma forma, si alguien lo hace sufrir o lo perjudica, no debe vengarse de él ni guardarle rencor, ya que todos somos como un sólo cuerpo, salimos de una misma procedencia. Dañar a otro sería como dañarse a sí mismo, sólo se debe pensar que si tuvo que pasar un mal momento es porque eso estaba decretado sobre él y el otro no tiene la culpa. El Ahavat Jinam incluye muchas Mitzvot tal como ser generosos, prestar dinero, pagar en tiempo a los empleados, visitar enfermos, alegrar a los novios, dar caridad. Y esencialmente seguir las conductas de Hashem; así como Él es piadoso también nosotros debemos ser. Así mismo debemos cuidar el no engañar, no hablar mal de los demás, no vengarse ni guardar rencor, no tener odio en el corazón y muchas Mitzvot más que debemos cumplir con nuestros semejantes.[10] “Pareciera tan sencillo corregir las cualidades de orgullo, envidia y ambición que siempre les exigimos a los demás que las corrijan” pero cuando de nuestros actos se trata, somos siempre contemplativos con nosotros mismos justificando cada error con todo tipo de argumentos…. El verdadero amor al prójimo, es poder juzgarlo con la misma vara que utiliza para él mismo.[11]

 

La Providencia Divina se encuentra en el exilio al igual que nosotros. Todos queremos ver la sagrada ciudad de Yerushalaim reconstruida en todo su esplendor, eso depende de cada uno y uno de nosotros. Cada uno de nuestros corazones es como un ladrillo del Bet HaMikdash, mientras que todo el material se encuentre desparramado por doquier, nada se puede construir, pero si cada uno toma el lugar que le corresponde, sin criticar, sin envidiar a los demás, entonces podremos formar bellas paredes y así la Shejiná retornará a su morada y Hashem podrá afirmar: Me harán un Santuario y moraré entre ellos…[12]" ©Musarito semanal

 

 

“El hombre mismo debe tornarse un santuario para el espíritu Divino”.[13]

 

 

 

 

 

[1] Ver Shemot 34:32

 

[2] Yájad Harim Yeranenú, 323

 

[3] Yomá 9b

 

[4] Ahabat Jinam 77

 

[5] Pirké Abot 5:16

 

[6] Shemuel II 13:1-19

 

[7] Shemuel I 23:17

 

[8] Vayikrá 19:18

 

[9] Sifrí

 

[10] Ver el Rambam en el “Sefer HaMitzvot”

 

[11] El Jazón Ish

 

[12] Shemot 25.8

 

[13] Rab Baruj de Medziboz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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