La guerra contra el instinto maligno

 

Perashat Matot

 

 

“Y dijo a ellos Moshé: ¿Acaso dejaron con vida a todas las mujeres? Si ellas fueron una trampa en el consejo de Bilam…” (31:15-16).

 

 

 

Moshé reprendió a los soldados debido a que habían traído al campamento mujeres midianitas que tomaron como botín. Antes de la batalla Moshé les había ordenado acabar con toda la población y ellos, cegados por el deseo, dejaron con vida a aquellas mujeres, cuya seducción había provocado el pecado que atrajo la plaga que costó miles de vidas. Los soldados argumentaron delante de Moshé que no tuvieron la fuerza para resistirse a la tentación. La persona está obligada a tomar precauciones para aislarse de malas incitaciones, ya que se le considera responsable de sus acciones.

 

Un poco más adelante leemos en nuestra Perashá: “Y dijo Elazar HaCohén a los hombres del ejército que vinieron a la guerra: Toda cosa (utensilio) que sea pasada por fuego (para cocinar), será pasada por fuego y se purificará…”. [1]

 

Encontramos algo extraño en el texto: ¿por qué dice que venían a la guerra? En realidad regresaban de la batalla con Midián.

 

La respuesta es la siguiente: frente a la guerra que la persona libra contra su instinto maligno, la guerra física resulta insignificante. El yétzer hará es un enemigo despiadado, no cesa de atacar a la persona, ni siquiera en su último respiro de vida. Los soldados que habían luchado contra los midianitas se enfrentaban ahora a la soberbia y el deseo. Esta es la batalla más difícil; esto es lo que quiere enseñarnos la Torá cuando dice que vinieron a la guerra. Debes estar siempre alerta; el enemigo te acecha y busca sorprenderte en todo momento. ¿Dónde se encuentra el instinto maligno? En los lugares en que piensas que no se encuentra.[2] Debemos ser cautos, tener siempre presente que el enfrentamiento con el yétzer hará es incesante. Esta conflagración nunca termina. Esto lo aprendemos de lo que está escrito: Cuando salgas a la guerra sobre tu enemigo, y te lo entregará Hashem en tu mano.[3] Si sabes que todos los días sales a la guerra contra tu enemigo (el yétzer hará), entonces te lo entregará Hashem en tu mano y podrás vencerlo. Pero si crees que ya lo venciste, perderás siempre la batalla. Y por ese motivo, inmediatamente después de que regresaron los soldados de la guerra, les fue encomendada la mitzvá de la purificación de los utensilios de cocina. Toda cosa que fue pasada por fuego, será pasada por fuego. Un utensilio que pudo haber sido utilizado por un idólatra, hay que pasarlo por fuego, para que lo que esté allí impregnado sea destruido con la acción del fuego. Lo mismo sucede con la persona: Cuando la persona cae en manos del yétzer hará, que es de fuego, debe vencerlo con el fuego de la Torá. No tenemos otra forma de escapar de él. Dice el Talmud: He creado el yétzer hará (instinto maligno) y también he creado su antídoto, que es la Torá. Si ustedes estudian Torá, no caerán en su trampa.[4]

 

También hay otro útil consejo: Si te encuentras con ese villano (el yétzer hará), llévalo al Bet HaMidrash. Si es una roca, se desmoronará; si es de hierro, se hará pedazos.[5] Porque la Torá es la luz que ilumina al hombre por el camino que debe ir. No es lo mismo caminar por un sendero oscuro y lleno de trampas que recorrer la misma senda bien iluminada. Aunque estudiemos Torá, debemos ser cautos y saber utilizar su fuego, pues cuando es mal empleado, daña y perjudica. Cuanto más elevado sea el nivel que alcance una persona, mayor será la lucha que tendrá que librar contra su fuerte impulso al mal.[6]

 

Debemos buscar todos y cada uno de los días de nuestra vida en los libros de Musar las estrategias adecuadas para protegernos del yétzer  hará. Además, debemos pedir en nuestras tefilot al Todopoderoso que nos ayude a salir sanos y salvos de la batalla contra nuestro más grande enemigo.

 

El Jafetz Jaim relató lo que ocurrió a un comerciante que regresaba a su hogar en un carruaje alquilado: “Escucha atentamente”, dijo al conductor. “Acabo de ingerir una comida pesada y probablemente me quede dormido durante el viaje. Por ello quiero que vigiles al caballo que tira del carruaje y te asegures de que va por la dirección correcta.” El conductor asintió y al rato el comerciante se quedó dormido dentro del vehículo. El conductor se mantuvo atento al caballo, pero la monotonía del viaje fue más fuerte que él. Además, los ronquidos de su pasajero lo invitaban a unirse al son de su resuello, de modo que también fue vencido por el sueño.

 

Las riendas se le cayeron de las manos. El caballo, al darse cuenta de que el conductor no lo controlaba, comenzó a trotar libremente por el valle. De pronto, galopó hacia una tentadora mancha de pasto. Los saltos del coche sacudieron bruscamente al comerciante, hasta que finalmente se despertó. “¿Qué… qué pasa?”, gritó al conductor. “¿No te dije que vigilaras por dónde íbamos? ¡Si me he roto algunos huesos por estos tumbos, te demandaré ante la justicia!”. “¿Por qué me culpa a mí?”, protestó el conductor. “Yo confié en que el caballo sería lo bastante inteligente como para viajar en forma directa. ¡Si quiere culpar a alguien, cúlpelo a él!”. “¡Tonto!”, replicó el comerciante. “¿Quieres que lleve a juicio a tu caballo? ¿No sabes que el animal corre sin rumbo y no tiene conciencia de lo que hace? Por eso, tu tarea es controlarlo en todo momento. Y si no lo has hecho, entonces es tu culpa.” [7]©Musarito semanal

 

 

“Cuando el yétzer hará venga a provocarte, no debes escucharlo.

 

Pues una vez que te vea pecar, va a traicionarte y volar para acusarte de todo lo que te atreviste a realizar.”

 

 

 

 

 

 

[1] Bamidbar 31:21-23; Rashí.

 

[2] Rab Naftalí de Rofshitz.

 

[3] Debarim 20:1.

 

[4] Kidushín 30b.

 

[5] Sucá 52b.

 

[6] Sucá 52a.

 

[7] Lilmod ULelamed, pág. 207, Rab Mordejai Katz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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