Tu misión en la vida

 

“Y dijo Hashem a Moshé: ¿Quién puso boca en el ser humano? ¿O quién hace al mudo o al sordo, al vidente, o al ciego? ¿Acaso no soy Yo Dios?” (4:11).

 

 

Moshé se encontraba frente a la zarza que ardía sin consumirse. Hashem le informó que sería comisionado para sacar a los yehudim de Egipto y llevarlos a la Tierra Prometida. Debía llevar a Egipto al Faraón, el mensaje de que Am Israel necesitaba salir al desierto a hacer sacrificios para Hashem. Moshé se negó respondiendo que él era indigno de una tarea tan magna, pero recibió la promesa de la ayuda Divina. Hashem le advirtió que el Faraón se rehusaría, pero después de que hubiera sido azotado por las plagas se vería forzado a ceder y los yehudim abandonarían Egipto cargados de riquezas.

 

Moshé deliberó que el pueblo no le creería, razón por la cual le fue otorgado el poder de revelar tres milagros: su bastón se transformaba en una serpiente cuando era arrojado al suelo; y ésta, al ser tomada por la cola, volvía a su forma original. Cuando metía su mano entre las ropas sobre su pecho, al sacarla estaba blanca como la nieve por causa del tzaráat, y al repetir el movimiento, su mano aparecía nuevamente sana. Finalmente, si los israelitas no estuvieran aún convencidos, Moshé debía verter agua del Nilo sobre tierra seca y el líquido se convertiría en sangre.

 

Moshé continuó titubeando y argumentó que tenía un defecto en su forma de hablar: “Soy duro de habla y lento de lengua. Dame habla de tal modo que pueda usar mi boca y mi lengua, y así poder enfrentar al Faraón”. Hashem le respondió: “¿Quién hace que las personas tengan deficiencias como ceguera o sordera? Yo estaré contigo y te mostraré lo que tengas que decir”.

 

Preguntan los Jajamim: “¿Por qué Hashem mencionó padecimientos que Moshé no sufría? Le habló de ceguera y sordera cuando debía mencionar la lengua, que era lo que afligía a Moshé.

 

Hashem quería indicarle que ya antes lo había protegido por medio del habla (había hecho sordos a los sirvientes del Faraón cuando les ordenó matarlo), así también con la vista (hizo ciegos a los verdugos cuando se disponían a ejecutarlo). De igual modo lo protegería en la misión que le estaba encomendando. Su dificultad no representaría un obstáculo para cumplir con su misión.[1]

 

En cierta ocasión una persona se acercó al Maguid de Dubna y le preguntó: “¿Por qué debería yo ser considerado responsable por mis actos? ¡Yo nunca pedí existir! ¡Nunca pedí participar en la vida! ¡Ella me fue dada a la fuerza!”. El Maguid le respondió con una parábola:

 

Un hombre tenía dos hijas, para las cuales no podía hallar marido. Una tenía una lengua depravada y la otra era terriblemente fea. Un casamentero resolvió el problema hallando a un hombre sordo para la primera muchacha, y uno ciego para la segunda. Las dos parejas se casaron y vivían felizmente. Un día, un doctor que pasaba por la ciudad ofreció tratar a los dos hombres por una módica cuota. El tratamiento resultó efectivo, pero cuando intentó cobrar sus honorarios, el hombre que era sordo se rehusó a pagar. Él argumentaba que por culpa del tratamiento su matrimonio fue arruinado, pues día y noche era atormentado por el vil lenguaje de su esposa. El otro hombre dijo que había quedado horrorizado cuando se percató de la fealdad de su esposa. Ambos no solamente se negaban a pagar los honorarios médicos, sino que también hablaban de divorcio. La disputa fue llevada ante un juez, quien falló que ninguno de ellos tenía que pagar, siempre que permitieran al doctor volverlos una vez más sordo y ciego, respectivamente.

 

Cuando ellos escucharon el veredicto del juez se quedaron boquiabiertos, y cuando se recobraron, se negaron a regresar a su condición anterior. “Si es así”, dijo el juez, “entonces ciertamente valoran su oído y su visión. Deben, por tanto, pagar al doctor.”

 

El Maguid dijo al hombre: “Quizás tú no pediste estar vivo, pero si tu vida fuera amenazada, la protegerías celosamente. Entonces no puedes decir que fue a la fuerza, por tanto, serás considerado responsable por tus acciones”.[2]

 

Ajab reinaba en Éretz Israel. A pesar de que era inmensamente rico y poseía muchas tierras y propiedades, ansiaba más y puso sus ojos sobre los viñedos de uno de sus súbditos, Nabot. Sin embargo, Nabot se negó a vender su terreno y esto enfureció a Ajab. Al ver el semblante de preocupación de su esposo, la malvada Izebel ideó un maléfico plan. Dijo al monarca: “Acusa a Nabot de un crimen capital y apodérate de todas sus posesiones”. Al rey le pareció sensato el consejo de su cruel mujer y sobornó a varios hombres para que atestiguaran contra Nabot. Después de un breve juicio se le encontró “culpable” y poco tiempo después fue ejecutado.[3]

 

El Midrash pregunta: “¿Por qué Nabot fue tan cruelmente castigado?”.

 

La respuesta que nos proporciona el Midrash nos lleva a la reflexión. Nabot era poseedor de una magnífica y melodiosa voz. Cuando los yehudim subían a Yerushaláim con motivo de la celebración de las Festividades, Nabot inspiraba a todos con sus tefilot. Pero un día se rehusó a cantar, no porque estuviera enfermo, pues en realidad nada le impedía cantar; simplemente no estaba de humor. La gente en vano le imploró que lo hiciera y él no los escuchó. Olvidó que la persona viene al mundo con una misión. Todo lo que hacemos tiene una consecuencia. Nabot, en cierto sentido, provocó su propia muerte. Tenía que cumplir con la misión para la cual fue creado; cuando Hashem vio que el hombre ya no quería dar más a los otros, fue llamado a casa, pues ya no tenía razón para seguir en el mundo.

 

Hashem proporciona a la persona las herramientas para que pueda cumplir su meta. En el camino le pone pruebas para que se haga meritoria de recibir su porción en el Mundo de la Verdad. La persona suele reclamar: “¿Por qué me mandan pruebas que no soy capaz de superar?”, a lo que Hashem contesta: “¿Acaso en tu negocio no resolvías las cosas ‘inteligentemente’? ¿Acaso no sabías ‘moverte’ por la vida? ¿Quién te dio esa inteligencia? ¿Quién te dio la capacidad, la vida, la salud para poder salir adelante…?”.©Musarito semanal

 

 

 

“Tú no naces por tu propia libre voluntad, y no morirás por tu libre voluntad, y serás responsable ante el Gran Juez no por tu propia libre voluntad.”[4]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Gur Aryé.

 

[2] Viviendo cada día, pág. 80; Rab Abraham J. Twerski.

 

[3] Melajim I 21:1-16.

 

[4] Pirké Abot 4:22.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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