Solidaridad

 

“Vamos, actuemos con astucia respecto a él, no sea que se acreciente. Y sería que cuando sucediere guerra se sumaría, también él, a nuestros adversarios y combatiría contra nosotros, y ascendería de la tierra” (1:10).

 

 

Los descendientes de Yaacob ahora se encontraban en Egipto, donde se multiplicaron de una manera extraordinaria: las mujeres daban a luz sextillizos. Todos los bebés nacían fuertes y sanos. Los egipcios comenzaron a temer, ya que presentían una inminente guerra con los habitantes de Kenáan. El Faraón al principio defendía a los yehudim argumentando que, si no fuera por su antepasado Yosef, todos estarían muertos, debido a la época de hambre que asoló al mundo. Entonces, los incitadores consiguieron derrocar al monarca hasta que, luego de tres meses de ausencia, ascendió al trono con ideas distintas. El nuevo Faraón inició una política de opresión contra los yehudim, reduciéndolos a la condición de esclavos. Supervisados por crueles capataces, fueron forzados a construir las fortalezas y ciudades de almacenamiento de Pitom y Ramsés, en la frontera de Egipto. Sin embargo, los intentos del Faraón por reducir numéricamente la población judía resultaron ineficaces, pues su tasa de natalidad aumentaba decididamente. Así que el soberano egipcio tomó una medida drástica: ordenó a las parteras hebreas que mataran a los niños varones al momento de nacer. Pero ellas desobedecieron por temor de Hashem. Entonces el Faraón ordenó que todo varón recién nacido fuera ahogado en el Nilo.

 

¿De dónde sacó el Faraón la idea de este método de exterminio?

 

El Talmud nos relata que el Faraón pidió a tres de sus consejeros que opinaran sobre cómo contener la tremenda explosión demográfica del Pueblo Judío. Itró quiso advertir al Faraón de los fracasos que habían tenido los reyes anteriores al intentar dañar a los Patriarcas del Pueblo Judío. Recordó las plagas que padeció el rey de Egipto, así como Abimélej. Ambos recibieron su merecido cuando intentaron secuestrar a Sará. Además, reiteró que debían recordar la deuda de gratitud hacia Yosef, quien había convertido a Egipto en potencia mundial. Cuando vio que sus palabras enfurecían al Faraón temió por su vida, por lo que salió apresuradamente del palacio del Faraón y huyó hacia Midián.

 

Bilam argumentó que con fuego no podía exterminarnos, como lo demostró Abraham, quien soportó el ardiente fuego de Ur Kasdim. La espada tampoco era una alternativa, ya que Itzjak fue salvado del cuchillo de su padre y un carnero fue sacrificado en su lugar. La esclavitud tampoco era una opción viable. Labán “apresó” a Yaacob en su casa y lo hostigó con labores insoportables, y Yaacob no solamente soportó el mal trato, sino que salió de allí rico y exitoso. Lo más aconsejable era ahogar a los bebés en el río. Afirmó que Hashem no los castigaría con el agua debido al juramento que Él había hecho de no volver a destruir a la humanidad con agua (un diluvio).

 

Cuando llegó el turno de Iyob, permaneció en silencio. Al final, el consejo de Bilam fue aprobado y el decreto se firmó.

 

Hashem retribuyó a cada uno de ellos en la misma forma que se comportaron: Itró, quien arriesgó su vida y habló bien del pueblo, tuvo el mérito de que sus descendientes fueran miembros del Sanhedrín y, a su vez, ellos tuvieron el mérito de juzgar con equidad a los demás. Bilam, que aconsejó que los judíos fueran aniquilados, finalmente fue ajusticiado por ellos mismos. Iyob, que permaneció en silencio, fue castigado con grandes sufrimientos.[1]

 

Se entiende que Itró fuera premiado y que Bilam recibiera un castigo. Pero, ¿por qué motivo fue castigado Iyob? Él no habló contra los yehudim. ¡Simplemente se quedó callado! ¿Qué hay de malo en eso? De todos modos, el corazón del Faraón ya estaba envenenado por el odio y el celo de sus súbditos. ¡Aunque hubiese hablado a nuestro favor, nada hubiese logrado!

 

Rab Itzjak Zeev Soloveichik explica que, aun cuando Iyob sabía de antemano que el Faraón no iba a hacerle caso, tenía que haber manifestado su desacuerdo protestando o huyendo, como lo hizo Itró. Cuando a una persona le duele algo, grita; cuando se queda callado no demuestra sensibilidad alguna…

 

Un niño pequeño jugaba frente a la casa de Rab Shalom Shwadron. El niño se cayó e hirió una rodilla. Al oír el llanto de la criatura, el Rabino salió corriendo, le puso una toalla sobre la herida y se dio prisa para llevar al pequeño con el médico, que vivía cerca del lugar. Mientras corría, una mujer anciana, al notar su preocupación y aflicción, y pensando que se trataba de uno de los hijos del Rabino, exclamó: “¡No se preocupe! ¡Hashem le ayudará!”. Sucedía que el niño resultó ser nieto de la anciana, y cuando ella descubrió la identidad del niño, dejó de decir: “¡No se preocupe…!”, y comenzó a gritar: “¡Mi Meír! ¡Mi Meír!”, mientras los vecinos trataban de calmarla…

 

Todo integrante del Pueblo de Israel debe poseer la sensibilidad para solidarizarse con sus hermanos, tanto en sus penas como en sus alegrías. Si una mano se golpea, todo el cuerpo lo siente. Así debería ser nuestro comportamiento respecto a nuestro prójimo. ¡Eso es lo que Hashem espera de nosotros! En la forma en que el ser humano se comporta con los demás, así se comporta Hashem con él.[2] Este es el motivo por el cual tuvo que sufrir Iyob; él demostró ser insensible al dolor de sus hermanos y, en consecuencia, debió experimentar el dolor en carne propia.[3]

 

Sucedió que un padre y su hijo se presentaron ante un Rab para que éste realizara un Din Torá sobre una discordia que tenían. El Rab, sorprendido de que un padre y un hijo llegaran a ese extremo, escuchó con atención el problema.

 

¿De qué se trataba?

 

El invierno había comenzado y tenían un solo abrigo. El padre argumentaba que sufría más el frío que su joven hijo. El Rab dio la razón al padre y preguntó al muchacho en qué basaba su argumento. La respuesta fue: “Yo voy a trabajar a la calle desde la mañana temprano hasta altas horas de la noche. El frío es mucho más intenso a la intemperie que en el hogar donde se encuentra mi padre durante todo el día”. El Rab también dio la razón al joven y, sin alternativa, les pidió que regresaran al siguiente día a fin de ver si Hashem lo iluminaba para encontrar una solución.

 

Al siguiente día se presentaron ambos delante del Rab, quien les dijo: “Lamentablemente no encontré la respuesta. Sólo les pido ahora que cada uno de ustedes argumente a favor de la otra parte. Quizá de esa forma Hashem me iluminará”. Ambos aceptaron y el padre dijo: “¿Acaso un padre puede tener calor con su abrigo sabiendo que su hijo está corriendo en la calle sufriendo el frío? ¡A él le corresponde el abrigo!”. El hijo, por su parte, comentó: “La Torá iguala el respeto al padre con el respeto a Hashem. Mi padre es anciano. ¡A él le corresponde el abrigo! Por otro lado, yo estoy en continuo movimiento y no sufro el frío como mi padre, que al ser anciano casi no se mueve”.

 

El Rab, conmovido por lo que escuchaba, les pidió que esperaran. Fue hasta su habitación, trajo su propio abrigo y les dijo: “Basta de problemas. Les regalo mi abrigo con tal de que ambos se alegren”. El padre abrazó a su hijo y ninguno tuvo palabras para agradecer al Rab por su gesto. Cuando se retiraban, el padre se animó a preguntar: “Disculpe, me quedó una duda”. El Rab preguntó: “Dime, ¿cuál es tu pregunta?”. “¿Por qué no se le ocurrió esta solución la primera vez que lo visitamos?”. La respuesta del Rab fue: “Realmente lo pensé, pero al ver que cada uno de ustedes decía que el abrigo le pertenecía, yo también pensé: ‘Podría darles mi abrigo y así terminar con el pleito. Pero si el abrigo es mío, ¿por qué debo regalarlo?’. Pero cuando regresaron y demostraron que cada uno de ustedes quiere al otro más que a sí mismo, me di cuenta de que también yo podía pensar en ustedes y regalarles mi abrigo”©Musarito semanal

 

 

 

“Sólo por la hermandad puedes aceptar sobre ti mismo la Soberanía de Hashem. La llave para ser temeroso de Hashem es la unidad de uno con el otro.”[4]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sotá 11a.

 

[2] Meguilá 12b.

 

[3] Ama a tu prójimo, pág. 138; Rab Zelig Pliskin.

 

[4] Rabí Moshé de Kobrin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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