La torá te protege

 

“… y cerró Hashem el Arca tras de él” (7:16).

 

 

A pesar de que el ser humano ya no se encontraba en el Gan Eden, podía vivir cientos de años, pues no había enfermedades. La Tierra producía alimentos abundantes; el clima era estable y placentero. En lugar de dedicar esa bendición, esa vida a servir a Hashem y brindarse a los demás, los hombres concentraron su inteligencia en la maldad. Decían: “¿Acaso necesitamos a Hashem? ¡No nos hace falta ni una gota de lluvia! ¡Tenemos ríos y arroyos cuyas aguas nos alcanzan sobradamente!”. Entonces Hashem dijo: “¡Con lo bueno que Yo les di, ellos se rebelan contra Mí! ¡Ahora voy a castigarlos con la misma moneda!”. Y fue cuando envió el Diluvio: el castigo que provino del agua.[1] Ellos se corrompieron y cometieron sin distinción todos los crímenes imaginables: idolatría, derramamiento de sangre, inmoralidad y robo. Semejante corrupción trajo el desastre. Hashem dijo: El fin de todo ser llegó ante Mí, y dio instrucciones a Noaj a fin de que construyera un arca para preservar la existencia de los seres en la Tierra. La construcción duró 120 años y, al ver que la humanidad no corregía sus perversos caminos, vino la catástrofe.

 

Corría el año 1990. La Cortina de Hierro que habían edificado los líderes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas por fin caía. El miedo a las crueles medidas que tomaba la KGB contra los supuestos “conspiradores” que atacaban las ideas socialistas causó un vacío espiritual sin precedentes entre las comunidades judías. La gente temía hasta de sus seres más cercanos. Cualquier sospecha era suficiente para desterrar a alguien a Siberia, donde tenían que sobrevivir a la crueldad de sus captores. En cuanto se abrieron las fronteras, miles de familias comenzaron a emigrar hacia Éretz Israel.

 

Rab Moshé Soloveichik fundó en Popovka, unas villas cercanas a Moscú, la Yeshibá Torat Jaim, en donde se procuraba restaurar el judaísmo. Recién abrió sus puertas, varios buscaron inscribirse. Los Jajamim viajaban desde Israel a impartir cursos y el plantel crecía rápidamente. En una ocasión, el comité fundador se reunió debido a que la demanda sobrepasaba el espacio, por lo cual resolvieron depurar la lista de alumnos. Ente ellos había uno que no lograba aprender ni siquiera lo más básico. Decidieron hablar con él a fin de disponer de ese lugar y dar oportunidad a otro que fuera más capaz.

 

Cuando terminaron de explicarle la situación, el alumno les dijo: “Reconozco que tal vez no soy el estudiante que ustedes esperan de mí; sin embargo, dejen que les relate una historia y, después de escucharla, tomen la decisión que consideren pertinente”.

 

“Hace algunos años entré a una cafetería. Era un día frío y me encontraba sorbiendo una taza de café. De repente una camioneta se estacionó justo frente a la puerta; bajaron varios oficiales de la KGB y, sin darnos una razón, nos subieron a la fuerza al vehículo. Me encerraron varios días en una oscura y fría celda. Una mañana me sacaron y me llevaron a una habitación en donde me encandilaban con un reflector. ¡No podía ver nada! Sólo escuchaba una ronca voz que interrogaba: ‘¿Qué hacías en ese restaurante?’ ‘So… sólo… tomaba café’, respondí temerosamente. ‘¿Un café? ¡Qué listo eres! ¿Y qué más hacías allí?’ ‘También… comía un… pastel.’ Rogaba que mis palabras fueran convincentes. ‘Ya veo. ¡Eres de los que creen que pueden burlarse de nosotros! ¡Ya nos encargaremos de sacarte la verdad!’, decía amenazante. Sentí que me jalaban y me empujaban hacia la helada celda en donde permanecí durante varios meses.

 

“Finalmente, después de varias golpizas, fui liberado. Después me enteré de que alguien que se encontraba en el café había llamado a la policía para notificar que una persona había hablado mal del gobierno y, por tanto, nos tomaron a todos como cómplices privándonos de nuestra libertad. Fue un milagro que saliéramos vivos de allí.

 

“Señores, sé que no lleno las expectativas de un alumno de su yeshibá. Sin embargo, les suplico que me dejen seguir siendo parte del alumnado. El anhelo más grande que tengo en la vida es que, cuando llegue el Mashíaj, me atrape siendo cómplice del grupo de los que estudian en el Bet HaMidrash. Guardo la esperanza de que me tome como parte de ellos y, sin muchas averiguaciones, me lleve junto con los demás a Yerushaláim…”.[2]

 

Estamos viviendo una época en que las adicciones y la tecnología están acabando con nuestra juventud. Las estadísticas muestran que quienes se meten al “arca” son menos susceptibles de recibir la influencia del “diluvio” que atenta contra nuestra educación y cultura. No podemos permitir que “el agua nos llegue al cuello”; debemos tomar medidas inmediatas para contrarrestar esta terrible amenaza. Nuestros jóvenes no pueden seguir vagando a la deriva. ¿Qué hacen todo el día? ¿Con quién y dónde andan? ¿Cuáles son sus aspiraciones? Tenemos la gran responsabilidad de reintegrarlos a los valores que nos inculcaron nuestros padres. Existen escuelas, kolelim, midrashim, que son las arcas donde podemos mantenernos a salvo de las ardientes aguas que están inundando el mundo de corrupción moral y espiritual, pues allí se imparten los verdaderos y únicos valores. Es prácticamente imposible conservar una firme y sólida identidad judía si no se asiste regularmente a estudiar Torá y a escuchar palabras de Musar. Seamos parte del grupo que “vive” dentro de la tebá.

 

No olvides a tus hijos afuera. Guarécelos dentro de la “tebá”. Ellos son el futuro y la esperanza de nuestra continuidad.

 

Hashem dijo a Noaj: Entra tú y tu familia a la tebá.[3] El vocablo tebá significa “arca” y también puede ser usada como “palabra”. Hashem, entonces, está diciéndonos: “Las palabras que pronuncias mientras estudias Torá o cuando recitas la tefilá son puras y santas. No las profanes”. A veces, mientras estudiamos o pronunciamos nuestras plegarias, nos distraemos olvidando su santidad y ante Quién estamos parados. Decimos la tefilá sin la sinceridad o atención que Hashem está esperando. Debemos “entrar” al arca con todo el corazón y con toda el alma, y para eso contamos con las tebot, las palabras que los Jajamim plasman en los libros sobre la Torá y en los libros de oraciones. Cuando pronunciamos cada palabra cuidadosamente, con concentración, entrega y devoción, estamos cumpliendo también con la orden de: Una luz harás para la tebá,[4] cuyo significado real es: cuando rezamos o estudiamos con concentración, emoción y pureza, cada palabra que pronunciamos se convierte en una luminaria que alumbra todo el mundo con la santidad de Hashem.[5] Todos descendemos de Noaj y esta es la enseñanza que nos legó: Estos son los descendientes de Noaj… Shem, Jam y Yéfet. Estas son las buenas acciones de Noaj: Shem (en hebreo, ‘nombre’), recordaba siempre el nombre de Hashem; Jam (en hebreo, ‘caliente’), cumplía los preceptos con amor y fervor; Yéfet (en hebreo, ‘bello’), buscaba embellecer el cumplimiento de los preceptos”.[6]©Musarito semanal

 

“¿Qué harás de tu vida? Dejarás que el tiempo lo decida, o lo decidirás con tu propio destino.”

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sanhedrín 108a.

 

[2] Rab Yejezkel Levenstein.

 

[3] Bereshit 7:1.

 

[4] Ídem 6:16.

 

[5] El Gaón de Vilna.

 

[6] Rab Simjá Bunim de Pashisja.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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