Israel se comparó a las estrellas

 

‘Observa el firmamento y cuenta las estrellas, ¿puedes contarlas? así será tu descendencia”. 15:5

 

 

 

Con estas palabras Hashem le quiso mostrar a Abraham que sus futuros descendientes serán innumerables, además que poseerían una gran calidad humana y espiritual. Dijo Hashem: “Cuando Yo te pedí que observes el firmamento para contar las estrellas, elevaste tu vista hacia arriba y me obedeciste, a pesar que sabías de antemano que su número es infinito. Recién cuando comprobaste que estaba fuera de tus posibilidades desististe de seguir. Así será tu descendencia; en el futuro, cuando escuchen Mis Mandamientos, no considerarán sus voluntades de acuerdo a las posibilidades, sino al revés: las posibilidades de cumplir Mi orden se supeditarán a sus voluntades, cuando se les presente una Mitzvá, no exclamarán ‘¡Es imposible!’, sino que lo realizarán sin condicionamientos, y de la forma más íntegra que les sea posible”.

 

El pueblo de Israel se comparó a las estrellas, como dice el versículo: Y ahora Hashem te ha puesto como las estrellas de los cielos en multitud...[1] Uno de los motivos que exponen los Jajamim es que desde la tierra, las estrellas se ven como pequeños puntos de plata. En realidad las estrellas son mucho más grandes que la Tierra. Si pudiéramos aproximarnos a cualquiera de ellas podríamos apreciar su inmensidad y su belleza. Lo mismo es cierto con el judío, a pesar de que superficialmente pueda aparentar ser insignificante, cuando uno se aproxima y puede conocer más de cerca de él, puede percibir que por dentro puede ser cientos de veces superior a lo que aparenta. De la misma manera los puntos de plata son vistos delante de Hashem como oro: Cadenillas de oro te haremos para ti, enhebradas con puntos de plata.[2] Las estrellas titilan en los altos cielos. A través de su luz, aún aquel que camina en la oscuridad de la noche no resbalará. Todo judío, hombre o mujer, posee suficiente luz moral y espiritual como para influir sobre amigos y conocidos y sacarlos de la oscuridad hacia la luz espiritual de Hashem:

 

Cierta vez, una persona tuvo que asistir a una levayá (ceremonia que se lleva a cabo para despedir a una persona finada), la salida del panteón era por una colonia ortodoxa. Caminaba pensativo y algo lo sacó de su cavilación, observó que en la entrada de las casas había varias cubetas llenas de agua, se acercó a uno de los vecinos y preguntó el motivo de su proceder. Le explicó que según la costumbre, no se debe entrar a ninguna casa después de haber estado en un lugar donde se veló a un difunto o donde se le dio sepultura, sin haberse lavado antes las manos, ese era el motivo por el cual los vecinos, después que se enteraron que el cortejo fúnebre pasaría frente a sus casas, prepararon las cubetas para que la gente pudiera lavarse allí.

 

El hombre quedó admirado ante semejante hecho, ¿Cómo tantas personas habían pensado al mismo tiempo en esta singular forma de ayudar a los demás? Se agachó, tomo agua de una de las cubetas, lavó sus manos y su sorpresa fue aún mayor cuando sintió que el agua estaba… tibia.

 

Se dio cuenta que en ese frío día de invierno, los vecinos no solamente pensaron en asistir a la gente con sus cubetas sino que también consideraron que aquellos que tenían que lavarse no sufrieran por el frío del agua. Este hecho superó la perspectiva que él tenía acerca de la deferencia que uno debe mostrar ante el prójimo, desde ese momento decidió que quería formar parte de este selecto grupo de personas que viven pensando no solamente en sí mismos, sino que dedican su tiempo y esfuerzo preocupándose por los demás, incluso en detalles aparentemente tan insignificantes. Así comenzó su trayectoria hasta convertirse en un virtuoso judío temeroso de Hashem. Israel ilumina el firmamento por medio de sus acciones.[3]

 

Hashem le mostró a Abraham Abinu que cada uno de sus actos tendría repercusiones eternas, por eso sembró en la nación que formó: la obediencia incuestionable, la sumisión incondicional a la Voluntad de Hashem, engendró y dio expresión a la virtud de Irat Shamaim de la manera más absoluta y perfecta, enseñó a todos los que pudo a conocer al Creador. A esto se refiere a lo que en las bendiciones de la Tefilá decimos “Eloke Abraham”.[4] El Talmud asevera que el mérito que recibimos de nuestros patriarcas ya se agotó,[5] por otro lado el Midrash dice que el mérito de los Patriarcas permanece por siempre: no olvidará el pacto con tus ancestros que Él les ha jurado.[6]

 

Sobre esto cuestiona el Tosafot (comentarista talmúdico) ¿Si fuera que el mérito de los patriarcas se terminó, por qué lo seguimos mencionando tres veces al día en nuestras plegarias? Rabí Israel de Salant, resuelve esta aparente contradicción de la siguiente forma: Existen dos tipos de méritos que heredamos de nuestros Patriarcas; uno son los beneficios por lo que ellos hicieron, este valor es el que menciona el Talmud que pudo haberse agotado; pero existe otro que es lo que nos legaron dentro de nuestra esencia y personalidad, aquellas conductas que nos heredaron con las cuales podemos crecer y elevarnos, incluso el peor de los pecadores tiene en su espíritu un potencial natural para hacer cosas buenas, y esto es algo que nunca se agota. Por esto es que recitamos en la Amida: Nuestro D-os y D-os de nuestros padres. Esto significa que si bien aceptamos las enseñanzas de nuestros ancestros, las reforzamos con nuestro propio comportamiento.[7]

 

Para que cada generación mantenga y transmita correctamente el precioso legado de Abraham, nuestro padre, de realzar la gloria y el honor del Creador y la Santificación de Su Nombre debemos acercarnos a los Jajamim para que por medio del estudio de la sagrada Torá y el cumplimiento de las Mitzvot, podamos transmitir a nuestros hijos, y a las siguientes generaciones el legado de nuestro Patriarca y así el pueblo de Israel alumbrará el firmamento por siempre. ¡La estafeta está hoy en nuestras manos, no la pasemos a la siguiente generación sin las sabias enseñanzas de nuestros ancestros!

 

Cuentan una anécdota sobre el Rab Shlomo Heiman, decano de la Yeshibá Torá Vadaat. El invierno había azotado fuertemente a los habitantes de New York, gruesas capas de nieve cubrían los caminos y dificultaban a los residentes salir de sus casas. En una ocasión solamente tres de sus alumnos se presentaron a estudiar con él. El Rab impartió su clase con el mismo entusiasmo con lo que lo hacía cuando el salón se colmaba de gente. Al término de la clase, uno de los alumnos se atrevió a preguntar: “Perdone, pero nos podría explicar ¿porque nos dio el Shiur con tanto entusiasmo si solamente habíamos tres alumnos? El Rab respondió: “¿Tú crees que el Shiur se lo di solamente a ti y a tus dos amigos? Se lo estoy dando a ti a tus hijos, a tus nietos, a tus bisnietos y a toda persona que aprenda de ti. Lo mismo es para tus dos amigos. Tú sólo ves tres personas sentadas aquí, yo observo miles y miles de alumnos y de gente escuchando las palabras de Torá que nuestros sabios nos muestran en las sagradas escrituras.©Musarito semanal

 

“Y Abraham se ha de convertir en una nación grande y poderosa, y se bendecirán por él todas las naciones de la tierra. Pues Yo lo aprecio a él, porque sé que ha de inculcar a sus hijos y a su casa tras de sí que guarden el Camino del Eterno, y practiquen hacer rectitud y justicia a fin de que el Eterno traiga sobre Abraham lo que le prometió a él”.[8]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Debarim 10:22

 

[2] Shir HaShirim 1:11

 

[3] Rabí Maharam Shapira de Lublín

 

[4] Rashí

 

[5] Shabat 55a

 

[6] Vayikrá Rabá 36:6

 

[7] Rab Abraham Twerski

 

[8] Bereshit 18:18-19

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.