Las buenas cualidades son la esencia del Pueblo Judío

 

“A la casa de mi padre irás… y tomarás mujer para mi hijo” (24:38).

 

 

Eliézer, por orden de Abraham, viajó a Jarán en busca de una mujer para su hijo Itzjak. Cuando llegó al lugar, procuró descanso para los camellos cerca de un pozo y elevó sus plegarias a Hashem diciendo: “Permite que la joven a quien yo le pida agua y ella responda: ‘Toma, yo le daré de tomar a tus camellos también’, sea la joven que Tú has designado para Itzjak”. Él pensó: “Seguramente una mujer que sea amable y caritativa para ofrecerme a mí y a los animales de beber será compatible con la hospitalidad de la casa de Abraham”. Él sabía que llevaba sobre los hombros una gran responsabilidad: la mujer que desposaría para el hijo de su patrón se convertiría en una de las futuras madres de los hijos de Israel. Ella tenía que ser una mujer muy especial, una mujer que poseyera principalmente las virtudes que poseería el Pueblo de Israel, y la gente que formaría esta nación tendría que ser piadosa, tímida y benevolente; rajmanim, baishanim, vegomlé jasadim.

 

Nuestros Patriarcas y Matriarcas fueron las raíces de donde se desarrolló la Nación Judía. Hasta el ingrediente más insignificante contenido en la raíz reaparece más tarde, en el producto del árbol, el fruto. Cualquier sabor, dulce o amargo, inyectado en la raíz volverá a surgir en los frutos. Por esto, cada uno de los actos de nuestros Patriarcas, que son las raíces del Pueblo Judío, tuvieron un efecto en sus frutos, las generaciones que les sucedieron hasta hoy y para siempre.

 

El mundo se basa en tres cosas: Torá, servicio a Hashem y actos de misericordia.[1] Estos tres pilares que sustentan al mundo son equivalentes a los tres Patriarcas: Abraham, el símbolo de la caridad; Itzjak, del servicio, pues se entregó como ofrenda a Hashem; y Yaacob simboliza la Torá, pues era un hombre completo, residente de su tienda. ¡Esto es lo que Eliézer estaba buscando para Itzjak: midot tobot (buenas cualidades)…!

 

Se cuenta que una ocasión Rab Yaacob Kanievsky, el Steipeler, aconsejó a un padre que estaba buscando un novio para su hija. Le comentó que estaba buscando un gran Talmid Jajam. El Rab le respondió que lo mejor que podía hacer era dedicarse a buscar buenas y elevadas cualidades de carácter… (piadosos).

 

Un judío rico visitó cierta vez al Rab de Leipnik y le propuso el casamiento de su hijo con su hija. El hombre advirtió que el Rab se veía perturbado. El hombre se atrevió a preguntar al Rab el motivo de su inquietud. El Rab le respondió: “Un niño de esta ciudad está peligrosamente enfermo y estoy preocupado por él”, explicó. “Pero, ¿por qué está tan preocupado por un niño extraño?”, preguntó el visitante. Al oír esto, el Rab decidió que su hija no debía ingresar en la familia de ese hombre. Cualquiera que proviniese de alguien que mostraba tan poca preocupación por los demás no podía ser un esposo deseable para su hija[2] (benevolentes).

 

Ocurrió una vez que una mujer de Yerushaláim fue a sacar agua de un pozo y el Rab Zundel de Salant estaba muy cerca del lugar. Debido a que estaba vestido de una manera muy modesta, la mujer pensó que era un hombre pobre y le ofreció unos pocos centavos para que le llenara unos baldes de agua. Rab Zundel se sintió complacido de hacer lo que se le pedía, pero rehusó a que se le pagara por ello manifestando que podría pagarle en la próxima ocasión en que sacara agua para ella. Poco después ella descubrió que el hombre a quien pidió que hiciera ese humilde trabajo era en realidad un gran erudito y una persona piadosa. Cuando acudió a ver a Rab Zundel para rogarle que la perdonara, él rió y le dijo: “Yo le debo a usted las gracias por haberme permitido la mitzvá de hacer jésed con mi esfuerzo corporal…”[3] (tímidos; humildes).

 

Abraham sintió que la misión de su vida era revelar al mundo el jésed de Hashem y Su Reinado sobre todo lo existente. También sentía un tremendo deseo de compartir su propio amor y bondad con los demás. El mundo entero depende de la caridad y los actos de misericordia. No hay una persona que no requiera la ayuda de otros en algún momento de su vida. Algunas veces podemos hacer un acto de bondad con solamente asistir a una fiesta a la cual fuimos invitados, o cuando alguien está triste o tiene alguna preocupación y necesita alguien que lo oriente o consuele.

 

El mundo no puede existir sin misericordia.

 

Por esto, la Torá menciona repetidamente la virtud de los actos de misericordia y caridad, de modo que las personas se refuercen en esa área y busquen maneras de ayudar a los demás. De la misma manera que un hombre reserva tiempo para estudiar Torá a diario, debe también asegurarse cada día de hacer por lo menos un acto de misericordia. El mundo se basa en tres cosas: Torá, servicio [a Hashem] y actos de misericordia.[4]

 

Lamentablemente, a causa de nuestras transgresiones, en la actualidad carecemos del segundo pilar, Servicio Divino, ya que éste se refiere en especial al servicio en el Bet HaMikdash, el que ya no podemos llevar a cabo. Al tener sólo dos pilares, debemos reforzarlos en lo posible y tener esperanza en que, como resultado de nuestro esfuerzo, nuestras transgresiones sean perdonadas, como está escrito: Mediante bondad y verdad (es decir, estudio de la Torá) la perversidad será perdonada.[5]

 

Cierta vez se encontraba Rabí Yojanán en Zakai caminando cerca del Bet HaMikdash cuando encontró a Rabí Yehoshúa ben Jananiá lamentándose: “¡Ay de nosotros, porque el lugar en que podíamos expiar nuestras transgresiones está en ruinas!”. La respuesta de Rabí Yojanán ben Zakai fue: “No desesperes, hijo mío. Aún poseemos una manera de expiar nuestras transgresiones, que equivale a ese lugar. ¿Sabes cuál es? Es hacer actos de misericordia, como está escrito: ‘Porque quiero bondad, no sacrificio...’.[6] Así como el Altar del Creador estaba en uso constantemente ofrendando sacrificios que no cesaban ni por un día, nosotros debemos buscar de manera incesante oportunidades de hacer buenas acciones a diario”.[7]©Musarito semanal

 

 

 

 

 “No hay que hacer el bien para vivir… No hay que hacer cosas buenas para que Hashem nos recompense con vida. ¡Hay que vivir para hacer el bien!”[8]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ahabat Jésed, cap. 2.

 

[2] Lilmod Ulelamed, pág 31; Rab Mordejai Katz.

 

[3] HaTzadik Rab Zundel, pág. 14; Ama a tu prójimo, pág. 88; Rab Zelig Pliskin.

 

[4] Ahabat Jésed, cap. 2.

 

[5] Mishlé 16:6.

 

[6] Hoshea 6:6.

 

[7] Extraído de “La Ética del Sinaí” con los comentarios del Jafetz Jaim.

 

[8] Rabí Menajem Mendel de Kotzk.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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