Mostrar compasión hacia los demás nos distingue como la estirpe de Abraham Abinu

 

 

 

“…y te concederá misericordia y se apiadará de ti” (13:18).

 

 

Moshé advierte a Am Israel acerca de los falsos profetas y exhorta a los jueces a que actúen con firmeza ante cualquier intento de insubordinación, en especial en el tema de la idolatría. El pueblo debía mantenerse lejos de los idólatras y de las demás religiones locales y, en el caso de que se encontrara alguna ciudad en la que la población infringiera esta advertencia, debían averiguar bien. De ser cierta la acusación, debían acabar con la ciudad apóstata y con todo lo que había en ella, aun contra la aparente lógica que dice que un verdugo se vuelve cruel después de ejecutar a otro.

 

Hashem promete a los jueces, después de que demostraron su lealtad y su celo por Su honor, que a pesar de haber condenado a toda una población seguirá predominando en ellos la virtud de la misericordia. El atributo de la compasión es una señal de los descendientes de Abraham Abinu.

 

Un visitante que parecía ser un erudito de la Torá vino un día a casa de Rab Jaim de Brisk. El Rab trató de acogerlo y de proveer sus necesidades lo mejor posible. Le dio de comer y le preparó una cama confortable para la noche. A la mañana siguiente, el huésped había desaparecido llevándose muchos objetos valiosos de la casa. Se había tratado de un canalla haciéndose pasar por un erudito. La esposa del Rab se quejó: “¿Por qué dejaste entrar a tal persona en nuestra casa? ¿No pudiste juzgar su carácter y ver que sólo fingía ser un judío decente? ¿Cómo pudiste ofrecer hospitalidad a un extranjero sin haber averiguado de quién se trataba? ¡También pudo haber sido un asesino!”. Rab Jaim contestó: “Cuando Hashem quiso complacer a Abraham Abinu con huéspedes, le mandó tres ángeles disfrazados como árabes idólatras. Hashem escogió este disfraz porque quiso enseñarles a los descendientes de Abraham que un judío no debe investigar los antecedentes de cada persona que viene a hospedarse en su casa para determinar si es meritoria o no. Debe invitarle y darle de comer y beber sin hacer preguntas. El hogar de un judío debe siempre estar abierto a todos, sea el huésped un hombre justo o malvado”.

 

Cierta vez se encontraba Rab Itzjak Eljanán Spector en la ciudad de San Petersburgo para una importante convención. Ya estaba débil y anciano. Él había tenido que abandonar su casa muy temprano en la mañana para tomar el último tren disponible. No había suficiente tiempo para desayunar, por lo cual su familia le preparó una bebida caliente antes de su partida. Precisamente en ese momento un hombre pobre golpeó a su puerta. El shamash del Rab abrió e informó al hombre que el Rabino estaba extremadamente ocupado y no podía atenderlo. El hombre en la puerta imploró: “Estoy yendo sin un penique a Koheninsburg a ver a un médico, y he venido a ver al Rab para solicitarle una carta de presentación para los rabinos de la ciudad”. El shamash le dijo: “Lo lamento mucho. Usted ha llegado demasiado tarde. El Rabino ya está retrasado para tomar su tren”. Escuchando de lejos la conversación, Rab Eljanán clamó: “¡Misericordia! ¡Misericordia!”. Luego invitó al hombre a que entrara en su casa y con mucha calma le escribió la carta solicitada. Inmediatamente después de haber entregado la carta al pobre, el Rab salió corriendo de la casa para tomar el tren y dejando su bebida caliente sin haber sido tocada.[1]

 

La esencia de la compasión es tener la capacidad de imaginarse a sí mismo en la situación del prójimo. La ternura del corazón es lo que hace a uno sensible al sufrimiento de los demás. Debemos tratar de ponernos en el lugar del otro, tratar de mostrar empatía a su sentir.

 

Un campesino ruso nunca había salido de su pequeña y aislada aldea. Un día se le presentó la oportunidad de ir a pasear y conocer Moscú, la gran ciudad capital. Así fue como llegó a un gran hotel con la ropa y los zapatos llenos de barro, desentonando con lo que había en el lugar. De cualquier manera, el recepcionista lo recibió como a cualquier otro huésped y le asignó una habitación en el último piso. Con la llave y sus pocas posesiones en mano, se dirigió hacia las escaleras, preparado para su larga subida. En el primer piso había un espejo gigante. El hombre, que nunca antes se había visto en un espejo y ni siquiera sabía lo que era eso, de repente estaba impresionado y asustado por la imponente figura delante de él. Hizo algunos movimientos para asustarlo y hacerlo irse; se sorprendió cuando vio que el otro hombre lo amenazaba y le gritaba lo mismo. “¡Insolente!”, gritó.

 

Corrió hasta el próximo piso sólo para enfrentar al amenazador gigante de nuevo, mientras el campesino le dirigía miradas de rabia y casi lo golpeaba. En el tercer piso, estuvieron prácticamente nariz contra nariz, y se insultaron mutuamente mientras crecía la rabia dentro de “los dos”, al darse cuenta de que no había para dónde huir de éste que estaba molestándolo, regresó a la recepción y reclamó al recepcionista. El empleado lo escuchó con atención y, después de oír una completa descripción del hombre que lo estaba molestando, el recepcionista entendió; ¡había identificado al supuesto enemigo! No era otro sino el “hombre del espejo”. Para que el campesino no se sintiera avergonzado y para sacarle la hostilidad, le ofreció un simple consejo. Le dijo: “La persona con la que se encontró está aquí para defender a los huéspedes. La verdad es que él no va a hacerle ningún daño. Si le demuestra una actitud ruda, él hará lo mismo; pero si cuando lo encuentre le ofrece una sonrisa y continúa su camino, él también le sonreirá y seguirá haciendo su trabajo. Espero que disfrute del resto de su estadía, señor”. El campesino siguió el consejo y eso fue exactamente lo que sucedió….

 

El Rey Salomón nos dice en sus parábolas: “Como el reflejo de la cara en el agua, así es el corazón de un hombre hacia otro”.[2] La Torá nos está dando un consejo similar al del recepcionista en cuanto a nuestras relaciones con las personas. Para romper el ciclo de rabia y resentimiento se necesita a alguien que esté activa y constantemente buscando y dando amistad, paz y buena voluntad.

 

Rab Segal, el Rosh Yeshibá de Manchester, era un hombre extremadamente justo y afectuoso. Cierta vez uno de sus nietos le mostró una foto de una de las fiestas familiares. Mientras la observaba, preguntó a su nieto: “¿Quién es este hombre que se ve tan justo y bueno?”. Su nieto sonrió y le respondió: “Abuelo, ¡ese eres tú!”. Él no sabía cómo se veía en un espejo. Lo cierto es que, durante décadas, había estado proyectando esa imagen de noble y afectuoso, y veía en los ojos de las otras personas su propia belleza reflejada hacia él.

 

¡Actúa, no reactúes! Sé tú el que comience bien; automáticamente el otro te seguirá. Somos los responsables de la calidad de nuestras relaciones, actuando desde el principio como si fueran las relaciones ideales. Luego veremos cómo muchas de nuestras relaciones comienzan a mejorar, de adentro hacia fuera.©Musarito semanal

 

“Todo aquel que se muestra misericordioso hacia las criaturas de Hashem, Él se mostrará misericordioso hacia él.”[3]

 

 

 

 

 

 

[1] Toledot Itzjak, pág. 15.

 

[2] Mishlé 27:19

 

[3] Shabat 151b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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