Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

La Torá Escrita (Jumash) y la Torá Oral (Mishná) que es la interpretación del Jumash, fueron entregadas a Moshé en el monte Sinaí. De la Mishná se deriva el Talmud, y el método de estudio del Talmud se basa en la repetición. La palabra Talmud significa: “enseñanza recibida por un discípulo”. “Discípulo” en hebreo se escribe: Talmid. Mishná significa “repetición”. Quiere decir: Para conseguir ser un buen estudiante (Talmid) debemos comenzar por entender el texto (Talmud) y después repasar una y otra vez (Mishná).

 

El estudio constante de la Torá agudiza la inteligencia, lleva a la comprensión e incrementa la sed de estudio. Acerca a las personas a la casa de estudio, y esto conlleva el incremento al Temor del Todopoderoso.

 

 

El vigésimo séptimo portón: La Torá.

Shá'ar HaTorá, continuación…

 

 

A Moshé, Yehoshú′a, los Ancianos, los Profetas, los hombres de la Gran Asamblea, los Tanaítas, los Emoraítas, los Gueonim y a los sabios de las generaciones anteriores se les fueron revelados los misterios más impenetrables de la Torá, imposibles de alcanzar con las capacidades humanas. ¿Cómo lo consiguieron? Aferrándose a la Torá con suma dedicación, constancia y total entrega, la repasaron una y otra vez.[1] La única forma en que el hombre puede adquirir el conocimiento y para responder en forma inmediata sobre cualquier cuestión que le presenten, es repasar constantemente, como se lo afirma en el Talmud: no se compara el que repasa la lección cien veces con el que repasa ciento una vez.[2] Y así lo practicaban nuestros Sabios: Resh Lakish repasaba su estudio cuarenta veces antes de consultarlo con Rabbí Yojanán, su maestro.[3] De esta forma entregaron su energía las grandes luminarias de la época del Talmud, repasaban cuanto habían estudiado, incluso algo simple lo reiteraban numerosas veces. Encontramos en el Talmud relatos que confirman el hábito que ellos tenían de asumir cada cual una cantidad de capítulos determinada, y, si por alguna causa de fuerza mayor, durante el día no podían cumplir con lo que se propusieron, entonces utilizaban parte de la noche para completar aquello que no pudieron alcanzar en el día.[4] Cada 30 días realizaban un repaso de todos sus estudios y gracias a esto alcanzaron altos grados de conocimiento.[5]

 

En la actualidad el estudio se ha reducido sobremanera, difícilmente encontramos a quien repase su estudio dos o tres veces. El valioso tiempo que poseemos, se desperdicia dolorosamente en trivialidades. En los días de los sabios del Talmud permanecían en la casa de estudios por diez años o más, aplicándose al aprendizaje con tal intensidad que, si alguien llegaba a estornudar, no le respondían: “salud que tengas”, a fin de no interrumpir en sus estudios…[6] El compromiso y la entrega total que poseían para con su estudio los hizo merecedores de que se posara sobre ellos la Presencia Divina. Dijo Rabbí Yojanán: El corazón de los primeros grandes sabios se hallaba abierto como las puertas de un salón. El de los últimos como las de una sala, y el nuestro como el del hueco de una aguja de enhebrar. Y dijo Abaye: Somos como la astilla de madera que se coloca en un hueco (para evitar que se vierta el agua). [7]

 

Junto al campo del hombre perezoso pasé y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos y estaba cubierta de ortigas y su cerca de piedras estaba derribada.[8] Dicen nuestros Sabios: “Quien no repasa su estudio, en principio confundirá las reseñas y posteriormente alterará las palabras de los Sabios, llegará a dictaminar sobre lo impuro que es puro y así estará destruyendo el mundo”. Esto significa que quien no repasa su estudio no puede dictaminar en forma apropiada y permanentemente cometerá errores. Y así dijo Rabbí Yishmael: Fíjate que duro es el día del juicio final que en el futuro el Eterno juzgará a todo el mundo en el valle de Yehoshafat; al presentarse ante Él un erudito de la Torá, le preguntará: “¿Has estudiado Torá? Y él responderá: “¡Por supuesto!”. Entonces el Eterno le replicará: “Ya que aceptas haber estudiado, cuéntame que has aprendido en la casa de estudios”. De este párrafo se infiere que todo cuanto el hombre ha estudiado debe “tenerlo en sus manos”, o sea saberlo y recordarlo perfectamente, para que el bochorno no lo alcance en el temible día del juicio.

 

Haciendo una introspección

 

 

La avanzada edad de Rab Moshé Fainshtein había dañado seriamente su vista. Para poder leer, tenía que acercar bastante el libro hacia sus ojos. Por este motivo, la familia del Rab decidió consultar a un oftalmólogo, con la esperanza de encontrar remedio. Después de que el especialista auscultó al paciente, se quedó mirando los resultados y dijo: “¡Esto es prácticamente imposible! Tendré que repetir el examen”.

 

Efectuó de nuevo las pruebas obteniendo el mismo resultado de su medición inicial. Mientras, Rab Moshé se había sentado en una silla a leer un pequeño ejemplar del “Séfer HaRambam” que extrajo de su bolsillo. Lo abrió y procedió a estudiarlo fijando la vista en la diminuta impresión. El doctor se quedó mirando al Rabino mientras, sacudiendo la cabeza, decía a los familiares: “Estoy realmente sorprendido. En toda mi carrera jamás encontré un caso como éste. Desde el punto de vista de la medicina, la visión de este hombre es tan debil que sería clasificada como ceguera total. Veo al Rabino leyendo ese pequeño libro y me pregunto cómo puede ser posible que consiga leer”. Rab Moshé continuaba inmerso en la lectura, indiferente a lo que se conversaba a su alrededor. “No tengo ninguna duda”, dijo por fin el especialista; “el hombre que tenemos frente a nosotros es definitivamente ciego, pues apenas puede ver. Estoy seguro de que él no logra ver la minúscula impresión del libro que tiene en sus manos. ¡Él no está leyendo las palabras! Está repasando lo que sabe de memoria. El libro sólo le ayuda a recordar el aspecto general de la página, y las palabras… éstas se encuentran en su memoria desde hace mucho tiempo atrás”.  ©Musarito semanal

 

 

 

“El que estudia pero no repasa, se asemeja a la persona que siembra pero no cosecha”.[9]

 

 

 

 

 

 

[1] Sifrí Debarim 6:7; Kidushin 30a.

 

[2] Jaguigá 9b.

 

[3] Taanit 8a.

 

[4] Erubín 65a.

 

[5] Ver; Berajot 38b; Moed Katán 28a; Ketubot 77b.

 

[6] Berajot 53a.

 

[7] Erubín 53a.

 

[8] Mishlé 24:30.

 

[9] Sanhedrín 99a.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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