Perek 4, Mishná 9, continuación…

 

 

Rabí Yonatán dice: “Todo aquel que cumple la Torá en la pobreza, terminará por cumplirla en la riqueza; y todo aquel que descuida la Torá en la riqueza, terminará por descuidarla en la pobreza”.

 

Cuentan que, en una ocasión el Rab de Ponevich fue a visitar a Marán HaRab Shaj, y le dijo que quería abrir una Yeshivá especial donde estudiaran solamente jóvenes quienes calificaran con excelencia. Rab Shaj rechazó la propuesta y le respondió: “Es sabido que no es la capacidad innata lo que determina si un joven llegará a convertirse en un gran sabio de Torá, una Yeshivá debe ser para todos los jóvenes que deseen crecer en Torá, sin tener en cuenta cuán virtuosos sean por naturaleza, porque eso no es lo que determina lo que cada uno llegará a ser en el futuro, sino que lo que importa son las buenas cualidades y el esfuerzo que cada uno invierte para adquirirlas”.

 

Todo aquél que cumple la Torá en la pobreza, la cumplirá finalmente con riqueza. La manera simple de entender la declaración de Rabí Yonatán, es que todo aquel que toma tiempo libre de su trabajo, a pesar de su pobreza, para estudiar Torá y cumplir Mitzvot, eventualmente será bendecido con tal riqueza que ya no tendrá que trabajar, y entonces podrá gastar todo su tiempo estudiando Torá.[1] Pero Rab Kotler lo explica de otra manera: todo aquél que es pobre en el sentido de que tiene pocas capacidades, pero se esfuerza y se dedica a estudiar y a cumplir con la Torá con seriedad y empeño, finalmente crecerá y se enriquecerá en cuanto a su elevación espiritual. Es decir, que no hay ningún impedimento que pueda evitar que alguien logre crecer en Torá y Mitzvot. Está escrito en el Talmud: De las familias pobres surgirá la Torá,[2] esto se puede referir tanto a pobres en sentido material, como a los pobres en espiritualidad, como ya hemos explicado.

 

Los Sabios del Talmud relatan que, un hombre pobre, uno rico y un malvado se presentaron a enfrentar el juicio ante la Corte Celestial por su conducta en este mundo. Al pobre, los miembros del jurado le preguntan: “¿Por qué no te dedicaste a la Torá?”. El hombre responde: “Porque era pobre y me preocupaba ganar lo suficiente para pagar mi sustento”. Le dicen: “¿Acaso fuiste más miserablemente pobre que Hilel Hazaken?”. Él esculpía maderas y extraía agua, la mitad de su ganancia diaria la destinaba para pagar la entrada a la Yeshivá, y la otra mitad la ocupaba para mantener a su familia. Cierto día de invierno no logró ganar lo suficiente, y al no tener dinero para ingresar a estudiar Torá, subió a la azotea para escuchar desde allí las enseñanzas de Shemayá y Abtalión, era una noche muy fría y al siguiente día, al ver que no entraba suficiente luz, se dieron cuenta que había un hombre cubierto completamente por la nieve, lo bajaron y lo sentaron delante de la hoguera para revivirlo. Al final, lo nombraron Nasí y lo coronaron con riqueza y honor.

 

Acto seguido, el hombre rico se presenta ante la Corte Celestial y le preguntan: “¿Por qué no te dedicaste a la Torá?”. El hombre responde: “Yo era rico y estaba ocupado administrando mis posesiones”, le dicen: “¿Acaso eras más rico que Rabí Elazar Ben Jarsum, quien era extremadamente rico?”. Su padre le dejó una herencia de mil aldeas en tierra, y con ellas mil barcos en el mar. Y todos y cada uno de sus días, llevaba una jarra de harina de cuero sobre su hombro, caminaba de ciudad en ciudad y de estado en estado para aprender de los estudiosos de la Torá en cada uno de esos lugares.

 

Al final, el malvado viene al juicio y los miembros de la Corte le preguntan: “¿Por qué no te dedicaste a la Torá?”. Les responde: “Fui un hombre apuesto y por ende tuve muchas tentaciones”, le dicen: “¿Acaso eras más guapo que Yosef, que no descuidó la Torá a pesar de su belleza?”. Dijeron acerca de Yosef HaTzadik que cada día, la esposa de Potifar lo seducía con palabras, día y noche vestía ropa tentadora para atraerlo, y a pesar de esto, mostró su entereza y no cayó en el pecado, y obtuvo el apelativo de “Tzadik”.[3]

 

Vemos tres evidencias que nos presenta el Talmud, donde nos muestra que no hay ningún argumento válido para desentenderse del estudio de la Torá. Pues ella está por encima de cualquier dificultad, tal como está escrito: Yo he creado el Yétzer Hará; y he creado la Torá como su antídoto.[4] A partir de todo esto se entiende que: La Torá está al alcance de cada uno de nosotros. Y es el único remedio efectivo para desconectar a la persona de las falsedades de este mundo, y conectarla con la fuente de la autenticidad.

 

Cuentan sobre el Rashash, uno de los principales Rabinos de la generación anterior, que cierta vez no logró entender las palabras de un Tosafot. Después de un tiempo, se encontró con el Natziv e intercambiaron sus puntos de vista. Cuando el Rashash le preguntó sobre ese Tosafot que no entendía, el Natziv se lo explicó de inmediato. El Natziv vio que el Rashash se sentía muy dolido y que incluso lloraba por no haber entendido ese Tosafot, y lo consoló diciéndole: “Yo tuve el mérito de entenderlo porque estudié Torá en medio de la pobreza y el sufrimiento”. Aparentemente, cuando se estudia Torá en medio de la riqueza y la tranquilidad, con todos los placeres de este mundo, es más difícil su entendimiento, porque este mundo es mentira. Eso fue lo que dijo Rabenu HaKadosh antes de su muerte. Él levantó sus diez dedos y dijo: “Ellos son testigos de que no tuve provecho de este mundo”.[5] Porque a pesar de ser muy rico, no disfrutó de su riqueza. Él sabía que la riqueza pertenece al “mundo de la mentira”. Aunque el Señor quiere proporcionarles bienestar a sus creaciones y por eso creó la riqueza, para que con un buen vivir puedan hacer bien su trabajo espiritual, pero esto no es apto para todos los hombres.

 

Cuando el judío sabe cuáles son sus obligaciones en este mundo, sabe que está rodeado de Mitzvot, sabe que está protegido del medio ambiente, y ese medio ambiente no lo va a cambiar. Él será judío tanto en la pobreza como en la riqueza, en los días de intenso frío o de calor insoportable, cuando la vida le sonríe y cuando las cosas se ponen complicadas, su conducta será la misma. El hombre de fe sabe que sus Mitzvot son su identidad, y se aferrará a ellas. Su comida, sea poca o abundante, siempre será Kasher. Su familia estará cuidada de la influencia del ambiente, y si este es adverso a las Leyes Divinas, no se dejará llevar por los gustos o modas que imponga el entorno. El Shabat será el día más importante de la semana. Tendrá una forma de hablar y de vestir que lo distingan como judío; y lo más importante, dedicará tiempo fijo para el estudio de la Torá, y así sabrá como cumplir con todos los estatutos inscritos en ella. © Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“Yo me regocijo con Tus mandamientos, al igual que quien ha hallado un gran tesoro”.[6]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Rabenu Yoná.

 

[2] Nedarim 81a.

 

[3] Yomá 35b.

 

[4] Kidushín 30b.

 

[5] Ketubot 104a.

 

[6] Tehilim 119:162.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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