Perek 4, Mishná 8 continuación…

 

 

Él solía decir: “No juzgues tú solo, pues no juzga solo sino Uno [el Eterno]”. Y no digas [a los jueces que están contigo en el tribunal]: “Acepten mi parecer”, pues a ellos les es lícito y no a ti.

 

Rabí Ishmael advierte en la Mishná a los Dayanim (jueces): “No dictaminen precipitadamente, ya que, al escudriñar en los hechos, podrían descubrir evidencias concernientes al juicio que no hayan descubierto antes”. Por lo tanto, el juez requiere de una gran serenidad y una cautelosa meditación para no llegar a errar en su dictamen. Asimismo, debe ser prudente de no cometer ningún error, ya que, a raíz de su equivocación, una de las dos partes intervinientes, podría llegar a quitarle dinero a la otra sin que le corresponda. Debe juzgar fielmente, sin estar motivado por el honor, el dinero u otras consideraciones personales; para que no favorezca a uno de los litigantes, ni por interés ni por temor. Además, debe tomar en cuenta todas las opiniones de los litigantes, y también de sus colegas para poder tener un panorama completo, y así poder dar un fallo basado en las Leyes Divinas que están plasmadas en la Torá.

 

Un esclavo del Rey Yanai había cometido un crimen. Rabí Shimón ben Shatáj, el presidente del Gran Sanhedrín, ordenó que el caso fuera juzgado por la suprema corte. “No solo convoquen al esclavo, sino también al Rey Yanai”, ordenó. “Como propietario del esclavo, debe escuchar el testimonio, y acatar el veredicto”. El rey Yanai aceptó la invitación y apareció en la corte, pero de forma tal que clara y descaradamente advertía a los jueces de no condenar a su esclavo. Ingresó con todo el esplendor real y se sentó en presencia de los jueces. “¡Ponte de pie, Yanai!”, lo amonestó Rabí Shimón ben Shatáj: “y escucha el testimonio de pie. No estás parado ante nosotros, sino ante el Eterno, el Creador del universo”.

 

El monarca respondió en forma insolente: “Tú eres solamente un individuo y tus palabras no son decisivas. Deja que toda la corte decida si debo o no estar de pie. “¿Qué opinan los otros miembros del juzgado?”. Rabí Shimón ben Shatáj giró hacia su derecha solo para encontrar a sus colegas mirando fijo el piso en silencio. No se atrevieron a desobedecer al rey. Luego se volvió hacia los jueces a su izquierda, pero ninguno tenía el coraje para ordenarle al rey que se pusiera de pie. Rabí Shimón ben Shatáj censuró a los jueces: “Es evidente por su conducta, que nunca pensaron juzgarlo justamente. Ustedes enviaron por Yanai, presumiendo que los testigos quedarían amedrentados por su presencia y que su esclavo quedaría libre. Como ustedes están llenos de pensamientos malos, que sea el Eterno Quien conoce los pensamientos del hombre Quien los juzgue”.

 

Recién terminó su amonestación, y el ángel Gabriel apareció; derribó a todos los jueces y todos cayeron de sus lugares sin vida.[1]

 

Rabí Ishmael nos viene a enseñar que, el juicio justo es uno de los pilares de la civilización, y por ende aquellos jueces fueron castigados de inmediato y con severidad. Otra de sus enseñanzas es que, incluso un Juez experto, debe comportarse con humildad y rescindir su opinión por la de sus colegas que piensan de otra manera, sin obligarlos a aceptar su opinión (siempre que no violen las leyes, como en el caso previsto). Por tanto, no debe decir: “Ya que soy experto, aun sin ustedes yo podría juzgar solo”. Este juez debe saber que, aunque sea un erudito, ellos tienen preferencia de decisión, por cuanto a que ahora son tres jueces, y el veredicto se debe sentenciar según la opinión de la mayoría, como está escrito: Detrás de la mayoría debes seguir.[2] El motivo es porque todos los seres humanos somos propensos a equivocarnos, porque nadie puede juzgar solo, sino solamente el Único. Equivocarse es parte de la naturaleza humana, cuando uno está consciente de esto, es más fácil aceptar los errores, y aprender de ellos para evitar que se repitan. Solamente el Todopoderoso, y solamente Él, quien es Único, perfecta es Su obra, todos Sus caminos son justos. Él es un D-os de confianza y no hay iniquidad, pues Él es recto e imparcial.[3] Él es Omnisciente Creador y Soberano en Su mundo, todos los enigmas están resueltos ante Él, y es sólo Él, quien puede emitir una sentencia inequívoca y hacer que a cada persona le depare lo que cada uno merece:

 

Cierto día Rabí Sheneor Zalman, mejor conocido como el Baál HaTania, fue a visitar a su maestro Rabí Beer, el Maguid de Mezritch. Cuando llegó al inmueble, golpeó la puerta de la habitación donde se encontraba el Maguid. Escuchó la voz de su maestro que preguntó: “¿Quién está allí?”. El Baál HaTania le respondió: “Soy Yo”. Pasaron unos minutos y el maestro no lo invitaba a pasar. El Baál HaTania golpeó por segunda vez, nuevamente el Maguid preguntó: “¿Quién es?”, el alumno respondió: “Yo”. El Maguid exclamó: “¿Quién puede decir sobre sí mismo “yo”, sino el Creador del Universo? El Baál HaTania se asustó, entonces dijo: “Soy Sheneor Zalman”, y fue entonces que el Maguid le permitió pasar.

 

Y a pesar de que la obligación de: Sean prudentes en el juicio, fue originalmente dirigida hacia los jueces, también cada uno de nosotros tiene este compromiso, como dijo Rabí Israel Salanter: Cada hombre es “juez” sobre sí mismo. Cada persona juzga y decide si llevar a cabo determinados actos o si se priva de hacerlos, asemejándose de esta manera a un juez. Por lo tanto, todos estamos incluidos dentro de la obligación de “Ser prudentes en el juicio”, meditando siempre sobre nuestros actos y conductas con detenimiento. Sin embargo, la Mishná advierte: Debes saber que, eres un ser de carne y hueso y eres propenso a equivocarte, quiere decir: no confíes tanto en tu sentido común, especialmente cuando juzgas a las demás personas. Sí, tienes derecho a pensar basado en tu propia opinión, pero tu juicio no es decisivo, escucha la opinión de las demás personas y compárala con tus conclusiones, porque si vas a juzgar tú solo, lo más seguro es que te vas a equivocar, y podrías acusar a los inocentes y absolver a los responsables. Es por esto que la Mishná nos advierte: “No juzgues tú solo”, si escuchas otras opiniones, vas a ameritar emitir dictámenes correctos y apegados a la verdad y la honestidad.

 

A la mayoría de las personas les cuesta trabajo aceptar que pueden equivocarse y tienden a rehuir de esta mágica confesión, pues temen que les desinfle el ego. Justamente lo contrario es correcto, nada construye el ego tanto como hacer lo correcto, tomar responsabilidad y ser honesto, o decir: "me equivoqué". Algunos erróneamente saltean estas dos palabras mágicas y, en su lugar, dicen simplemente: "perdón". Sin embargo, perdón no significa que uno honestamente reconoce que es humano y que puede cometer errores. La gente a tu alrededor no necesita más personas apenadas, pero sí necesita más personas honestas y responsables. Personas que reconocen y se responsabilizan por sus errores. Querido lector: no tengas miedo de ser humano, puedes cometer errores y te puedes equivocar. Aceptar no te quita nada, ni tampoco te impide seguir adelante, al contrario, es esta cualidad lo que hace sobresalir a las grandes personalidades. © Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“Errar es de humanos, perdonar es Divino, rectificar es de sabios”.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sanhedrín 19a.

 

[2] Shemot 23:2.

 

[3] Debarim 32:4.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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