Perek 2, Mishná 12

 

 

Rabbí Yehoshúa dijo: el ojo malo, la inclinación maligna y el odio hacia el semejante, sacan al hombre del mundo.

 

Rabbí Yehoshúa enumera tres cosas que "echan al hombre del mundo". La primera es el mal de ojo, que ya fue mencionado anteriormente por Rabbí Eliezer; allí dijo que el peor atributo humano es el tener un ojo maligno. Alguien que posee esta característica, es quien está constantemente envidiando a los demás por lo que tienen. Aquel que da rienda suelta a su inclinación al mal, es alguien que busca satisfacer a todos sus instintos, y en la afanosa búsqueda pierde el control sobre sí mismo. Odio hacia el semejante significa que aborrece a los demás sin motivo alguno. Estas tres características sacan a la persona del mundo. Una forma interesante de explicar esta Mishná es que describe el deterioro moral que puede sufrir un ser humano que va en declive. Comienza por estar constantemente celoso de lo que otros tienen. Esto lo lleva a tropezar con su inclinación al mal, porque piensa que tiene derecho de tomar lo que otros tienen. Al ceder al consejo del espíritu maligno, comenzará a odiar al mundo entero y, en esencia, no formará parte del mundo civilizado.

 

¿Qué significa Ain Hará (ojo maligno)? ¿Existe? ¿Es un castigo? ¿Una superstición? ¿Un presagio? ¿Una hechicería?

 

Los Jajamim explican: los ojos son los órganos del cuerpo que sirven como ventanas para la conciencia del ser humano; sirven para percibir y evidenciar todo lo que se encuentra alrededor. Es el sentido que le sirve a la persona como fuente para distinguir lo genuino de lo falso, lo real y lo irreal. Además, es la fuente que alimenta el pensamiento y la conciencia, procesa y muestra las imágenes al cerebro, mismas que son convertidas en ideas: El ojo ve, el corazón desea y siguen los actos.[1] También está escrito: No exploren detrás de sus corazones y detrás de sus ojos, tras los cuales ustedes se pervierten.[2] De aquí aprendemos que los ojos son las ventanas del alma. El poder del pensamiento y razonamiento es lo que distingue al hombre de las demás especies del mundo. Sus deseos y aspiraciones son el motor que mueven el progreso. En ocasiones, aunque la persona puede estar con sus ojos bien abiertos, al estar expuestos a los deseos del corazón, sus ojos son sobornados y miran sólo lo que su razón desea ver, y distorsionan la imagen real; esto confunde incluso hasta los más sabios.

 

Una persona que es consciente de sus aptitudes y recursos que recibe para el correcto desempeño de su misión en el mundo, hará el máximo esfuerzo para alcanzar sus metas, y sin importar los resultados: lo que posees puede o no ser tan valioso, vale lo que haces con aquello que posees. Sin embargo, hay personas que tienen una ambición insaciable, y una avidez por tenerlo todo, y no se conforman con lo que el Creador les otorga, entonces, ponen sus ojos en las posesiones de otros, y aunque muy dentro de ellos saben que no les corresponde, piensan: “¿Cuán feliz sería si tuviera lo que este hombre?” Y peor aún, se quejan del por qué aquello que ellos desean se encuentra en manos de otro… esto puede despertar a los fiscales en el Cielo y exigen una investigación Divina al respecto: ¿Aquel hombre se merece lo que recibió? ¿Quizás debía estar en manos del reclamante? ¡Revisemos también sus actos! Un ojo malo genera insensatez, pérdida y otros males.[3] Cuando uno mira con celo las pertenencias de los demás, y al no tener la posibilidad de poseerlas, se “quema” por dentro, acorta su espíritu y este es el tipo de “ojo maligno” al que hace referencia Rabbí Yehoshúa en la Mishná.

 

La envidia puede conducir al hombre a cometer actos infames: Un hombre ambicioso y otro envidioso iban juntos por el camino, cuando llegaron a una bifurcación se los encontró un rey y les propuso lo siguiente: “Uno de ustedes pida algo y le será concedido, pero a su compañero le será entregado el doble”. El envidioso no quiso ser el primero en hacer la petición, pues sabía que envidiaría la porción que recibiría su compañero. El ambicioso no quería tampoco pedir al principio pues sabía que ansiaría recibir más que el otro. Al final, el codicioso presionó al envidioso para que hiciera la petición primero; entonces el envidioso pidió que le arrancaran a él un ojo, con tal de que a su compañero le sacaran los dos…. Esta parábola resume lo que sentencia la Mishná: el ojo malo, la inclinación maligna y el odio hacia el semejante, sacan al hombre del mundo.

 

El gran legislador de la generación anterior, Rabí Moshé Fainstein, de bendita memoria, dijo: “Es cierto que el Ain Hará existe, y en efecto se debe tomar en cuenta, más no debe ser excesivamente obsesivo por ello”. Cuentan sobre Rab Yehudá Ades que, en cierta ocasión tuvo que ser intervenido en un hospital, y después de seis meses lo volvieron a operar, y a los próximos seis meses lo operaron de nuevo. La gente le preguntó si tal vez era por mal de ojo, pero Rab Yehudá Ades contestó: “Tengo una lista muy grande antes de decir que fue el mal de ojo...”.

 

¿Cómo podemos cuidarnos de este mal? Lo más importante es procurar no ostentar delante de nadie. No provocar el celo de los demás, ni tampoco estar escudriñando lo que los demás tienen, hay que estar contento con lo que se tiene. Ser envidioso y amargado puede provocar el mal de ojo. La persona tranquila y alegre con lo que tiene no será víctima del ojo malo. Incluso cuando sin mala intención, algunas personas se conducen con justicia y donan “abierta o escandalosamente”, también despierta el celo de los demás, y de ese pensamiento sale una especie de vapor que quema tanto al que posee el mérito como el que lo envidia.[4]

 

Otra manera de evitar que recaiga el mal de ojo en nuestros bienes es por medio de hacer favores con ellos. Por ejemplo, nos compramos un flamante coche nuevo y tememos que alguien nos envidie y eso traiga el mal de ojo. ¿Qué podemos hacer? Un favor, llevar a alguien a algún lugar, hacer una Mitzvá con el objeto, eso anulará cualquier mal de ojo.

 

La mejor protección que podemos encontrar es estudiar y cumplir la sagrada Torá. ¿Quién le da a la persona la fuerza necesaria para controlar los miembros de su cuerpo? La sagrada Torá, que constituye una muralla ante las tretas de la Inclinación al Mal, y esto lo protege y mantiene los ojos y los pensamientos en su lugar, quiere decir, le mantiene firme en este mundo y su mente se encuentra en el lugar más elevado. Y si pensar de manera negativa y pesimista puede herir y traer mal de ojo a los demás, ¿Qué puede hacer un pensamiento positivo? ¿Cuánto podemos conseguir pidiendo por los demás? Todos poseemos ojos y pensamientos benefactores, todos podemos alegrarnos de lo que poseen los demás, todo esto, mantiene al hombre en el mundo.  ©Musarito semanal.  Elias E. Askenazi

 

 

 

 

 

“Conserva bien lo tuyo y no codicies lo ajeno. Si así te comportas, nada podrá impedirte ser dichoso.”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bemidbar Rabá 10:2

 

[2] Bemidbar 15:39.

 

[3] Ver comentario de Rashí en Bemidbar 17:6.

 

[4] Rabenu Yoná.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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