Perek 2, Mishná 11

 

 

Ellos solían difundir estos tres principios: Rabí Eliezer dice: “Que el honor de tu prójimo te sea tan preciado como el tuyo propio, no te enojes fácilmente, y arrepiéntete, aunque sea un día antes de tu muerte. Benefíciate del calor que emite el fuego de los sabios, pero cuídate de no quemarte con sus brasas. Pues sus mordeduras son como la de los zorros, sus picaduras son como la del escorpión, sus susurros son como la de las serpientes venenosas y sus palabras son como brazas ardientes”.

 

La Mishná comienza enumerando los dichos de los estudiantes de Rabbán Yojanán ben Zakai, cada uno de los cuales dijo tres cosas. El primer estudiante es el rabino Eliezer. Él había dicho anteriormente que el buen ojo es el camino bueno que se debe tomar. Podríamos decir que las tres enseñanzas se basan en este principio: el que tiene un buen ojo (el que es benevolente), querrá el honor de su compañero y no se enojará fácilmente. Estará cerca de la Teshubá, por qué se da cuenta de que en cualquier momento puede salir de este mundo. Eso mismo lo conducirá a no enojarse rápidamente, pues si piensa en su fin, ¿de qué se enojará?

 

Todo el que mira a todos los que lo rodean con un “buen ojo”, nunca sentirá envidia de nadie, no guardará rencor, será sumamente generoso y el honor por los demás será tan preciado como el suyo. Si analizamos levemente el tema de los problemas que existen en las relaciones humanas, veremos que la raíz de todos los males es la soberbia y el amor propio, estos, no le permiten a la persona perdonar ni dejar pasar nada, midiendo constantemente su honor con el de los demás.[1]

 

El hombre debe ser sumamente cuidadoso y no perjudicar a los demás en absoluto, ya sea en cuerpo, en el dinero o en el espíritu. En el cuerpo, tratando de ayudar a toda persona en lo que le sea posible, a fin de aliviarla de su carga. Y si observa que llega algún daño, deberá esforzarse para impedirlo. Económicamente, deberá ayudarlo hasta donde alcance su mano y tratará de privarlo de cualquier daño en todo lo posible; deberá alejar todo tipo de perjuicio que pudieran sobrevenir por su causa, ya sea privada o públicamente, y aunque el daño no sea inminente, igual deberá evitarlo. En lo espiritual, tratará de brindarle todo el sosiego espiritual que pueda, ya sea honrándolo o de cualquier otra manera. Todo lo que le proporcione dicha, es una obligación realizarlo, y ni que hablar de evitar provocarle ningún sufrimiento, ya sea de la manera que fuere. Estos son los aspectos de la benevolencia a la que estamos obligados. La finalidad de todo esto es perseguir la paz, pues no existe mayor benevolencia entre los hombres que ésta,[2] ¡que el honor de tu prójimo te sea tan preciado como el tuyo propio!

 

Cuentan que Rabbí Yaacob de Lisa, autor del “Netibot Mishpat”, fue en cierta ocasión invitado a Niklesheburg. Al llegar, se presentó para saludar a Rabbí Mordejai Banet, autor del “Javot Daat” y el Rabino del lugar. Rabbí Banet lo recibió con gran respeto y lo invitó a disertar ante una gran cantidad de personas. El público se reunió para escucharlo, durante la magistral exposición Rabbí Mordejai le formuló un cuestionamiento sobre algo que el “Netibot” había dicho. Rabbí Yaacob permaneció en silencio como si no tuviese respuesta a la pregunta, e inmediatamente bajó del estrado dando por concluida su disertación. Rabbí Banet volvió a su casa, abrió los libros y se puso a analizar la pregunta que él formuló, y luego de explorar detenidamente todos los puntos, comprendió que realmente la pregunta no estaba bien fundamentada. Corrió para disculparse con el “Netibot” diciéndole que la pregunta estaba mal planteada, con gran sencillez Rabbí Yaacob le respondió que desde el primer momento él sabía que tenía la razón, pero prefirió que la humillación cayera sobre el simple Rabino pasajero, y no avergonzar en público al Rabino local.

 

Sucedió con Rabbí Jayim Ozer. Cierta vez iba por la calle con sus alumnos, y un hombre les preguntó por una dirección, en principio Rabbí Jaim le trató de explicar cómo llegar, pero luego de un momento comenzó a acompañarlo hasta llevarlo al destino deseado, recorrido que les tomó más de un cuarto de hora. Después de haberlo dejado en el lugar los alumnos sorprendidos le preguntaron: “¿por qué obró así, acaso no era suficiente la explicación?”, Él les respondió: “¿acaso no notaron que el pobre hombre era tartamudo?, seguro que cada vez que debe consultar por la calle algo, se siente muy mal; por eso decidí acompañarlo, para evitarle ese momento de vergüenza”.

 

Tener un “ojo bueno”, ser amable y considerado con los demás resulta de gran ayuda para no incurrir en el pecado de la ira, el segundo consejo es: no te enojes fácilmente. El enojo es uno de los principales rasgos negativos que socavan y contrarrestan todos los rasgos positivos.[3] Quien cae en la cólera pierde el control de sus instintos, toma decisiones generalmente erradas y termina hiriendo a los demás con crueldad, sin importarle los drásticos efectos que su ira provoca.[4] El Saba de Kélem luego de analizar exhaustivamente las propiedades de la ira dijo: “He observado detenidamente las características del enojo y la cólera y no encontré nada positivo o rescatable de ella, es tan abominable que debería erradicarse como al Jamétz (levaduras y fermentos) en Pésaj”. La única manera de dominar la ira, es tomando conciencia de los daños que esta ocasiona.[5]

 

En una ciudad se suscitó una acalorada discusión entre un comerciante Yehudí y su vecino. Este último, amenazó a su oponente con denunciarlo a las autoridades, ya que había realizado algunas trampas para exceptuar a sus hijos del ejército. Cuando su esposa se enteró, le dijo desesperada: “¿acaso te has vuelto loco?, ¡Si ellos son aprehendidos, tú también irás a prisión junto con ellos…! ¡Recuerda que urdiste como exentarlos, y si él cae, no solamente tú irás a prisión junto, te vas a llevar también a tus propios hijos!”. “¡No me importa!”, respondió enfurecido el hombre. “¡Vale la pena que hasta tú y nuestros hijos caigan presos, con tal de darle una buena lección a ese judío…!”.[6]

 

Indudablemente, quien queda atrapado entre las garras de su propia ira, se convertirá en un peligroso provocador de tragedias para los demás; para él y para su propia familia…  ©Musarito semanal.  Elias E. Askenazi

 

 

 

 

 

“Quita la ira de tu corazón y elimina el mal de tu cuerpo”.[7]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Rabbí Aizik Sar.

 

[2] Mesilat Yesharim, Cap. 19, Rabbí Moshé Jayim Luzzato.

 

[3] Meiri, Mishlé 16:32.

 

[4] Rab Irving M. Bunim.

 

[5] Nedarim 22a.

 

[6] Yated Neemán.

 

[7] Kohélet 11:10.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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