Perek 1, Mishná 9 continuación…

 

 

Shimón ben Shataj dijo: Examina a los testigos minuciosamente y se cuidadoso con tus palabras, no sea que a través de ellas, ellos [los litigantes o los testigos] aprendan a hablar falsedad.

 

Esta Mishná previene a los jueces a ser minuciosos en el interrogatorio de los litigantes y los testigos: sean cuidadosos en sus palabras, no sea que de ellas aprendan a mentir. Shimón ben Shataj estableció que los jueces tienen dos cometidos: examinar a fondo a los testigos, de ser necesario, interrogarlos una y otra vez. Debe aguzar su mente para percibir cómo interrogarlos, si les habla con tranquilidad, tendrán tiempo de pensar sus artimañas para mentir, y si lo hace demasiado ágil, también los puede confundir, por lo tanto deberá ser cuidadoso con sus palabras para reconocer al culpable, que no sugiera: “¿Quizás de esta manera sucedieron los hechos?” o “Si las cosas hubiesen sucedido así, fulano sería inocente” y así, inadvertidamente, el acusado o los testigos usarán sus palabras para declarar hechos que no sucedieron.[1]

 

Veamos un caso que sucedió en la época del Talmud:

 

Un hombre al que le debían dinero llevó al prestatario ante al Bet Din (corte de ley) de Rabá. Exigió al acusado: "¡Págame lo que me debes!". El prestatario respondió: "Ya te pagué". Rabá le dijo al prestatario: "Tienes dos opciones: o le pagas lo que te exige o tendrás que hacer un juramento de que le has entregado el dinero". El prestatario pidió tiempo para “pensarlo”.

 

Fue a buscar su bastón, escondió el dinero que debía en el interior, y se apoyó en el cayado mientras volvía a la corte. Entonces pidió al prestamista: "¿Podrías por favor sostener este bastón en tu mano?", aparentemente para liberar sus manos para poder sostener el rollo de Torá para realizar el juramento. Luego, tomó el rollo de Torá y juró que ya había puesto el dinero en manos del prestamista. El prestamista, enfurecido por el descaro del hombre, arrojó con fuerza el bastón al suelo y se rompió, todo el dinero que había en su interior se desparramó por el piso y todos se dieron cuenta que efectivamente había jurado la verdad desde el punto de vista técnico.[2]

 

El prestatario aprovechó la oportunidad y busco como mentir sin que nadie se pudiera dar cuenta de su truco. Actos así suelen suceder, y no es necesario llegar al Bet Din, uno puede pensar que está permitido engañar a otros siempre y cuando las palabras dichas sean técnicamente ciertas: grande es el castigo del que engaña, incluso cuando dice la verdad...[3] Y así está dicho: La mentira no posee piernas que la sostengan.[4] Hay que saber que aunque es posible engañar a la gente e incluso al juzgado, diciendo palabras que aparentemente son ciertas pero en realidad son engañosas, pero al Juez Supremo nadie puede engañarlo, Su sello es la verdad,[5] y está escrito: Quien hable falsedades no se afirmará ante Mis ojos.[6] Cuando el hombre se conduce con verdad, entonces la falsedad no puede relacionarse con ella. Si hay verdad entre los hombres, es como si la Morada Celestial se hallara frente a ellos, pues al existir la verdad entre los hombres, implícitamente reconocen que el Eterno fue el Creador de los cielos y la tierra, los mares y todo cuanto ellos contienen, y así continúa el versículo diciendo: Quien guarda la verdad eternamente..., hace justicia…[7] Y si el hombre se rebela utilizando la mentira, entonces es como si estuviese negando Su Majestad en los cielos y en la tierra. Por ello dijo el rey David: ¡Oh Señor! ¿Quién habitará Tus moradas, quién residirá en Tu santo monte? ¡El que anda con integridad, obra justicia y habla la verdad en su corazón!,[8] la verdad debe ser parte integral del corazón humano. Y la misión del Bet Din es hacer valer esta verdad.

 

Sucedió con Rabbí Yaacob de Lisa, conocido por su obra “Netivot HaMishpat”. Se presentaron ante él dos personas para llevar a cabo un juicio. Uno de ellos había encontrado en el mercado un dinar de oro (moneda antigua) y lo tomó, y la otra persona reclamaba que aquel dinar se había caído de su bolsillo unos minutos antes de que el primero lo encontrara.

 

Rabbí Yaacob percibió que el demandado era un mentiroso, y para verificar su teoría, lo obligó a salir del Bet Dín por unos minutos. Mientras tanto, solicitó al otro hombre que le mostrara la moneda. La tomó para observarla y comenzó a hablar en voz alta, a sabiendas de que el acusante estaba apoyando su oído detrás de la puerta para escuchar lo que él decía: “Aquí en este dinar, hay un pequeño orificio al lado de la primera letra, esta es una clara señal. Si él es capaz de señalarlo, la moneda le pertenece”.

 

Entonces, le ordenó al acusante ingresar, Rabbí Yaacob le preguntó: “Dime por favor, ¿acaso este dinar tiene alguna señal que demuestre que es tuyo?” En ese instante irrumpió el acusante y le respondió: “Fíjese Rab, y verá que en la moneda hay un pequeño orificio junto a la primera letra”. Rabbí Yaacob abrió su mano mostrándole la moneda, y con una sonrisa sobre su rostro le dijo: “Como verás, esta moneda no tiene ningún orificio, por lo tanto, debes ir a buscar la moneda agujereada que se te ha perdido a otro lugar, ya que este dinar le corresponde al que lo encontró…”.

 

No hay nada más simple que la verdad, pues ella no tiene necesidad de ser explicada ya que se explica por sí misma. La verdad existe y es eterna, la mentira es transitoria y falsa. La mentira tiene un brillo externo que atrae y encandila, impidiéndonos ver claramente lo verdadero. La mentira no existe en sí misma. Se requiere mirar lo correcto y adoptar una forma profunda de observar la realidad para dejar de lado la visión superficial y así alejarnos de todo lo que es falso.

 

El hombre ejemplar que adopta para sí una actitud de vida signada por la verdad, en el momento en el que se compromete con el pensamiento a realizar cierta acción, ha de escribirla para no olvidarla y no profanar incluso sus propios pensamientos. Y si no puede cumplirlo, se dirigirá a un rabino para que le deshaga el compromiso mental adquirido. Y tratará de no comprometerse mentalmente en nada que no haya pronunciado. El hombre que es considerado honorable, lo será en todas sus transacciones comerciales, expresará su pensamiento definitivo, y acostumbrará a todos aquellos que se relacionan con él a saber que no cambiará su parecer, no incrementará ni disminuirá lo pactado. Dijo el sabio: Siempre pondrás la verdad ante ti. Es decir, colocará señales para no olvidar las transacciones que realice y así no alterará su palabra. Lo mismo es válido para la casa de estudios y su mesa, en los que colocará un escrito recordándose hablar la verdad y no mentir. Y así procedió un sabio quien escribió en las paredes de su casa y de su casa de estudios: “Recuerda el día de la muerte y no pecarás”. El que habla únicamente con la verdad, vivirá largos años y se salvará de padecimientos.[9]©Musarito semanal

 

 

 

“Seis cosas hay que odia el Eterno: los ojos altaneros, la lengua mentirosa, el corazón que alberga malos pensamientos, los pies que son veloces para correr hacia el mal, el testigo falso que alienta mentiras y el que siembra discordia entre hermanos”.[10]

 

 

 

 

 

[1] Rabenu Yoná.

 

[2] Nedarim 25a.

 

[3] Sanhedrín 89b.

 

[4] Resh Otiot de Rabbí Akiva.

 

[5] Shabbat 55a.

 

[6] Tehilim 101:7.

 

[7] Ibid. 146:6.

 

[8] ibid. 15:1-2.

 

[9] Sanhedrín 97a.

 

[10] Mishlé 6:16-19.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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