Perek 1, Mishná 9

 

 

Shimón ben Shataj dijo: Examina a los testigos minuciosamente y se cuidadoso con tus palabras, no sea que a través de ellas, ellos [los testigos y litigantes] aprendan a hablar falsedad.

 

Matitiahu, padre de los Jashmonaim, tuvo cinco hijos. Luego de las guerras contra los griegos y la recuperación del sagrado Templo, reinó su hijo Yehudá; después que fuera victimado en una batalla, dos de sus hermanos, Yehonatán y Shimón, ocuparon su puesto. A Shimón lo heredó su hijo Yojanán Hurcanus, quien aún que sirviera como Cohén Gadol en el Bet HaMikdash, terminó convirtiéndose a la secta de los saduceos. Tras su muerte, lo sucedió su hijo Yehudá Aristóbulo. No ejerció la monarquía durante mucho tiempo, pues murió poco después sin haber procreado el heredero a la corona. Su hermano, Alexander Yanai (Alejandro Janeo), contrajo matrimonio con su viuda Shlomtzión, o Alejandra Salomé, cumpliendo con el precepto de Ibum (casamiento por levirato, para establecer descendencia a nombre de un hermano que falleció sin hijos), y asumió el trono de Yehudá.

 

Durante el reinado del rey Yanai, el Sanhedrín estaba formado casi exclusivamente por los tzedokim (saduceos); sin embargo, Shimón ben Shataj logró expulsar a algunos de ellos y reemplazarlos por perushím (fariseos). Habiendo logrado esto, Shimón ben Shataj rescató a algunos de sus colegas que se habían refugiado en Alejandría, Egipto, entre los fugitivos se encontraba Yehoshúa ben Perajiá, el ex Nasí, lo reubicó en su anterior posición y él ocupó el cargo de vicepresidente. A la muerte de Yehoshúa, se convirtió en presidente y Yehudá ben Tabai en vicepresidente. La simpatía de Yanai hacia los fariseos no perduró por mucho tiempo; y de nuevo sus colegas se vieron obligados a huir, incluso Shimón se vio obligado a ocultarse por el temor de que los saduceos lo aniquilaran. Gracias a su hermana, la reina Shlomtzión, formalizó la paz con el rey Yanai y desde entonces disfrutó el favor del rey, obteniendo protección y su retorno a la corte.[1]

 

A la muerte del rey, Shlomtzión, su cónyuge, sucedió al gobierno; y Shimón y los fariseos obtuvieron gran influencia. Junto con su colega, Yehudá ben Tabai, abolieron las enseñanzas saduceas y restablecieron la autoridad de los Jajamim y sus interpretaciones sobre la Torá Oral. Por eso se le llama "el restaurador de la Ley", que "ha devuelto a la corona de la sabiduría su antiguo esplendor". Shimón ben Shataj descartó el código penal que los saduceos habían introducido como complemento al código bíblico. En su época no se estilaba que los niños fueran a la escuela, la enseñanza se impartía por medio de los padres. Él ordenó que se establecieran Yeshivot en donde los jóvenes pudieran recibir la instrucción de las Sagradas Escrituras, así como el conocimiento tradicional de la Torá.

 

Shimón ben Shataj era portador de gran carácter, un hombre íntegro, no dudaba en cumplir cabalmente con la Voluntad del Creador e imponer el rigor de la ley cuando lo consideraba necesario. Veamos algunos ejemplos:

 

Mientras él fungía como el Nasí (presidente) del Gran Sanhedrín, ordenó que el caso fuera juzgado por el gran Tribunal y condenó a muerte a ochenta mujeres en Ashkelón, mismas que habían sido acusadas de practicar brujería.[2] Los familiares de estas mujeres, llenos de un deseo de venganza, contrataron a dos testigos para que presentaran un falso testimonio contra el hijo de Shimón ben Shataj, a quien acusaron de haber matado a una persona, delito que implicaba la pena capital. Tras ser sentenciado y camino al cadalso, los testigos se retractaron de su testimonio confesando que habían sido enviados por familiares de las hechiceras, a fin de vengar la muerte de estas, esto exoneraba al joven hijo del maestro y aun así se procedió a la ejecución.[3] Fue en base a ese suceso que compuso la máxima de la Mishná que estamos analizando: Debes indagar mucho a los testigos, a fin de tomar las decisiones correctas, evitando en ello, lo sucedido con su hijo.

 

En otra ocasión un esclavo del rey Yanai había cometido un crimen. Shimón ben Shataj, ordenó que el caso fuera juzgado por el gran Tribunal y dictaminó: "No solo convoquen al esclavo, sino al Rey Yanai también; como propietario del esclavo, debe escuchar el testimonio". El rey Yanai aceptó la invitación y apareció en la corte, pero su comportamiento advertía a los jueces de no condenar a su esclavo. Ingresó con todo el esplendor real y se sentó en presencia de los jueces. "¡Ponte de pie, Yanai!" lo amonestó Shimón ben Shataj "y escucha el testimonio de pie. No estás parado ante nosotros sino ante el Creador del universo". El rey contestó en forma insolente: "Tú eres solamente un individuo y tus palabras no son decisivas. Deja que toda la corte decida si debo estar o no de pie. ¿Veamos qué opinan los demás jueces?". Shimón ben Shataj giró hacia su derecha solo para encontrar a sus colegas mirando fijo el piso en silencio. No se atrevieron a desobedecer al rey. Luego se volvió hacia los jueces a su izquierda, pero ninguno tenía el coraje para ordenarle al rey que se pusiera de pie. Entonces censuró a los jueces: "Es evidente por vuestra conducta que nunca pensaron juzgarlo justamente. Ustedes enviaron por Yanai, presumiendo que los testigos quedarían amedrentados por su presencia y que su esclavo quedaría libre. Como ustedes están llenos de pensamientos torcidos, que sea el Todopoderoso Quien los juzgue". Ante estas palabras el ángel Gabriel apareció, derribó a los jueces y murieron.[4]

 

Nos enseña una Baraitá que Shimon ben Shataj vio a una persona con una espada en mano perseguir a otra hasta la ruina, lo vio salir con el arma goteando sangre, y el perseguido estaba convulsionando.  Y le dijo: “¡Malvado! Se que tú asesinaste a ese hombre, más según la Torá, se requieren dos testigos para acusar,[5] debes saber que, Aquel que conoce los pensamientos del hombre vengará la sangre de aquel que mataste”.  Los Sabios dijeron: No se movieron de allí antes de que una serpiente viniera y mordiera al asesino, dándole una terrible muerte.[6]

 

Una vez, Rabí Shimón ben Shataj compró un asno de un árabe y sus estudiantes encontraron una joya de valor en el collar del animal. “Maestro”, exclamaron, “El Creador te ha otorgado riqueza” mientras le mostraban la joya. “No es así”, les contradijo su maestro: “Yo pagué por un asno, no por una piedra preciosa”. (Cabe mencionar que, según la Halajá, no era necesario que Shimón ben Shataj regresara la joya, pero él quiso hacerlo para cumplir con la Mitzvá de Kidush Hashem). Shimón ben Shataj buscó al árabe y le devolvió la joya. Lleno de alegría al recuperar el objeto que consideraba perdido para siempre, el árabe exclamó durante toda su vida: ¡Bendito sea el D-os de Shimón ben Shataj!”.[7] ©Musarito semanal

 

 

 

“Él ama la rectitud y la justicia”.[8]

 

 

 

 

 

[1] Sanhedrín 107b.

 

[2] Shemot 22:17.

 

[3] Ver Rashí Sanhedrín 44b.

 

[4] Sanhedrín 19b.

 

[5] Debarim 17:6.

 

[6] Sanhedrín 37b.

 

[7] Debarim Rabbá 3:3.

 

[8] Tehilim 33:5.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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