Ser considerado con los demás

 

“Pero no halló la paloma dónde posar la planta de su pie y regresó a él, al arca, ya que el agua cubría la faz de toda la Tierra. Tendió su mano y la tomó, y la trajo hacia él, al arca” (8:9).

 

 

Llovió durante cuarenta días. El 27 de Kislev dejó de llover. Sin embargo, las aguas continuaban inundando la Tierra. Hashem recordó los méritos de Noaj y sus hijos al haber velado por los animales del arca, cerró las fuentes de la Tierra y envió al viento para dispersar el agua. Noaj quiso comprobar si el clima era apto para desembarcar. Envió al cuervo y éste se opuso a su misión. Entonces eligió a la paloma, que voló por encima de las aguas y, al no encontrar lugar para posarse, regresó al arca.

 

Rab Naftalí Tzví Yehudá Berlin, Rosh Yeshibat de Volozhin, destaca que la paloma no voló hacia el interior del arca, sino que, en cambio, simplemente “vino”, es decir, se acercó al arca. Debido a que regresó sin llevar nada en su pico, pensó que su amo no le permitiría volver a entrar. Noaj, sin embargo, tuvo compasión de la paloma y la tomó en su mano para darle calor, mientras ella descansaba de su viaje.

 

Rab Berlin agrega que podemos extraer una enseñanza de la conducta de Noaj: “Toda vez que pidas a alguien que efectúe una misión para ti, y si por circunstancias que estén fuera de su control llegara a fracasar, deberás tratarlo como si hubiese tenido éxito”.[1]

 

En una fría noche de invierno, Rabí Israel Meir Kegan, el Jafetz Jaim, llegó a la ciudad de Lomza. Puesto que él no quería despertar a nadie, fue directamente hacia la más famosa yeshibá del lugar, dirigida por el Rab Eliézer Shmulevitz. Él sabía que allí encontraría a personas estudiando Torá aún tarde en la noche. Caminó en medio de la espesa nieve hasta que llegó, y se sorprendió al ver que el camino había sido despejado por completo hasta la puerta. Pensó que el encargado había hecho este difícil e inesperado trabajo en honor a los alumnos, y por este esfuerzo especial él estaba muy agradecido hacia el responsable.

 

En la mañana, cuando el Jafetz Jaim encontró a quien se encargaba de limpiar la acera, lo alabó con palabras cálidas señalando su devoción por los alumnos de la yeshibá. El hombre le dijo: “Usted me está agradeciendo en vano. Anoche hacía tanto frío que yo no pude levantarme de mi cálida cama y me quedé acurrucado hasta la mañana”. El Jafetz Jaim se preguntó quién era el tzadik que había despejado el camino de nieve. Después de investigar, descubrió que no había sido otro que el Rosh Yeshibá, Rabí Eliézer Shmulevitz. El Rab lo había hecho calladamente, después de ver que el encargado no había hecho su trabajo.

 

“El Pueblo de Israel recibió el nombre de yehudí, que proviene de la palabra hodaá (gratitud, reconocimiento), para enseñar que la esencia del Judaísmo es saber agradecer a quien nos favorece, sin sentir que se merece uno las cosas.”[2]

 

Otra enseñanza que podemos extraer de esta Perashá es: Noaj esperó siete días y volvió a enviar a la paloma del arca. La paloma regresó al anochecer, y he aquí que tenía una hoja de olivo en el pico.[3]

 

Está escrito en el Midrash que con esa hoja de olivo la paloma traía trascendentales mensajes para hacernos reflexionar: antes del Diluvio, los seres del planeta habían mancillado su especie; la inmoralidad era tal que tanto los humanos como el ganado, las aves y todas las especies se unían entre sí, perdiendo sus propias identidades. El hombre, al manifestar esta actitud, provocó que las demás especies siguieran su ejemplo. El olivo produce aceite; este fluido no se puede mezclar con ningún otro líquido y siempre se mantiene flotando en la superficie. Así, Am Israel debe mantenerse siempre apartado, debe ser un ejemplo para el mundo entero. Fuimos elegidos por el Creador para mantenernos separados de las demás naciones. Nuestras aspiraciones deben estar dirigidas al Cielo, hacia las cosas espirituales. El aceite de oliva se utilizaba para el encendido de la Menorá. Te pondré (Israel) por luz para las naciones, para que llegue (el anuncio) de la salvación (que haré), hasta el confín de la tierra.[4]

 

Otra enseñanza es que ningún árbol produce hojas tan amargas como el olivo. La paloma quiso decir: “Mejor que mi comida sea amarga y de la mano del Santo, bendito sea, a que sea dulce como la miel y de la mano del hombre”.[5] Durante su estadía en el arca, la paloma contaba con alimentos mucho más sabrosos y nutritivos, pero prefirió esa planta de sabor amargo sólo debido a que le fue proporcionada por Hashem y no como dádiva del hombre. El sustento de la persona no vale nada si depende del donativo de otra.

 

Cerca de la casa de Rabí Yeshayahu de Praga se paraba un hombre ciego que vendía galletas en la vía pública. Durante los crudos días de invierno, estaba de pie durante horas hasta que vendía toda su mercancía, temiendo, además, de las autoridades, ya que no contaba con el permiso correspondiente para hacerlo. Cierta vez le fue confiscada su producción por ello y el pobre hombre se dirigió a Rabí Yeshayahu, volcando delante de él su corazón. A partir de ese momento, cada día el Rabino le compraba toda su mercancía y la distribuía entre los alumnos de la escuela. Algunos preguntaron a Rabí Yeshayahu cuál era el sentido de semejante comedia; ¿no era más fácil darle el dinero diariamente? “De ninguna manera”, contestaba el Rab. “Esta persona siente que está haciendo algo útil, un servicio, al proveerme de galletas, y mediante ello gana su sustento de forma digna. ¿Cómo puedo, pues, negarle esta posibilidad? Ya ha perdido la vista; ¿debe también perder la dignidad?”.

 

Porque el hecho de habernos creado tan dependientes de la bendición de Hashem nos obliga a levantar nuestros ojos solicitando el sustento de Su mano amplia, generosa y abierta. Saber que todas nuestras necesidades están preparadas aun antes de que las solicitemos, es “una luz” que ilumina nuestro camino por este mundo; nos da la confianza de que no estamos solos. Nuestro Padre Piadoso siempre se encuentra velando por nosotros y siempre tiene una solución a todos nuestros problemas y necesidades.©Musarito semanal

 

“Depender del dinero (prestado o regalado) de los demás es como meter la mano en un panal: hasta que sacamos un poco de miel, ya hemos recibido muchos piquetes. Por eso es mejor recibir algo ‘amargo’ de Hashem que algo dulce de las personas.”[6]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ama a tu  prójimo, Rab Zelig Pliskin.

 

[2] Shem Tob, Vayetzé.

 

[3] Bereshit 8:11.

 

[4] Yeshayá 49:6.

 

[5] Erubín 18b.

 

[6] Rabí Naftalí de Rofshitz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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