La Palabra de Hashem es perpetua e infalible

 

 

 

“Y estas son las leyes que pondrás delante de ellos” (21:1).

 

 

En esta Perashá se ordenan 53 de las 613 mitzvot de la Torá. Se trata de leyes de tipo civil, de daños y perjuicios entre una persona y su compañero. Varias de ellas se encuentran en los códigos de leyes de otras naciones. El hombre posee una parcial comprensión de la justicia; su limitado criterio para legislar ha provocado que las leyes hechas con él se encuentren falseadas. Los grandes juristas universales reconocen la inexactitud que presenta el código civil promulgado por los hombres, en tanto que las leyes de Hashem son inmutables e infalibles…[1]

 

La Perashá comienza diciendo: Y estos son los estatutos… La preposición “Y” viene a mostrarnos que las leyes dictadas en esta porción de la Torá son continuación de los Diez Mandamientos que leímos la semana anterior. Quiere decir que tanto las leyes que rigen entre el hombre y el Creador, como las de tipo social-económico, fueron dictadas por Hashem en el Monte Sinaí. Eso es lo que da poder y vigencia al código de justicia social de la Torá, incluso miles de años después de su institución.[2]

 

La diferencia entre la Torá y cualquier otro sistema de leyes es enorme y fundamental. Ninguna ley hecha por el hombre puede abarcar y entender los deseos y la voluntad de cada uno de los miembros que componen una comunidad. Es por esto que, en cuanto el hombre encuentra algo que obstaculiza el camino hacia sus objetivos, simplemente lo “salta” y sigue adelante… Esto definitivamente no resta veracidad a las leyes. Por este motivo, la Torá nos advierte en esta misma Perashá: ¡Aléjate de la falsedad![3] También nos advierte alejarnos de los hábitos y costumbres de las demás naciones.[4]

 

¿Cuál es la ley verdadera? Intentamos buscar el significado de “verdad” en los diccionarios y encontramos múltiples definiciones. La verdad del ser humano es relativa; depende del entorno y de la situación de la persona que la proclama. El Pueblo Judío tiene una sola verdad. Es absoluta, constante y eterna. Sólo puede emanar del Creador del Universo, y ésta se encuentra plasmada en su Torá.

 

Era una noche fría y oscura. Berel golpeó a la puerta de la posada. Tenía los huesos helados. No hubo respuesta. Golpeó por segunda vez. Después de lo que le pareció una eternidad, oyó el sonido del cerrojo que se abría. Los ojos confusos del posadero buscaban con la linterna en la mano a aquel que tocaba a la puerta a esa hora. “¿Tiene un cuarto?”, preguntó Berel. “¡Estamos llenos!”, dijo el posadero. “Pero seguramente tendrá algún lugar donde yo pueda dormir”, rogaba el forastero. “Lo siento. Todos los cuartos están ocupados. Llegó a la ciudad el circo. No quedó ni una sola cama libre en toda la posada.” El posadero abrió por fin la puerta y le dijo: “Mire, lo único que se me ocurre es que comparta la cama con el payaso del circo. Usted decide. Tómelo o déjelo”. Sin pensarlo, Berel respondió: “Lo tomo”. Entró rápidamente a la posada mientras decía: “Agradezco su amabilidad… Por favor, ¿podría despertarme antes de que amanezca? Mañana tengo que hacer un viaje muy largo”. El posadero lo miró amenazante y dijo: “¡¿También quiere que le lleve el desayuno a la cama?!”. Berel se quedó en silencio, temiendo quedarse congelado en la vía pública. “Bueno”, dijo finalmente el posadero, a regañadientes. Berel se dirigió a su habitación, se desvistió y colgó con cuidado su ropa en una percha, junto al traje del payaso.

 

A las cuatro y media, el posadero golpeó a su puerta. Berel despertó. Con los ojos a medio abrir, salió a duras penas de la cama, se vistió y se dirigió hacia la primera luz del día. Media hora más tarde amaneció. Berel iba caminando por la calle principal del pueblo. De pronto, un hombre lo señaló y estalló en una explosión de carcajadas. “¿Qué tiene de gracioso?”, pensó Berel. Cuando se cruzó con la persona siguiente, y luego con una tercera, y con una cuarta, todos reían al verlo. Entonces se puso a pensar: “¿Qué pasa? ¿En este pueblo están todos locos?”. Justo en ese momento, pasó por un negocio que tenía un enorme aparador y se vio reflejado en el vidrio… Helado ante lo que vieron sus ojos, se quedó contemplando su propio reflejo. Frente a él estaba un judío con largas peot y barba, vestido con un traje de raso rojo, con tres enormes círculos de colores en la parte delantera… “¡El tonto del posadero!”, exclamó Berel. “¡En lugar de despertarme a mí, despertó al payaso…!”.

 

Podríamos pensar: “¡Qué historia tan ridícula!”. Pero si cavilamos un poco acerca de nuestra situación actual, encontraremos sentido a esta parábola. Es triste ver la terrible crisis de identidad que sufre hoy el Pueblo Judío. Estamos confundiendo nuestro papel con el que corresponde al resto de las naciones. Tenemos nuestro propio código de leyes, un Pacto Eterno que recibimos directamente del Creador; fue puesto en manos de Moshé y de allí ha ido pasando de generación en generación hasta nuestras manos. Varios han perdido el rumbo y deambulan por las calles pretendiendo ser lo que no son. La distancia más grande es cuando no hay sentido de la distancia. Uno está más perdido que nunca cuando ni siquiera tiene idea de que está perdido, sin ningún deseo de regresar a su casa, ¡porque cree que está en ella…![5]

 

Veamos otro ejemplo:

 

Un hombre dice a su esposa: “He revisado todos los cajones y todos los trajes que están en la casa, y no puedo encontrar el billete de cien dólares”. La mujer le pregunta: “¿Buscaste en los pantalones que están en la lavadora?”. “Sí”, responde él. La mujer le sugiere: “¿Buscaste en el automóvil? Quizás se cayó allí”. “Sí, lo he revisado y no lo encontré.” “¿Llevaste ya los pantalones que apartaste para la tintorería?”. “No, siguen en su lugar.” “¿Y ya los revisaste?” “No he revisado allí.” “¿Y qué estás esperando?”, pregunta la mujer. “¡Es que es el único lugar que me queda por revisar!”, dijo. “¡Entonces revísalo!”. “No puedo.” “¿Por qué no?”. “Porque si yo busco allí y no lo encuentro, entonces realmente me deprimiré, pues sabré que verdaderamente lo he perdido….”.

 

¿Cuántas veces te has puesto a pensar hacia dónde vas? ¿Hasta cuándo piensas seguir viviendo el hoy de una forma y despertar al siguiente día percatándote de que el ayer fue una mentira?

 

Cerrar los ojos para no verte obligado a cambiar y modificar tus hábitos está privándote de la verdad.

 

¡Es difícil aceptar y cambiar! Cierto. Pero finalmente va a ser más complicado despertar en la vejez y darte cuenta de que viviste en la mentira de los placeres y de todo aquello que presume autenticidad… Negar la verdad sólo te hace perder tiempo…

 

Dos hombres se encontraban consolando a una familia en la que había fallecido el abuelo. Uno preguntó al otro: “¿Sabes de qué murió?”. El otro responde: “No lo sé; estaba sano hasta su ultimo día, y murió repentinamente”. Un tercer hombre, que estaba parado cerca y había oído la conversación, interrumpió: “Ustedes están equivocados. Sólo aquel que no ha acumulado Torá y mitzvot muere de repente, puesto que no espera ese día y viene ante su Creador sin estar preparado. Sin embargo, aquel que se prepara a lo largo de todos sus años para este día, lo anticipa y no muere de pronto, sino completamente preparado”.

 

¡Finalmente la verdad alcanza a todo el mundo! Puedes seguir creyendo cualquiera de las “verdades” mundanas, en la negación de lo que es realmente auténtico. Sólo será temporario. Escoger la verdad de la Torá y vivir de acuerdo con ella te proporciona el deleite eterno. La verdad es sólo una y es la que proviene del Creador.©Musarito semanal

 

“La palabra del Eterno es recta y toda su obra está hecha con verdad.”[6]

 

 

 

 

 

[1] Jumash Dor Deror, tomo II, pág. 177, Rab Mordejai Babor.

 

[2] Rashí.

 

[3] Ídem 23:7.

 

[4] Ídem 23:24.

 

[5] Jafetz Jaim.

 

[6] Taanit 20b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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