Todo lo que Hashem hace es para bien

 

“Luego partieron de Mará y llegaron a Elim…” (33:5).

 

 

En Mará el pueblo se desesperó al ver el lago de aguas amargas y se quejó. Hashem hizo un milagro y endulzó las aguas. Cuando continuaron su viaje descubrieron que más adelante tenían preparado un oasis en Elim para saciar su sed. Solamente tenían que haber confiado en que el Creador siempre tiene preparado lo mejor para las personas. Lo único que se requiere es paciencia y confianza en que todo lo que hace Hashem es para nuestro bien.

 

Hace mucho tiempo, en un reino distante vivía un rey que no creía en la bondad de Dios. Tenía, sin embargo, un súbdito que siempre le recordaba esa verdad. En todas las situaciones le decía: “Rey mío, no se desanime, porque todo lo que Dios hace es perfecto. Él nunca se equivoca”.

 

Un día el rey salió a cazar junto con su súbdito, y una fiera de la jungla lo atacó. El súbdito consiguió matar al animal, pero no evitó que su Majestad perdiese el dedo meñique de la mano derecha. El rey, furioso por lo que había ocurrido, y sin mostrar agradecimiento por los esfuerzos de su siervo para salvarle la vida, le preguntó: “¿Y ahora, qué me dices? ¿Dios es bueno? Si Dios fuese bueno yo no hubiera sido atacado, y no habría perdido mi dedo”. El siervo respondió: “Rey mío, a pesar de todo eso, puedo decirle que Dios es bueno, y que quizás perder un dedo sea para su bien. Todo lo que Dios hace es perfecto. ¡Él nunca se equivoca!”.

 

El rey, indignado con la respuesta del súbdito, mandó que lo llevaran preso a la celda más oscura y fétida del calabozo. Después de algún tiempo, el rey salió nuevamente a cazar y fue atacado, esta vez por una tribu de indios que vivían en la selva. Estos indios eran temidos por todos, pues era sabido que hacían sacrificios humanos para sus dioses. Inmediatamente después de que capturaron al rey, comenzaron a preparar, llenos de júbilo, el ritual del sacrificio. Cuando ya tenían todo listo, y el rey estaba delante del altar, el sacerdote indígena, al examinar a la víctima, observó furioso: “¡Este hombre no puede ser sacrificado, pues tiene un defecto! ¡Le falta un dedo!”.

 

El rey fue liberado. Al volver a palacio, muy alegre y aliviado, liberó a su súbdito y pidió que fuera a su presencia. Al ver a su siervo, lo abrazó afectuosamente diciendo: “¡Me has dado una gran lección! ¡Dios fue realmente bueno conmigo! Ya debes haberte enterado de que escapé justamente porque no tenía uno de mis dedos. Pero ahora tengo una gran duda en mi corazón: si Dios es tan bueno, ¿por qué permitió que estuvieses preso, tú, que tanto lo defendiste?”. El siervo sonrió y dijo: “Rey mío, si yo hubiera ido con usted a esa cacería, seguramente habría sido sacrificado en su lugar, ¡ya que no me falta ningún dedo! Por tanto, recuerde siempre: todo lo que Dios hace es perfecto. ¡Él nunca se equivoca!”.

 

Dice el versículo: El Creador es de íntegro obrar, pues todos Sus caminos son justicia, es un Dios fiel que no procede con iniquidad; Justo y Recto es Él.[1] La primera parte nos enseña que Hashem es íntegro y exacto en Su proceder, pues Sus caminos son justos. Al final del versículo se nos dice que Hashem es totalmente confiable y que no hay en Él equivocaciones, pues es justo y recto.

 

La visión del ser humano se limita a ver el presente, y de acuerdo con él, decide si el hecho que ocurrió es positivo o no. Esto provoca que no entendamos el verdadero motivo de los desafíos que nos encontramos en la vida. A veces nos preguntamos respecto de Quién dispone ese presente. Por este motivo, la Torá nos enseña que Hashem no se equivoca.

 

David HaMélej dijo: Los decretos de Dios son verdad, son justos en conjunto.[2] Esto nos enseña que para comprobar que los actos de Hashem son justos, hace falta ver todo el suceso, desde el pasado, el presente y el futuro, incluyendo cada uno de los sucesos que se relacionan entre sí. Esto no está dentro de nuestra capacidad, pero si pudiéramos verlo, no nos quedaría ninguna duda que todo está exactamente calculado por Hashem. En este mundo nos es imposible ver el panorama completo, por lo que resulta casi imposible entender los cálculos de Hashem.

 

A esto se refiere el versículo al decir: Los decretos de Dios… son justos en conjunto, pues no podemos juzgar cada hecho por separado, sin considerar todo lo que ocurrió desde que el mundo fue creado hasta este momento, y sin tener en cuenta también todo lo que ocurrirá hasta el final de los días. La fe comienza a partir del momento en que la mente humana no puede entender lo que está viendo. Y es entonces cuando podemos decir que una persona tiene fe. Así, estamos obligados a creer que todo lo que Hashem hace es para bien, lo entendamos o no.[3]

 

A principios del siglo XX, en Austria, vivía un judío que era dueño de una importante tienda, la cual le permitía gozar de una buena posición económica. Un día, el hombre decidió que en América le deparaba un mejor futuro y comenzó a preparar todo lo necesario para el viaje junto con su familia a los Estados Unidos. El costo del viaje era muy alto, ya que debía tomar varios trenes hasta llegar al puerto donde partiría el crucero hacia el nuevo continente, y la única manera que tenía para cubrir los gastos del viaje era vendiendo su única tienda. Sin embargo, luego de mucha indecisión, este hombre optó por vender su negocio e ir a probar su suerte en Norteamérica.

 

Nadie entendía cuál era el motivo que lo incentivaba a hacer semejante cambio. Por eso, el asombro de todos sus conocidos fue muy grande.

 

A las pocas semanas, su sueño comenzó a hacerse realidad al escuchar que el tren comenzaba a correr por las vías. Este hombre sabía que por delante tenía varios días de viaje en tren, pero todo ese gran esfuerzo era ínfimo a sus ojos por el deseo de llegar a los Estados Unidos. A la mitad del viaje ocurrió un contratiempo. La conexión entre los dos últimos trenes que debía tomar se demoró más de lo previsto, y eso significaba que podría llegar a perder el crucero. El hombre estaba sumamente preocupado. Su incertidumbre se hizo realidad: al llegar al puerto se dio cuenta de que el barco ya había partido.

 

En pocos segundos no sólo se derrumbaba el futuro de este judío, sino también su presente. Su pasaje ya no tenía valor y su pérdida económica era muy grande. Sin otra opción, tomó el tren de regreso a su hogar. “¿Por qué tuvo que ocurrirme esto? ¿Por qué Hashem me hizo vender la tienda? ¿No podría haberse apiadado de mí?”. Estas preguntas no lo abandonaron durante el trayecto de vuelta a su ciudad.

 

Al llegar, sin otra opción, buscó empleo para poder mantener a su familia. Para este judío, la vida había terminado y no tenía consuelo, pues no podía aceptar su desgracia.

 

A las pocas semanas, al leer el periódico, sus manos comenzaron a temblar; su vista se nubló; todo su cuerpo transpiraba sin cesar y sintió un gran escalofrío.

 

“¡Se hundió el Titanic!”, gritaban los grandes titulares.

 

Fue entonces cuando entendió el gran favor que Hashem le hizo al hacerle perder el barco: su pasaje era para el Titanic. En ese instante el hombre comprendió que Hashem prefirió quitarle su dinero y no la vida. ©Musarito semanal

 

 

“Es bueno el Eterno para todos, y Misericordioso sobre todas Sus obras.”[4]

 

 

 

 

 

[1] Debarim 32:4.

 

[2] Tehilim 19:10.

 

[3] Rab Yejezkel Levenstein.

 

[4] Tehilim 145:9.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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