Dichosos los de camino íntegro, que caminan con la Torá de Hashem[1]

 

 

 

“Una pesa perfecta y de rectitud tendrás para ti…” (25:15).

 

 

En esta Perashá fuimos advertidos acerca de ser extremadamente honestos en todas las operaciones que hacemos. Es muy fácil caer en la tentación y hay que estar bien preparados para cuando se nos presente la prueba. Hay que estudiar mucho Musar para que implantemos en nuestra mente la certeza de que Hashem es Quien reparte todo lo que cada quien posee. Lo que te pertenece, nadie podrá quitártelo, y cuando el Creador decida te lo quitará y lo entregará a otro.

 

Esto se compara a una persona que asalta un banco: adquiere dinero ilícitamente, cuando del Cielo le estaba destinado que ese mismo dinero le hubiese llegado en el mismo momento, pero de una manera permitida.

 

¿Qué necesidad tenemos de inmiscuirnos en los caminos de Hashem? Dejemos que Él decida cuál es el mejor momento de adquirir las cosas que debemos poseer.

 

Cuando el Jazón Ish vivía en Stoibz, su esposa abrió una tienda para permitir que él dedicara todo su tiempo al estudio de la Torá. En los días que el negocio estaba más concurrido que de costumbre, el Jazón Ish temía que en el trajín pudieran cometerse errores y los clientes resultaran engañados. En consecuencia, él iba al establecimiento y examinaba personalmente cada artículo que se vendía.

 

Un discípulo de Rabí Eliahu Dushnitzer relató que cierta vez, mientras caminaba con su maestro, ambos se sumergieron en una profunda polémica. En cierto momento se detuvieron y permanecieron parados en un mismo lugar por un largo rato. Sin darse cuenta de lo que hacía, el estudiante arrancó una hoja del árbol cercano. Rabí Dushnitzer lo tomó de la mano y lo censuró. “¿Qué has hecho? Incluso si lo que tomaste vale menos de una perutá (moneda de escaso valor), has cometido un robo.”

 

Cierta vez, un huésped olvidó su paraguas en la Yeshibá de Rab Ziv, en Kelm. Trece años más tarde regresó a la sinagoga y encontró su paraguas en el lugar exacto donde lo había dejado.[2]

 

¡Cuánto debemos cuidarnos para no pecar en asuntos monetarios, como defraudar, tomar intereses de otro yehudí, mentir, ejercer competencia desleal, no prestar al pobre en su necesidad, poseer y usar instrumentos de medición y balanzas inexactos, etc. Dijo Shelomó HaMélej: La báscula y la balanza justas son de Hashem; sus hechos son como todas las pesas en un bolso.[3] Hashem es justo para pagar a cada persona según sus acciones, tanto castigando como recompensando justamente. Así como el hombre posee pesas de varios tamaños, Hashem “tiene” pesas con las cuales pone en la balanza los hechos del hombre.[4] Hashem discierne entre los pensamientos de la persona cuando ésta realiza sus actos. En ocasiones el ser humano utiliza su criterio para decidir qué es lo correcto y lo justo, y olvida que eso no lo determina la persona, sino Hashem. Todos los caminos del hombre son puros ante sus ojos, pero Hashem examina los espíritus.[5] Los caminos del hombre provienen de su voluntad, pensando que eso es lo correcto. Empero, Hashem sabe si en este deseo no se esconde algún engaño. Hashem examina las motivaciones de cada acción.[6] Por eso decimos que Hashem tiene sus propias pesas, porque Él evalúa todo: la intención, la motivación. Incluso la forma en que se comporta la persona con sus semejantes es tomada en cuenta. Hashem utiliza esa misma pesa para evaluar sus hechos.[7]

 

Otro tema en la Perashá es el de no retener el pago de un trabajador a quien se le contrató para hacer un trabajo específico; el contratante debe liquidar al trabajador al término de su labor. En su día entregarás su salario.[8]

 

Los trabajadores de la imprenta en Varsovia en la cual el Jafetz Jaim hacía imprimir algunos de sus libros, dijeron una vez al hijo del Jafetz Jaim lo cuidadoso que era su padre en pagarles al terminar su jornada. Uno de ellos relató cómo él vio al Jafetz Jaim dirigirse corriendo de prisa a una pequeña calle lateral justo antes de la llegada del Shabat. Como ya era casi la hora de encender las velas, se preguntó: “¿A dónde va el Jafetz Jaim a una hora tan avanzada?”. Posteriormente esa persona descubrió que uno de los trabajadores de la imprenta había salido del local antes de que el Jafetz Jaim le hubiese pagado. El Jafetz Jaim averiguó su dirección y corrió a su casa para pagarle antes de que comenzara Shabat, para no transgredir la prohibición de no pagar al trabajador a término.[9]

 

Otro hecho similar fue relatado por la hija del Jafetz Jaim: en medio de una fría noche de invierno, en su juventud, su padre le pidió que lo acompañara a la casa del sastre. Esa noche el sastre había terminado un trabajo que el Jafetz Jaim le había encomendado, y no había recibido el pago correspondiente. La casa del sastre estaba en el otro extremo de la ciudad y afuera hacía un frío glacial, pero el Jafetz Jaim dijo a su hija que el esfuerzo valía la pena, a fin de pagar a término al sastre.[10]

 

Una de las cualidades más odiadas por Dios es la mentira. Por el contrario, el Creador ama a quien se conduce con la verdad, ya que ésta es la “llave” que conduce al hombre al buen camino. En una oportunidad, un pecador que había transgredido todos los preceptos de la Tora resolvió retornar al buen camino. Se dirigió entonces al rabino de su ciudad en busca de consejo. Luego de plantearle su situación, le confesó: “Estoy dispuesto a aceptar cualquier sufrimiento para ser perdonado. Aun si debo arrojarme al fuego y morir, lo haré”. El rabino replicó: “El sendero que yo te indicaré para que retornes es más arduo y difícil que el que tú propusiste. ¿Estás dispuesto a aceptarlo?”. “¡Sí!”, exclamó el retornante.

 

Entonces le dijo el rabino: “Ve a tu casa en paz y haz todo lo que tu instinto desee. Sólo debes jurarme que si algún sujeto indagara sobre tus actos, deberás contarle la verdad”. El hombre regresó a su hogar perplejo por el consejo del rabino, pero acató fielmente su orden y así se comportó. Fue entonces que su instinto le dijo: “Ve y roba”. Él se dispuso a robar y se percató de que si alguien le preguntaba a donde se dirigía, él debería responder la verdad: “Voy a robar”. Entonces decidió no robar.

 

Así ocurrió con todos sus malos deseos. Cuando su instinto lo traicionaba y lo incitaba a cometer cualquier transgresión, pensaba: “¿Qué voy a contestar cuando alguien me cuestione sobre mis actos?”. Recapacitaba y se privaba de llevarlos a cabo. De esta forma retornó a la senda de Dios. He aquí que el don de la “verdad” salvó a este ser humano del pecado, y lo acercó a Dios más que cualquier otra pena que el rabino le hubiera impuesto para enmendar su camino… ©Musarito semanal

 

“Guarda la integridad y observa la rectitud, porque hay un futuro para el hombre de paz.”[11]

 

 

 

 

 

 

[1] Tehilim 119:1.

 

[2] Lilmod Ulelamed, pág. 242, Rab Mordejai Katz.

 

[3] Mishlé 16:11.

 

[4] Rashí.

 

[5] Mishlé 16:2.

 

[6] Gaón de Vilna.

 

[7] Metzudat David.

 

[8] Vayikrá 24:15.

 

[9] Mijtebé Jafetz Jaim, pág. 38; Ama a tu prójimo, pág. 516, Rab Zelig Pliskin.

 

[10] Idem.

 

[11] Tehilim 37:37.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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