El habla es la vestimenta del pensamiento

 

 

“Moshé comenzó a explicar esta Torá...” (1:5)

 

 

Moshé comenzó a entregar su legado a Am Israel en Rosh Jódesh Shebat, y murió el 7 del mes de Adar. Faltaban solamente treinta y seis días para que su alma subiera al Shamaim. Durante este periodo Moshé se dedicó a explicar la Torá en los setenta idiomas básicos. ¿Para qué? Después de todo, el Pueblo de Israel sabía la Lengua Santa, y no hacía falta que Moshé tradujera la Torá a los otros idiomas...

 

Más adelante Moshé reprende al pueblo con el tema de los espías: Enviemos hombres delante de nosotros para que exploren la Tierra y nos traigan un reporte.[1] Rashí acota que necesitaban este informe para saber en qué lengua hablaban.

 

Esto requiere una explicación: cuando un ejército se dispone a atacar a su enemigo, pregunta por sus armas, sus fortificaciones o por la cantidad de soldados. ¿Qué importancia tiene la lengua en la que hablan?

 

La respuesta es que, conforme a la Torá, hay setenta idiomas primordiales. Cada nación posee una lengua original, propia de ella y distinta de las demás. En realidad, las setenta lenguas se derivaron de la Lengua Sagrada y en la época de la torre de Babel Hashem hizo que se confundieran y cada una se dispersó por el mundo.[2] Cada lengua expresa la esencia y la naturaleza peculiar de cada pueblo, su forma de pensar y de concebir el mundo. Esta era la razón por la cual deseaban conocer el idioma de los habitantes de Kenáan: querían conocer a fondo lo que distinguía a su adversario.[3]

 

La Creación está dividida en cuatro diferentes clases: mineral, vegetal, animal y parlante. Esta última es la principal característica del hombre; esta virtud es la que lo coloca en la cima de todo lo Creado. Dentro de este reino también encontramos diferentes categorías. Cada persona se distingue de otra mediante su conversación. Según el nivel con en que conversa, sabremos de quién se trata.

 

El Gaón de Brisk relató una historia sobre el Jafetz Jaim, quien tuvo cierta vez que comparecer ante el Primer Ministro de Polonia. Él acudió al Ministerio solicitando la anulación de un decreto que sumía en hondos problemas a todos los líderes de Torá de esa época. Las palabras del Jafetz Jaim fluían de su cálido y puro corazón mientras hablaba, en yidish, al ministro gentil. En medio de su discurso, el Jafetz Jaim se emocionó tanto que comenzó a llorar. Uno de sus acompañantes se levantó para traducir, pero el ministro le indicó que callara, y le dijo: “No es necesario. Aunque no entendí ni una sola palabra, me ha convencido, porque sus palabras salieron del corazón”. Las palabras que salen del corazón entran al corazón. El lenguaje del corazón es comprendido en cualquier idioma. No necesita elaboración ni traducción.

 

La pregunta es: si el lenguaje es tan distintivo, entonces, ¿por qué se dictó la Torá en todos los idiomas? Moshé tendría que haberlo hecho solamente en la Lengua Sagrada y, de esta forma, no solamente hubiera conservado su origen y espiritualidad, sino que también estaría dando al pueblo esa singularidad que lo caracteriza. Hashem sabía que el Pueblo Judío debería atravesar una larga noche de exilio, disperso entre las naciones del mundo. Por eso, Moshé explicó la Torá en los setenta idiomas, para que cada idioma y cada nación y cada tierra poseyeran una chispa de la Torá. Moshé sabía muy bien que Éretz Israel podría no ser la parada final del viaje del Pueblo Judío. Años después podrían, por desgracia, estar en el exilio y el pueblo sería dispersado por todos los extremos del mundo. Allí el idioma que se hablaría no sería lashón hakódesh, sino una de las muchas lenguas extranjeras. Los judíos se harían residentes de diversos países, se aclimatarían a aquellas sociedades y adoptarían muchas de las prácticas de esa tierra. A medida que el tiempo avanzara, las generaciones más jóvenes pensarían erróneamente que la Torá no habla en su idioma y no se aplica a ellos. Para contrarrestar esta idea, Moshé explicó en persona la Torá con mucha claridad en todos los setenta idiomas, para mostrarnos que la Torá se aplica a todos los lugares y periodos de la historia.

 

Nuestra forma de hablar nos distingue. La forma en que hablamos con nuestros semejantes denota nuestras intenciones. Cuando nos expresamos en forma agresiva hacia otra persona, denotamos que algo no anda bien en esa relación; generalmente es un odio infundado. La mayoría de las veces el enojo se origina por la falta de comunicación; juzgamos mal algunas acciones que en general la persona que las cometió ni siquiera se dio cuenta de ello y, en lugar de acercarnos y aclarar el aparente agravio, guardamos rencor. Esta es la causa por la cual el Bet HaMikdash no se construye. Con cada ofensa, cada vez que hablamos contra nuestro semejante, ¡estamos quitando un ladrillo del Bet HaMikdash y lo estamos haciendo trizas!

 

Debemos examinar nuestros caminos y retornar a Hashem. Conocemos la gravedad que representa cometer idolatría. Pero… ¿qué representa para nosotros hablar lashón hará? ¿Nos preocupamos cuando difamamos a alguien? La gente sólo sabe de nuestras expresiones; Hashem conoce nuestros pensamientos y sentimientos. Los pensamientos apropiados producen un habla apropiada; los pensamientos negativos son tierra fértil donde el lashón hará crece. Tratemos de hacer conciencia de lo destructivo que puede ser el odio. El que siembra odio, cosechará arrepentimiento.[4] Así como nuestro pueblo no recibió la Torá sino hasta que se unieron como un solo hombre y un solo corazón, del mismo modo ocurrirá con el tercer Bet HaMikdash: cuando nos amemos gratuitamente, Hashem lo construirá.[5] ©Musarito semanal

 

 

“El odio engendra conflictos, pero el amor encubre todas las fallas.”[6]

 

 

 

 

 

[1] Debarim 1:22.

 

[2] Ver Bereshit 5:9.

 

[3] Gur Aryé.

 

[4] Rabí Yehudá HaJasid.

 

[5] La llevarás en tu corazón, págs. 303-304, Rab M. Hoffer.

 

[6] Mishlé 10:12.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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