Como ornamento de oro fino es la reprensión

 

sensata en el oído obediente[1]

 

 

“Estas son las cosas que Moshé dijo a todo Israel” (1:1).

 

 

Con esta Perashá comenzamos la lectura del último libro de nuestra Torá: Debarim (Deuteronomio). Moshé reprende sutilmente a la nueva generación, por los pecados y las rebeliones cometidos por sus padres durante la travesía por el desierto. También los exhorta para que estudien la Torá y cumplan todos los preceptos que debían practicarse al entrar en la Tierra Prometida. Moshé los reprende en una forma tenue y gentil para demostrar Su respeto hacia ellos. Para ahorrarles vergüenza y humillación, los pecados no fueron abiertamente declarados, sino que mencionó lugares, algunos de los cuales eran ficticios, pero sirvieron como juego de palabras para describir sus pecados.

 

Cierta vez, el Baal Shem Tob estaba sentado con sus jasidim cuando entró un pobre hombre ignorante. El Baal Shem Tob lo llamó inmediatamente a la cabecera de la mesa y lo sentó a su lado. Sorprendidos, los discípulos le preguntaron por qué había concedido tal honor a una persona desconocida, ignorante, que vestía ropas andrajosas. De seguro no le correspondía la cabecera de la mesa. El Baal Shem Tob respondió: “En el Mundo Venidero yo también querré un ‘asiento’ cerca de la cabecera, y ciertamente me preguntarán por qué méritos me hago acreedor a ello. La única respuesta que tendré será que cierta vez concedí un lugar de honor a un pobre hombre desprovisto de gracia y sabiduría”.

 

El fundamento del acto de honrar a un yehudí reside en el potencial extraordinario que Hashem ha plantado en cada uno de nosotros. Dice el versículo: “Kedoshim Tihiyú” (“Ustedes serán santos”).[2] Cada uno de los integrantes de Am Israel es una persona especial; es considerado ante Hashem como hijo único y especial; una invaluable joya.[3] Moshé lo sabía. Entendía a quién reprendía. Por consiguiente, mostró su respeto por los sentimientos y el honor de sus hermanos y por este motivo hizo la reprensión de esa forma.[4] Debemos tomar en cuenta la valerosa actitud de los jóvenes que se encontraban también en las filas, quienes escucharon el reproche de Moshé y se quedaron callados. Cuando esos pecados se cometieron no habían nacido o eran muy pequeños, pero aun así se sintieron avergonzados no sólo por sus pecados sino también por los de sus padres. Haber aceptado valerosamente este reproche los hizo merecedores a que Moshé les otorgara una bendición: Que Hashem les añada tanto como son mil veces más y los bendiga tal y como Él les ha hablado.[5] Algo también digno de alabanza para Am Israel es que bastó una pequeña insinuación para que les sirviera de reprensión y cada uno corrigiera sus actos.[6]

 

Rabí Yehudá Nesiá declara: “¿Cuál es el camino que una persona debe elegir para sí en la vida? Amar la crítica constructiva, pues donde se halla ésta hay placer, bondad y bendiciones”.[7]

 

Cuando el Jafetz Jaim viajaba alrededor de Polonia y Rusia para vender sus obras, entró en una posada en Vilna. Se sentó en una mesa, sacó sus libros y comenzó a estudiar como solía hacerlo siempre que tenía oportunidad. Un rudo y joven hombre entró al establecimiento y profiriendo gritos exigió que le sirvieran una gallina rellena. El posadero corrió y puso también frente a él un alto jarro desbordante de cerveza. De pronto el hombre tomó el ave y llenó con ella su boca. A continuación mojó su bocado con un enorme trago de cerveza, dejando el tarro casi vacío. El Jafetz Jaim nunca había visto a un judío comer de esa forma. Ni hablar de que no dijo las bendiciones antes de comer. Giró su vista hacia el posadero y le dijo: “Cuénteme algo acerca de este hombre. Me gustaría hablar con él”. El posadero le rogó: “Por favor, no se acerque a ese hombre. Es sumamente violento. Jamás ha estudiado un solo día en su vida. Los cantonistas lo capturaron cuando tenía once años y sirvió en el ejército ruso durante quince. Casi no observa ninguna mitzvá. ¡Es sorprendente que aún coma kasher!”. Luego sonrió y agregó: “Pero estoy seguro de que puedo contar con él para una cena de tres platos cada jueves por la noche”. El Jafetz Jaim no estaba ni atónito ni divertido. Simplemente caminó hacia el exsoldado y le dio la mano cálidamente. Después de un cordial saludo, el Jafetz Jaim se presentó y le dijo: “Escuché que realmente sobrevivió a ese cruel ejército ruso del Zar Nikolai y nunca pudo crecer en medio de su pueblo. Estoy seguro de que muchas veces los terribles oficiales trataron de convertirlo, o por lo menos, de hacerle comer alimentos no kasher. Sin embargo, usted se mantuvo firme como judío”. Las lágrimas afloraban a los ojos del Jafetz Jaim mientras continuaba hablando. “Yo sólo deseo que me sea asegurado un lugar en el Mundo Venidero tal como el que usted seguramente tiene. ¡Qué valor! ¡Qué fortaleza! Usted ha enfrentado más pruebas que muchos de nuestros justos del pasado.”

 

El soldado levantó la vista de su plato mientras las lágrimas llenaban sus ojos. Se inclinó y besó la mano del viejo sabio. Luego el Jafetz Jaim continuó: “Yo estoy seguro de que si se consigue un maestro y continúa su vida como un verdadero judío, observante de la Torá, no habrá nadie en este mundo tan afortunado como usted”.

 

De acuerdo con el biógrafo del Jafetz Jaim, Rabí M. M. Yasher, el soldado, se convirtió en alumno del sabio y eventualmente se transformó en un reconocido justo judío. Ama a quien te reprende por tus errores y equivocaciones, y odia a quien te alaba, porque con sus elogios te perjudica, pues no corregirás tus errores.[8] ©Musarito semanal

 

 

“Pues un Pueblo Sagrado eres tú para Hashem. Y a ti te escogió para ser para Él por pueblo atesorado de entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra.”[9]

 

 

 

 

 

[1] Mishlé 25:12.

 

[2] Vayikrá 19:1.

 

[3] Debarim 14:1.

 

[4] Rab Jaim Shmuelevitz.

 

[5] Debarim 1:11.

 

[6] Rab Nissim Yaguen, z"l.

 

[7] Tamid 28a.

 

[8] Abot d’Rabí Natán 29.

 

[9] Debarim 14:2.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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