Cuidar el Honor de los Demás

 

 

“Vio la mujer que era agradable… Tomó de su fruto y comió. Dio también a su esposo, con ella, y éste comió…” (3:6).

 

 

Hay varias opiniones respecto a cuál era el fruto.

 

¿Por qué no puede identificarse la clase de árbol que produjo el fruto que comieron?

 

Hashem no quiso afligir ni siquiera a un ser inerte de Su Creación, pues la gente podía haber señalado a todos los árboles de dicha especie y decir: “Este es el árbol que provocó que los seres fueran mortales”.[1]

 

Si Hashem evitó esa vergüenza a un objeto inanimado fue para mostrarnos lo mucho que debemos evitar toda clase de bochorno a nuestros semejantes.

 

En el Séder de Pésaj, uno de los invitados de Rabí Akibá Eiger derramó por accidente un poco de vino sobre el mantel de la mesa. Al notar el bochorno de su invitado, Rabí Akibá sacudió discretamente la mesa, de modo que su propia copa de vino también se volcó. “Algo debe andar mal con las patas de la mesa, ya que se mueve mucho”, explicó el Rabino.[2]

 

La importancia de no avergonzar a la gente se evidencia en la historia de Mor Ukvá y su esposa, relatada en el Talmud. Mor Ukvá fue uno de los grandes rabinos de la antigua comunidad de Babilonia. No sólo vivía preocupado por estudiar Torá, sino que dispensar caridad a los miembros necesitados de su comunidad era una prioridad en su vida. Pero su preocupación por no avergonzarlos era tal que acostumbraba colocar en secreto la suma designada en un hueco de la puerta o en cualquier otro lugar de fácil acceso. El necesitado nunca sabía quién dejaba el dinero y Mor Ukvá quería asegurarse de que el pobre agradeciera sólo a Hashem por Su cuidado.

 

Cierta vez, al anochecer, Mor Ukvá regresaba de la yeshibá acompañado de su esposa. En el camino, como era su costumbre, Mor Ukvá dejaba sin ser visto dinero en las casas de los pobres. Uno de los pobres sintió curiosidad por conocer a su benefactor y se paró, vigilante, detrás de la puerta. Al percatarse de que alguien lo observaba, Mor Ukvá salió corriendo y buscó un lugar para esconderse junto con su esposa.

 

El único lugar disponible resultó ser el inmenso horno de un panadero. Aunque el fuego estaba apagado, los ladrillos del piso se encontraban aún muy calientes y Mor Ukvá se quemaba la planta de los pies. Su esposa, que no había sido afectada por el calor, le dijo que pusiera sus pies sobre los de ella. Y así estuvieron un rato, hasta que consideraron seguro salir y retornar a su casa sin ser vistos por el hombre pobre.[3]

 

¿Por qué ella no se quemó los pies? Porque cada vez que un pobre tocaba a la puerta de su casa pidiendo ayuda, ella le daba comida lista para ser consumida; en cambio, Mor Ukvá les entregaba dinero y ellos tenían que ir a adquirir los alimentos.

 

Rabí Yanai vio a un hombre dando una moneda a un pobre en público, y le dijo: “Hubiese sido mejor que no le dieras a que le hayas dado y lo avergonzaras”.[4]

 

El Talmud nos advierte: “Es preferible que un hombre se arroje a un horno ardiente antes que humillar a otro en público”.[5]

 

Rabenu Yoná escribe que del mismo modo que una persona debe entregar su vida antes que cometer asesinato, así también deberá dejar de vivir antes que avergonzar a alguien en público, pues el dolor de la vergüenza es aún más amargo que la muerte misma. Avergonzar a alguien públicamente es algo tan grave que quien lo hace pierde su parte en el Mundo Venidero.[6]

 

Alguien que comete un crimen está consciente de su delito, sin embargo, cuando una persona avergüenza a otra no tiene noción de la enormidad de su pecado. Por tanto, ni siquiera se le ocurrirá arrepentirse….[7]

 

Cierta vez, Rabí Natán Tzví, el Saba MiSlabodka, se paró frente a la tebá y comenzó a oficiar Tefilat Minjá (la oración de la tarde). Cuando llegó al momento de decir Kadish, su voz apenas se escuchaba y sus palabras resultaban ininteligibles, lo que llamó poderosamente la atención de los presentes. Luego, cuando investigaron la situación, se dieron cuenta de que al Bet HaKenéset había llegado ese día una persona que se encontraba en periodo de duelo y le costaba mucho leer el Sidur (Libro de Plegarias) correctamente, hecho que despertó en los demás una que otra sonrisa burlona. Fue por eso que Rabí Natán Tzví leyó de la forma en que lo hizo: para aliviar a aquel hombre la carga de la humillación que habría de soportar al haber otro más que pronunciaba “igual que él”. Hasta ese punto se preocupaba Rabí Natán Tzví por el respeto hacia sus semejantes.[8]

 

Cuando Rabí Lézer descubría que un pobre caminaba detrás de él, intencionalmente dejaba caer un dinar, para dar así la impresión de que se le había caído de manera accidental. El pobre lo levantaba y se acercaba para devolvérselo. “Puede quedárselo”, le decía Rabí Lézer; “ya me había resignado a perderlo…”.

 

Cuando Rabí Yoná se enteró de que un hombre sabio perdió todo su dinero, pero le avergonzaba pedir caridad, fue a visitarlo a su casa y le dijo: “¡Tengo buenas noticias para usted! Escuché que heredó una fortuna de alguien que vive fuera del país. Mientras tanto, ¡por favor, acepte un préstamo mío! Págueme en cuanto reciba el dinero”. Cuando el hombre se recuperó y quiso pagar la deuda, Rabí Yoná le dijo: “Puede quedarse con el dinero; se lo di en calidad de donativo”.

 

En el Bet HaMikdash había una sala denominada Lishkat Jashai (“Sala de Donaciones Secretas”). Los judíos pudientes hacían sus donaciones en esta sala y los pobres recibían las dádivas en forma anónima, y podían así vivir con dignidad.

 

El Jafetz Jaim solía viajar de ciudad en ciudad vendiendo sus libros. Cierta vez, alquiló los servicios de un chofer. En el trayecto, el Jafetz Jaim pidió al hombre detener el vehículo para tomar un breve descanso. Mientras el Gaón caminaba cerca del carro, el conductor, que desconocía completamente la identidad de su pasajero, decidió jugarle una broma pensando en lo divertido que sería para sus amistades escuchar su “hazaña”. El hombre escapó y dejó al Jafetz Jaim abandonado a la mitad del camino.

 

El Gaón tuvo que continuar la travesía a pie. Cuando arribó a la ciudad, lo primero que hizo fue investigar el domicilio del chofer. Llegó al lugar y le entregó la suma acordada por el servicio. Se retiró rápidamente del lugar, tomó otro carro y se fue de la ciudad antes de que el hombre que había hecho la fechoría descubriera que su pasajero había sido el gigante de la generación y se avergonzara de su acción.[9]

 

El Jafetz Jaim nos advierte acerca de la gravedad que implica avergonzar a otra persona, y nos aconseja que evitemos la compañía de quienes no se cuidan de humillar a otros. El que se integra a esos grupos acabará haciendo lo mismo. Debemos alejarnos lo más posible de ellos; pero si no tenemos forma de escapar y nos vemos forzados a escuchar sus críticas, debemos negar mentalmente todos sus comentarios y procurar no pensar mal de las víctimas de sus ataques. Si nos vienen a la mente pensamientos negativos, entonces debemos esforzarnos para no sacar ninguna palabra de la boca y, cuando estemos a salvo, pensar de manera favorable sobre esas personas.

 

A los Cohanim les fue otorgada la mitzvá de recoger las cenizas de las ofrendas diarias consumidas. También se les encargó mantener el fuego del Altar encendido permanentemente. Aharón, el Cohén Gadol, recibió instrucciones de llevar todos los días una ofrenda de comida en la mañana y otra al anochecer. También fueron promulgadas las leyes que especificaban los deberes de los Cohanim y las porciones de las ofrendas que debían recibir. Podían comer de las ofrendas de comida, de pecado y de infracción si estaban ritualmente puros, y sólo dentro del atrio del Santuario.

 

El Talmud dice que la Ofrenda por Pecado se sacrificaba siempre en el mismo lugar del Santuario donde se sacrificaban las Ofrendas Voluntarias, porque si se hubiera asignado un lugar especial para la Ofrenda por Pecado, cualquiera que trajera una podría ser fácilmente identificado. A fin de hacer del penitente una persona menos sobresaliente y proteger su identidad, la Torá ordenó que la Ofrenda por Pecado no se hiciera en un lugar por separado.[10]©Musarito semanal

 

“Rabí Eliézer dijo: ‘Que el honor de tu semejante sea tan estimable para ti como el tuyo’”.[11]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Midrash Tanjumá, citado por Rashí en el versículo 7.

 

[2] Ama a tu prójimo, pág. 14, Rab Zelig Pliskin.

 

[3] Ketubot 67b.

 

[4] Jaguigá 5a.

 

[5] Berajot 43b.

 

[6] Babá Metzía 59a.

 

[7] Shaaré Teshubá 3:139-141.

 

[8] Séfer Tikún HaMidot, recopilado de Hamaor, tomo 1, pág, 126; Rab David Zaed.

 

[9] Ama a tu prójimo, pág. 500, Rab Zelig Pliskin.

 

[10] Talmud Yerushalmí, Yebamot 8:3.

 

[11] Pirké Abot 2:10.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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