Hashem es benévolo y recto.

 

Por eso orienta a quienes equivocan el camino[1]

 

 

“¡Canten, oh naciones, a Su Pueblo! Pues Él vengará la sangre de Sus siervos, hará volver la sangre sobre Sus adversarios…” (32:43).

 

 

Moshé continúa dando ánimos a su pueblo. Les dice que en un futuro las naciones alabarán a Israel diciendo: “¡Vean qué excelentes son los miembros de esta nación, que se apegaron a Hashem en todas las tribulaciones que sufrieron y no lo abandonaron!”. Aun en las circunstancias en que todo indicaba que habían perdido la Supervisión Divina, ellos nunca perdieron la fe, pues conocían Su bondad y Su excelencia. Pregunta Rashí: “¿Acaso las naciones del mundo alabarán a Israel por el mal que hicieron?”. Los Jajamim explican que alabarán a Israel a pesar de las persecuciones y sufrimientos. Por otro lado, Israel alaba al Todopoderoso porque ellos sabían que Él aplicaría Su bondad y les haría justicia.[2]

 

De 1933 a 1945 fueron años muy difíciles para el Pueblo Judío. Seis millones de sacrificios fueron ofrecidos a Hashem como expiación por los pecados de Su pueblo. Todas las profecías de mal y destrucción sobre las cuales la Torá advirtió, se cumplieron en esa generación. Pero de las ruinas de los campos de concentración salen historias de fe y heroísmo que resplandecen como una luz en medio de la desolación y la pérdida.

 

Uno de los residentes del espantoso campo de concentración de Buchenwald era un Rab de Polonia. Como todas las personas que iban al campo de concentración, el anciano Rab fue sacado a la fuerza de su casa dejando abandonada la mayor parte de sus posesiones. Tenía sólo un cofre que logró esconder y lo llevó al campo; lo protegía como su vida, porque contenía un pequeño Séfer Torá y un shofar. Cada Shabat, antes de que los prisioneros partieran a su agotador turno de trabajo, el Rab solía sacar su “tesoro” y leer la Perashá de la semana. Esto les daba coraje y fe para mantenerse vivos.

 

Poco antes de Rosh HaShaná, el Rab reunió a sus compañeros y les sugirió que hicieran un minián en Rosh HaShaná, así Hashem escucharía sus sinceras plegarias y aliviaría sus preocupaciones. “¿Acaso piensa tocar el shofar? ¡Es muy arriesgado!”, exclamó uno de los prisioneros. El Rab le respondió: “No sé qué pasará. Es una orden de Hashem y debemos cumplirla”. El hombre le contestó: “Usted sabe del gran riesgo que corremos. Ellos necesitan sólo una pequeña excusa para matarnos. ¿Por qué poner en peligro nuestras vidas innecesariamente por el shofar?”. El Rab le dijo: “Hace tiempo que dejamos de ser dueños de nuestros cuerpos. No importa lo que hagamos, estos asesinos pueden hacer con nosotros lo que deseen. Sólo nuestro espíritu permanece con nosotros. ¡Esto no vamos a entregárselos!”.

 

En la mañana de Rosh HaShaná, el pequeño grupo de judíos se levantó muy temprano. Nunca habían rezado tan fervientemente. Cuando llegó el momento de tocar el shofar, contuvieron la respiración mientras el Rab lo ponía junto a sus labios y tocaba el fuerte sonido de tekiá, seguido por shebarim y teruá. De repente, la puerta de la barraca fue abierta de un golpe y un batallón de milicianos nazis apareció con rifles. “¡Ahora los he atrapado, traidores!”, vociferó el comandante. “Los hemos descubierto con las manos en la masa. Están enviando señales al enemigo para que nos bombardee. Ahora entiendo por qué hemos sido atacados las últimas noches.” Uno de los reclusos quiso explicar: “Esto no es una señal. Es el sonido del shofar y es parte de nuestras plegarias de las festividades”. “¡Silencio!”, gritó el comandante. “Díganme quién pasó de contrabando ese cuerno y quién fue el judío que lo tocó. El resto de ustedes pueden salir libres.” Nadie respondió. “¡Respóndanme!”, exigió el comandante; “o de lo contrario, elegiré veinte hombres entre ustedes y los mataré de un tiró inmediatamente.” Todos permanecieron en silencio. “¿No quieren hablar? No importa, entonces yo lo decidiré.” Ordenó poner en fila a veinte hombres afuera para matarlos de un tiro.

 

Entonces, justo cuando el Rab estaba por dar un paso adelante, sonó la sirena de un ataque aéreo. “¡Un allanamiento!” Todos comenzaron a correr, mientras un avión se lanzaba sobre ellos y dejaba caer una bomba. Los alemanes huyeron en busca de refugio, como conejos asustados, pero muchos no lograron escapar al ataque y quedaron tendidos sin vida en el campo.

 

En la confusión, los prisioneros judíos lograron escapar al bosque. Más tarde, cuando los reclusos se reunieron alrededor del Rab para debatir sobre este milagro, él les dijo: “Los alemanes tenían razón cuando dijeron que el shofar era una señal. No para los aliados, sino para nuestro Padre en el Cielo. Nosotros le avisamos que Él debe ver nuestra desgracia y castigar a nuestros opresores. ¡Hashem Itbaraj escuchó nuestra señal!”.

 

Rabí Abahu dijo: “El motivo por el cual tocamos el shofar en Rosh HaShaná es que Hashem dijo: Toquen un shofar para Mí a fin de que Yo los recuerde por el sacrificio de Itzjak, el hijo de Abraham, y lo consideraré como si ustedes se hubieran ofrecido a sí mismos a Mí”.[3] Durante el año que transcurre, caemos atrapados en las garras del pecado y sus consecuencias nos van alejando del buen camino. No obstante, en Rosh HaShaná, cuando escuchamos el sonido del shofar, nos arrepentimos y logramos el perdón. La voz del shofar es la que nos ayuda a escapar de las garras del instinto maligno. De la misma forma seremos redimidos del exilio que será anunciado conr el sonido del shofar que Hashem hará sonar.[4] ©Musarito semanal

 

“Hazme volver a Ti, oh Dios, y retornaremos. Renueva nuestros días como antaño.”[5]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Tehilim 25:8.

 

[2] Beer BaSadé.

 

[3] Rosh Hashaná 16a.

 

[4] Zejariá 9:14.

 

[5] Ejá 4:21.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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