Keriat Shemá

 

 

“Escucha, oh Israel… Amarás al Eterno... Estas palabras estarán en tu corazón...” (6:4-6).

 

 

Estos versículos representan la base de nuestra fe, el fundamento y el pilar de nuestra religión. El Keriat Shemá es de las primeras cosas que escuchamos en nuestra vida y también es la última… Lo llevamos en nuestro tefilín, lo colocamos en las mezuzot de nuestras casas y negocios; lo invocamos en momentos de peligro, desesperación, tristezas, alegrías y festividades. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, estas sagradas palabras nos acompañan en todo nuestro andar por la vida. Cuando un niño comienza a hablar, escucha cómo su madre antes de dormir le repite al oído todas las noches: “Shemá Israel, Hashem Elokenu, Hashem Ejad... Vehahabtá et Hashem Elokejá bejol lebabejá ubjol nafshejá ubjol meodeja”. Esa madre transmite a su hijo el principal objetivo que debe tener en su vida: entender que Hashem es único, temerle y, sobre todo, amarlo; y pensar en cuáles son los caminos para cumplir mejor con Su voluntad, santificar Su Nombre y unirnos cada vez más a Él.

 

Un alumno de Rabí Yehudá Asad tuvo que viajar en una ocasión por un bosque profundo. Mientras caminaba por el tenebroso camino fue abordado por un fiero bandido, quien lo despojó de todas sus pertenencias y luego lo amenazó con matarlo.

 

“Por favor”, rogó el hombre; “te he entregado todo cuanto poseo. No me mates. ¡Déjame vivir!” El bandido se rehusó y sacó su espada, listo para asesinarlo en el lugar. Cuando el hombre vio que el ladrón no cedía ante sus ruegos, hizo una petición diferente: “Al menos dame unos momentos a fin de prepararme para partir en paz de este mundo”, rogó. “Permíteme confesar mis pecados y recitar el Shemá por última ocasión. Luego mi alma estará lista para encontrarse con su Creador.”

 

El asaltante lo pensó un poco y dijo: “¡Está bien! Pero hazlo rápido. ¡No tengo tiempo que perder!”. Y retrocedió un paso, permitiéndole unos minutos para prepararse a morir. El hombre comenzó a recitar el Shemá con gran concentración y devoción. Aceptó con todo su corazón su sometimiento al poderoso reinado de Hashem. Sabiendo que ésa podía ser la última oportunidad de decir el Shemá, volcó su alma en las plegarias. Al fin, cuando terminó, abrió los ojos esperando el golpe final de la espada del ladrón.

 

¡Pero el bandido se había ido! El hombre miró incrédulo a su alrededor preguntándose con temor si el ladrón no estaría oculto tras un árbol, en espera de arrojarse sobre él. Pero el bandido había desaparecido por completo. El hombre no perdió el tiempo: corrió todo el camino, agradecido más allá de lo que pudiera imaginarse porque Hashem había salvado su vida. Cuando llegó a la casa de Rabí Yehudá, le contó la historia. El Rab escuchó pensativo y le dijo al fin: “Contéstame con sinceridad: ¿alguna vez recitaste el Shemá con la concentración y devoción que lo hiciste en ese momento?”. El hombre admitió: “No, le soy sincero”. “Debes saber”, dijo Rab Yehudá, “que el Cielo quiso mostrarte la ley respecto al recitado del Shemá. Una persona debe aceptar la subyugación al Reino de Hashem con todo su corazón, ¡Y actuar como si fuera la última oportunidad para hacerlo!”[1]

 

El Séfer HaJinuj[2] explica que el hombre, dado que está compuesto de materia, se deja llevar hacia las vanidades del mundo y sus placeres. En consecuencia, quiso Hashem que mantengamos siempre presente el recuerdo de su Reinado Celestial, a fin de preservarnos del pecado. Por eso nos ordenó que en estos dos momentos —mañana y noche— recordemos verbalmente su Unidad y su Reinado, su Supervisión y Poderío sobre todo lo existente, y que tengamos conciencia de que Él observa todas nuestras acciones y ninguna, ni siquiera en pensamiento, escapa de Él. Este reconocimiento pronunciado por la mañana guardará su efecto durante todo el día, así como pronunciarlo en la noche lo hará por toda ese periodo. A esto se debe que la exigencia de total concentración sea vital en el cumplimiento de este precepto. Para alcanzar este objetivo, el ser humano cuenta con una gran ventaja: el cerebro no puede permanecer un instante sin pensar. ¡Bienaventurado quien llena ese espacio con pensamientos positivos que lo unen al Creador!

 

El Yalkut Shimoní pregunta: “¿Cómo puede cumplirse el versículo: Y amarás a Hashem?”. Responde con la continuación del versículo: Y pondrás estas palabras que te ordeno hoy sobre tu corazón.

 

El Maguid MiDubna nos aclara aún más el concepto diciendo que, para ocupar el cerebro y el corazón con esos pensamientos positivos, es necesario quitar previamente todos los pensamientos extraños que circulan por la mente. De la misma forma en que para liberar a un pájaro de su jaula basta con abrir la puerta, sin ser necesario sacar al ave, lo mismo sucede con el corazón de la persona. El alma pura de todo yehudí desea unirse a su Creador. Los deseos materiales, en muchos casos, lo impiden, como lo hace la puerta con el ave. Pero luego de que esas ambiciones son hechas a un lado, el camino que lleva al éxito queda abierto.

 

El Maguid Mi Dubna compara esto con aquella persona que ingresó a un negocio a comprar una ropa de seda muy fina. El vendedor profesional calculó rápidamente cuál era la medida adecuada y le extendió la prenda justa que necesitaba. El comprador intentó probársela, pero regresó ante el vendedor quejándose: “¡Ni siquiera pude meter mi brazo!”. El vendedor, sorprendido, se dio cuenta de que el cliente no se había quitado sus propias ropas y había intentado vestir la prenda sobre ellas. “Primero, debes quitarte tus ropas y luego comprobarás que te queda perfectamente”, le dice.

 

Hashem nos entregó la Torá para “vestir” nuestro cuerpo material. El ser humano intenta “vestirse” con la Torá, pero para su sorpresa no es “a su medida”. Por eso los Jajamim nos dicen: “Sobre tu corazón puro debes colocarla”, sin nada que interfiera. Las inclinaciones materiales alejan a la persona de la Torá y no le permiten reconocer a su Creador y amarlo. [3] ¡Esto es lo que representa la recitación del Keriat Shemá!©Musarito semanal

 

“Porque la persona ve con los ojos, pero el Eterno mira el corazón.”[4]

 

 

 

 

 

[1] 613 historias, tomo 7, pág. 23, M. Frankel.

 

[2] Mitzvá 419.

 

[3] Rab Rafael Freue.

 

[4] Shemuel I, 16:7.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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