Tú eres único

 

“Y con ustedes estará un varón de cada tribu”. 1:4

 

 

Con esta Perashá comienza el cuarto de los Cinco Libros de la Torá. En ella se tratan al principio los temas referentes al censo que Moshé debía efectuar en el camino hacia Éretz Israel. Todos debían presentarse para el conteo. Generalmente, cuando se realiza un censo se cuenta a todos los habitantes del país para llegar a la suma total de ciudadanos que lo componen. Hashem ordenó contar a cada judío junto a su familia, no como una cifra o un número más, sino inscribiendo el nombre de cada persona, para luego ser agregado a una lista. La persona que veía su nombre dentro de la extensa lista, sentía que también él era valioso y preciado a ojos de Hashem, y por otro lado, que ocupaba un lugar imprescindible dentro del conjunto de los hijos de Israel. De esta manera, cada persona se sentía identificada con los demás integrantes del Pueblo independientemente del puesto o la categoría espiritual que cada uno tenía.

 

Esto también quedó plasmado en el instante en el que Hashem entregó la Torá ante la presencia de seiscientos mil judíos. Todas las almas de Israel se encontraban allí, de haber faltado uno solo, aun el más simple de ellos, la Torá no hubiese sido entregada. Aun cuando hubiesen estado presentes los más grandes del Pueblo. Es fundamental que cada yehudí sea consciente del rol distinguido y singular que cada integrante tiene, esta característica es un orgullo para quien la porta, pero también implica una gran responsabilidad… ¡Debe justificar el hecho de pertenecer al Pueblo Elegido por Hashem! Y ahora, si habréis de escuchar Mi voz y cuidaréis Mi pacto, ustedes serán para Mí algo preciado de entre todos los pueblos, pues Mía es toda la tierra. Y ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y un pueblo sagrado…[1]

 

Para el censo debían estar presentes tanto los líderes del Pueblo como los leñadores, porque para Hashem cada persona tiene un gran valor, a pesar de que no todos fueron enviados con el mismo propósito… En el Cielo la posición de la persona no se mide por su lugar en la escala social, o por la cantidad de dinero que posea, ni siquiera por la cantidad de Torá estudiada en el transcurso de su vida. El individuo se valúa según su capacidad para desempeñar de la mejor manera la misión que Hashem diseñó exclusivamente para él. Si diez leñadores se juntan para formar un quórum (Minián), pueden hacerlo; nueve eruditos que quieran hacer lo mismo, no son aceptados… No se le exige al leñador que se convierta en líder del Pueblo, ni viceversa, lo que seguramente se le va a exigir es si cumplió integra y plenamente la misión al él encomendada.

 

Cierta vez se acercó el Gaón (eminente) Rabí Naftalí Amsterdam, (cuando era joven) a su maestro, el Rab Israel MiSalanter, y le dijo: ¡Rebé! Si yo tuviese la cabeza del “Shaagat Aryé”; el corazón del “Baal Yesod Veshóresh Haabodá” (estos dos, grandes Jajamim), y las cualidades de usted, entonces podría servir a Hashem íntegramente. “¡Naftalí! Tú con tu cabeza; con tu corazón y tus cualidades, llegarás a ser Rab Naftalí. Y solo de esa manera podrás servir a Hashem íntegramente.[2]

 

La persona debe saber que, en el lugar donde se encuentra, con sus posibilidades y sus inconvenientes, deberá desarrollarse para desempeñar su función en la vida. Nadie puede ni debe considerarse como alguien intrascendente o sin misión alguna. De la cercanía en la pronunciación entre las palabras Yehudí (judío) y Yejidí (único), se aprende que eres único y especial. Si cumples con tu función en forma adecuada, tendrás el mérito de disfrutar en éste y en el otro mundo tus logros. Lo fundamental es saber cuál es la misión de cada uno de nosotros. De lo contrario, a pesar que hagamos muchas cosas buenas, no será suficiente ya que estábamos preparados para mucho más.

 

 El Rab Meir Jadash, Mashgiaj de la Yeshiva “Jebron”, contó que el Rab Aharon Kotler llegó a la Yeshibá de Slabodka cuando tenía 14 años. Era huérfano y sus familiares cuando vieron lo inteligente que era quisieron sacarlo de la Yeshivá para que estudiara como odontólogo y así pudiera mantener con honor a su familia. No se oponían a que estudiara Torá, siempre que la ejerciera como una función secundaria y no que viviera de ella. Los familiares llegaron a la Yeshivá y se presentaron delante del Saba de Slabodka con ese pedido. El Rab les pidió que dejaran al joven tres semanas allí y luego tendrán permiso de llevarlo de acuerdo a su voluntad. Los familiares aceptaron el ofrecimiento. El Rab puso al joven de 14 años con uno de los alumnos más importantes de la Yeshivá, para que todo el tiempo estudiara con él. Así le daría el verdadero gusto del estudio y lo llenaría de conocimientos. En ese pequeño lapso de tres semanas, el futuro Rab Aharon Kotler, Rosh Yeshivá que formaría la Torá en los Estados Unidos, alcanzó a comprender lo que a otro joven le llevaría dos o tres años.

 

Pasaron las tres semanas y los familiares regresaron. El Saba les contestó: “Cómo les dije, pueden llevar al joven con ustedes”.  Fueron a buscarlo y cuando escuchó que querían que dejara la Yeshivá para ir a estudiar odontología, los miró con desconcierto y les dijo: “¿Qué? ¿No tienen otra cosa que hacer? ¿Dejar la Yeshivá? ¡Toda mi vida está en este lugar!”. Así fue como se formó el Rab Aharon Kotler.[3]

 

¿Qué hubiese pasado si los familiares lo hubieran convencido de seguir con la carrera? Seguramente hubiera sido un excelente profesional, pero ¿Dónde estarían sus Tefilot, los libros que estudió y escribió, las miles de personas que orientó y que acercó a la Torá?  Al llegar al Mundo de la verdad, hubiera argumentado: “Fui el mejor odontólogo”. Le responderían: “Eso está muy bien, pero ¿Dónde está la enorme Yeshivá de Lakewood, NY, que tú tenías destinado construir? ¿Dónde están los miles y miles de estudiantes que tendrían que salir de allí plenos de Torá y temor a Hashem a formar y construir a los millares de Yehudim de todo el mundo que hubieran recibido su influencia directa o indirectamente de ti…?”

 

El Judaísmo no aspira a que todos seamos idénticos sino que por el contrario, reconoce plenamente el lugar y el derecho de cada uno a manifestar su singularidad. En cada hombre o mujer palpita un alma que descendió desde las Alturas Celestales, llega al mundo asumiendo una misión que fue encomendada por el Creador, y en virtud de la cual fue dotada de cualidades especiales. No podemos conformarnos con ser uno más del montón, ¡Porque no lo somos! El valor que tenemos como individuos es muy grande, pero nuestro potencial como pueblo sólo puede ser explotado al máximo si cumplimos correctamente con nuestra función particular e individual, sin alejarnos de nuestra comunidad y nuestras raíces colectivas. Debemos extremar nuestra singularidad, nuestra fortaleza, decisión potencial y voluntad para comprender y realizar cabalmente nuestra función.©Musarito semanal

 

 

 

 

 

 

“Si el desafío parece demasiado grande, no te desalientes. Nuestra meta es el crecimiento espiritual, no la perfección espiritual. Haz todo lo que puedas, y Hashem te asistirá en lograr el resto”.[4]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Shemot 19:5

 

[2] Sifté Jajamim; Moadim

 

[3] Extraído de Alenu Leshabeaj.

 

[4] Rab Abraham Twerski

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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