La presunción es la perdición del ser humano

 

Perashat Jukat

 

 

 “Y fueron lanzados, se perdió Jeshbón…” (21:30).

 

 

La congregación que había deambulado por el sur, el este y luego el norte, pasando por las tierras de Edom y Moab, se detuvo cuando llegó al río Arnón, la frontera entre Moab al sur y Emor al norte. Ahí se enviaron emisarios a Sijón, rey de Emor, solicitando el permiso para atravesar su territorio. Se le aseguró que no habrían de invadir sus tierras ni usarían el agua de la región. Sijón no quiso permitir que los israelitas pasaran por su tierra y lanzó su ejército contra ellos.

 

Israel afrontó el embate y defendió sus posiciones, para luego arremeter, avanzar y perseguir a sus atacantes hasta su propia trinchera, y vencerlos por completo. Hasta aquí llegó el reinado de Jeshbón y todo por no haberlos dejado pasar. Explica el Targum Yehonatán que el versículo de referencia puede explicarse en forma alusiva al orgullo y el castigo de aquellos que no quieren “pensar”.[1]

 

Un hombre fue una vez a ver al gran Rab Yerajmiel de Pashisja con una gran pena: “Rebe, soy sastre. Durante estos años he ganado una buena reputación de la calidad de mi trabajo. Los nobles en el área piden mis servicios y todas las señoras visten mis modelos. Hace algunos meses, me pidieron el trabajo más importante de mi vida. El príncipe oyó hablar de mí y me pidió que le confeccionara un traje con la seda más fina de la región. Cuando le presenté el traje terminado, el príncipe comenzó a gritarme y a maldecirme: ‘¿Esto es lo mejor que puedes hacer? ¡Esto es terrible! ¿Quién te enseñó a coser?’. Me pidió que me fuera de su casa y me tiró el traje a la cara. Rebe, ¡estoy arruinado!”, gemía el sastre. “Invertí todo mi capital en la tela. Mi reputación ha sido totalmente destruida. Nadie se atreverá a ordenarme algo después de esto. ¡No entiendo qué pasó! ¡Este es el mejor trabajo que he hecho nunca!” El Rab lo miró fijamente a los ojos y le dijo: “Regresa a tu taller. Quita todas las puntadas de este traje; cóselo de nuevo exactamente como lo cosiste antes, y llévalo otra vez al príncipe”.

 

El hombre se quedó mudo ante el Rab, hasta que pudo articular palabra. “¡Pero… entonces tendré la misma prenda que tengo ahora!”, protestó el sastre. El Rab le respondió con firmeza: “Haz lo que te digo y Hashem te ayudará”. Dos semanas después, el sastre regresó. “¡Rebe, salvó mi vida! Para ser honesto, tenía muy poca fe en su extraña idea. Pero al ser mi única opción, hice como usted me dijo. Cuando presenté el resultado al príncipe, sus ojos se iluminaron. ‘¡Hermoso!’, lloró. ‘Usted está a la altura de su reputación. Este es el traje más fino que haya visto alguna vez.’ Él me pagó muy bien y prometió darme más trabajo. Pero… por favor, explíqueme, ¿cuál era la diferencia entre el primer traje y el segundo, si la tela estaba cortada y cosida exactamente de la misma manera?”. Rab Yerajmiel le contestó: “El primer traje se cosió con arrogancia y orgullo. El resultado fue una prenda espiritualmente repulsiva que, pese a ser técnicamente perfecta, estaba desprovista de toda gracia y belleza. El segundo traje se cosió con un espíritu humilde y un corazón roto, vertiendo en la prenda una belleza interior que evoca temor y admiración a quien la contemple”.

 

Rabí Elazar HaKapar dijo: “La envidia, la codicia y la presunción sacan a la persona del mundo”.[2]

 

Los deseos físicos tienen un punto de saturación en cuanto a su satisfacción, pero como el ansia de buscar honor está basada en falsedades e ilusiones jamás existirá reconocimiento suficiente para gratificar plenamente a quien lo busca. Es suficiente que a una sola persona no le otorgue el honor que él cree merecer, todas las honras que haya recibido no tendrán significado ante sus ojos, como sucedió con Hamán HaRashá.[3] Hay gente que ansía obtener riqueza solamente para aspirar a todos los honores y aprobaciones que espera recibir. Toda persona que adopte esta actitud, jamás estará satisfecha, y no tiene en cuenta la cantidad de dinero que pudiera tener. Además, esto demuestra, una falta de valoración de las verdaderas virtudes, que son realmente dignas de sincero aprecio.[4]

 

Una de las principales razones por las cuales cierta gente vive más allá de sus posibilidades económicas, es para obtener la aprobación de los demás. Ellos creen que necesitan gastar grandes sumas de dinero en cosas que les ganaran prestigio, a pesar de que no tienen la capacidad de afrontar dichos gastos. Este estilo de vivir se opone a la forma de vida que contempla la Torá.[5] El Rab Yosef Hurvitz de Novardok solía decir: “Para cumplir siquiera con el primer párrafo del Shulján Aruj una persona debe poner todo su mejor empeño en ello. Está escrito que no deberías sentirte incómodo por hacer lo que es correcto aun cuando los demás se enojen y te ridiculicen por ello.[6] ©Musarito semanal

 

 

 

“Las buenas cualidades del hombre virtuoso terminan cuando empieza a sentirse presuntuoso.” [7]

 

 

 

[1] Jumash Shem Tob.

 

[2] Pirké Abot 4:21.

 

[3] Sijot Musar, Rab Jaim Shmuelevitz.

 

[4] Jobot Halebabot 4:4

 

[5] Jafetz Jaim.

 

[6] Jayé Musar, Vol. 2, Pág. 201

 

[7] Hameir LeDavid, Rab David Zaed.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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