La disciplina y el recato (Tzeniut)

 

Perashat Balak

 

 

“¡Qué hermosas son tus carpas, Yaacob; tus residencias, Israel!” (24:5).

 

 

Bilam observó el orden, la disciplina y el recato que había en el campamento de Israel, reflejado en el simple hecho de que ninguna puerta daba a la de los vecinos. Aprendemos de esta alabanza que el recato es una de las bases del Judaísmo.[1]

 

Hace aproximadamente ciento veinte años vivía en Austria el Admur de Kofshinitz. Una vez recibió a un yehudí habitante de la ciudad, quien entró desesperado a hablar con el Rab para que lo ayudara a resolver un problema. El hombre se desahogó con el Rab: “Tengo una hija muy tzenuá (recatada) y temerosa de Hashem, pero tristemente en estos últimos tiempos recibió una mala influencia de una amiga que comenzó a frecuentar. Resulta que HaKadosh Baruj Hu agració a mi hija con una dulce voz y sabe cantar extraordinariamente. Aquella amiga le aconsejó ser cantante de ópera y le ofrecieron muchos beneficios, además de un gran sueldo”, contó el padre denotando una gran preocupación en su rostro.

 

El Admur, después de escuchar a este hombre, citó a la joven y vio que realmente era muy recatada y temerosa de Hashem. Cuando estuvo delante del Rab, le dijo: “Hija mía, ¿cómo puedes hacer algo así? ¡Tú, que te valoras de ser tan recatada! ¡Este no es el camino de una Bat Israel!”. Ella planteó ante el Rab todos los beneficios que obtendría al ser una cantante reconocida mundialmente, siendo éste el gran sueño de su vida. Entonces el Admur, tratando de convencerla, habló con dulzura: “Yo te voy a ofrecer el sueño de toda madre judía, pero para que se cumpla, tendrás que ceder el tuyo. Te aseguro que si renuncias a tu decisión, tendrás un hijo que va a ser el Gadol de la próxima generación y va a iluminar los ojos de todo Am Israel”. Con lágrimas en los ojos, ella escuchó el consejo del Rab y cumplió sus palabras. Y ese hijo tan anhelado por toda madre es el Gaón, el Rab Shemuel Haleví Vozner, una gran luminaria de nuestros días.[2]

 

El tzeniut (recato) es la única belleza en verdad. El resto es vano, fantasía y falso. Cuando el interior es bello, cuando en él se destaca el tzeniut, sale a relucir también lo que se tiene en el exterior. Eshtejá keguefen poriá beyarketé beteja[3] (“Tu mujer será como una parra fructífera en los rincones de tu casa”). Es decir, cuando la mujer está en su casa y se comporta con tzeniut, tiene el zejut (mérito) de tener hijos estudiosos de la Torá que llenan de alegría y felicidad su hogar. El hecho de que la mujer permanezca en su casa demuestra el amor que tiene por la misma. En ese lugar es donde ella debe desbordar su cariño y calidez, y crear allí un ambiente agradable. Esto no significa que la mujer tenga que apartarse de la sociedad. ¡Claro que puede salir a cumplir con sus obligaciones afuera de casa! Los Jajamim aconsejan que no busque la felicidad afuera, porque seguro no la encontrará. Toda esa felicidad que “vende” el instinto del mal es engañosa y efímera. Es solamente una felicidad pasajera que, en cuanto pasa su efecto, produce un vacío interior que obliga a buscar más de esa falsa felicidad. En el momento que el mal instinto ve a la persona ocupándose demasiado en arreglar su cabello o poniéndose ropas demasiado extravagantes, exclama: “¡Esta persona ya es mía!”.[4]

 

Así como los Cohanim vestían prendas especiales “por dignidad y belleza”,[5] las mujeres del Pueblo Judío usan prendas para realzar su apariencia como corresponde a un siervo de Hashem, el Rey de reyes.[6] Una Bat Israel reconoce su valor y por él se destaca. Por tal motivo, viste con recato y discreción. El valor de la mujer judía es muy grande. Que el tzeniut sea nuestra honra por siempre.

 

Se cuenta sobre una mujer que vivió en la época del Bet HaMikdash, llamada Kimjit, quien tuvo un mérito muy grande: sus siete hijos fueron Cohanim Guedolim.[7]

 

Es sabido que el Cohén Gadol debía llegar a una categoría muy alta de santidad para entrar al lugar más sagrado del Bet HaMikdash: el Kodesh HaKodashim. Al entrar le ataban una soga al pie para jalarlo en caso de que muriese a causa de un pensamiento ajeno al Servicio Divino. Kimjit no tuvo solamente un hijo que llegó a la categoría alta de ser Cohén Gadol, sino que sus siete hijos lo lograron. Cuando le preguntaron cuál fue su mérito para llegar a esto, respondió: “Nunca vieron las paredes de mi casa el cabello de mi cabeza”. Se cuidaba al máximo en su tzeniut, también donde parecía imposible. No sólo cubría su cabeza; no sólo sus hijos no conocieron su cabello, sino que tampoco las paredes de su casa lo vieron.

 

No solamente en esa época hubo mujeres tan piadosas; también en nuestros tiempos las hay y las habrá en todas las generaciones.

 

Se trata de la madre del Jazón Ish, quien tuvo el zejut de tener a todos sus yernos Talmidé Jajamim, destacados y reconocidos en todo el mundo por su grandeza y sabiduría, entre ellos el Steipeler y el padre de Rab Jaim Greineman, y el padre de Rab Nissim Karelitz, entre otros.

 

Su hijo más célebre, el Jazón Ish, fue casi un ángel en persona; a él se acercaban por consultas de todo tipo y su palabra y decisión eran la única verdad. Cuando le preguntaron cuál fue el mérito que la llevó a tener tanto éxito, respondió: “Utilicé el mismo método que usó Kimjit: las paredes de mi casa no conocieron mi cabello”. ©Musarito semanal

 

 

“Lo que Hashem espera de ti es que hagas cosas justas, que ames la bondad y que actúes con discreción y recato ante Él.”[8]

 

 

 

 

 

[1] Rashí.

 

[2] Bat Mélej, pág. 168.

 

[3] Tehilim 148:3.

 

[4] Bereshit Rabá 22:6.

 

[5] Shemot 28:2.

 

[6] Perlas del Mishlé, Rab Moshé Goldelberg.

 

[7] Yomá 47a.

 

[8] Mijá 5:8

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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