La fuerza de Am Israel está en su boca

 

Perashat Balak

 

 

 “He aquí un pueblo que se levanta como un león fuerte…" (23:24).

 

 

Cuando Moab vio que Am Israel estaba acampando afuera de su territorio, temieron mucho; habían vencido a sus aliados y protectores, Sijón y Og. Ellos sabían que Hashem había prohibido a Moshé guerrear contra ellos; guardaban un acérrimo odio contra el Pueblo Judío y buscaban dañarlos de algún modo. Entonces Moab designó un nuevo rey, un antiguo héroe de guerra y poderoso mago.

 

Una vez en el poder, Balak decidió que antes de actuar debía descubrir por qué siempre salía victorioso el Pueblo Judío. Envió mensajeros a Midián. Ellos conocían a Moshé; había estado allí varios años antes, cuando escapó del Faraón. Ellos le respondieron: “¿Quieres saber de dónde proviene su poder? Cuando ellos claman a Hashem, Él cumple con todo lo que ellos le solicitan. Si quieres vencerlos contrata a Bilam, cuyo poder de habla se compara al de su líder, Moshé”. Balak tomó el consejo y ofreció una gran recompensa a su colega, que aceptó gustoso, ya que el también odiaba a Israel. Bilam había aconsejado al Faraón que se bañara con la sangre de niños judíos. También le aconsejó que arrojaran a los varones recién nacidos al Nilo.

 

En el camino, Hashem le advirtió: No maldigas a este pueblo. Bilam respondió: Entonces, los bendeciré. Hashem dijo: Ellos no necesitan de tu bendición, pues son benditos. Tal como dice el refrán: A la abeja le decimos: ni tu miel ni tu aguijón.[1] ¿Cuál es el animal no kasher que produce comida kasher? La abeja. A pesar de ser un animal que no se considera kasher, la miel que produce sí lo es. Y la razón es que la miel no proviene en realidad del cuerpo de la abeja, sino que la fabrica a partir del polen que recolecta. Sin embargo, el aguijón venenoso de la abeja sí proviene de su propio cuerpo.[2] Bilam era como la abeja. Toda su “miel”, sus dulces bendiciones y las profecías respecto al Pueblo Judío, no provenían de él. De ningún modo formaban parte de su naturaleza, sino que habían sido extraídas de una fuente externa. Pero las maldiciones llenas de veneno sí provenían de su esencia ponzoñosa. No hay cosa en el mundo que defina mejor al individuo que su habla. La boca dice de la persona quién es.[3]

 

Bilam intentó maldecir al pueblo una y otra vez. Hashem cambiaba sus palabras y las convertía en bendiciones. En una dijo así: He aquí un pueblo que se levanta como león fuerte. Rashí explica que la bendición es la siguiente: desde el momento en que el judío se levanta por la mañana de su sueño, se fortalece como un león fuerte, se esfuerza por cumplir mitzvot: vestir tzitzit, recitar el Shemá Israel y colocarse tefilín. Cuando un yehudí se levanta con rapidez para servir al Creador, rezando con fervor y todo el corazón, demuestra su dependencia en Hashem; su vida, salud, el pan diario y bienestar en general, provienen solamente de Él.

 

El buen final de una cosa se encuentra desde su comienzo.[4] Dijo Rabí Akibá: “Las cosas terminan bien cuando también así comienzan”. Si nos levantamos con entusiasmo y alegría para servir a Hashem, de eso depende el éxito de todo el día, tanto en el marco espiritual como en el material.

 

En Éretz Israel vive una familia muy especial. Sus hijos no sólo son excelentes estudiantes; se destacan por su concentración y entrega en la tefilá e irat shamaim. Quienes los conocen son testigos del trato respetuoso y humilde que tienen con todas las personas. Tanto se destaca esta familia por sus cualidades que llegó a oídos de unos Jajamim que vivían en Bené Berak. Uno de ellos, interesado en saber más detalles, se puso en contacto con el Rab de la comunidad, a quien le preguntó hasta qué punto eran ciertos los comentarios que había escuchado. Si quería conocer cuáles eran los méritos de esta familia, le aconsejaba viajar hasta allí, para comprobarlo con sus propios ojos. Tenía que asistir al Bet HaKenéset a las cuatro de la mañana. El Rab se ofreció a acompañarlo. Intrigado, el rabino decidió hacer el viaje que develaría el misterio…

 

Se encontró con el Rab faltando cinco minutos para las cuatro de la mañana. Lo siguió por las escaleras hasta llegar al piso superior, y se acomodaron en el palco de damas, desde donde se podía observar todo lo que pasaba en el sector de los caballeros. Exactamente a las cuatro de la mañana, se abrió la puerta y entró el padre de la familia al lugar. Era un abrej que, sin imaginarse que lo estaban observando, abrió la puerta del cuarto de limpieza, sacó la escoba y el trapeador, llenó la cubeta con agua, le agregó los productos de limpieza… y se dispuso a comenzar con su diaria tarea de limpiar los pisos. Limpiaba a conciencia, sin descuidar ningún rincón… ninguna pelusa era pasada por alto… ninguna telaraña se le resistía… Comenzó con el pasillo y siguió con el Bet HaKenéset. “Esta visión nos iluminó los ojos. No podíamos creer lo que veíamos…”, contó luego uno de los rabinos. Más aún luego que el Rab le explicara que esto mismo hacía todas las noches. Esta persona asistía al primer minián, pero venía unas horas antes para limpiar, y lo hacía minuciosamente en cada lugar y cada rincón, y quienes llegaban por la mañana a la tefilá encontraban todo impecable, sin saber quién había hecho semejante trabajo.

 

“¡Cuántas veces entramos al Bet HaKenéset y lo encontramos no tan limpio, y no le damos importancia, ni siquiera nos fijamos…! Por eso una persona que muestra interés por limpiar la Casa de Hashem como si fuera la propia, Hashem considera que es su casa y la de sus hijos”, reflexionó otro de los asistentes a la reunión.

 

Pero esto no fue todo… Apenas terminó de limpiar los pisos, el abrej siguió con las bibliotecas, los estantes, hasta llegar a los Sidurim… A estas alturas ya caían lágrimas de sus ojos. Después de recitar unas cuantas estrofas de Tehilim, comenzó a hacer una conmovedora tefilá a Hashem con sus palabras. “Por favor, ¡Papá de los Cielos! Por favor, Papá, ayuda a Jaimke, que sane pronto del resfrío, que siempre conserve el interés por el estudio de la Torá, que no tenga ningún impedimento, que se siente y estudie con alegría… Da fuerza a Moishi, que crezca sano y con fuerza, que el estudio de la Torá le sea fácil y dulce. Ayuda a Shloimi a dominar su temperamento. Tú sabes cómo él se esfuerza… Y Yehudá… ¡Ahh! Yehudá, que siempre conserve su alegría, con la que nos contagia a todos”. Y así siguió nombrando a cada hijo y cada hija, pidiendo por cada uno a HaKadosh Baruj Hu con la tefilá que salía de su corazón. Durante cuarenta minutos pidió a Hashem que diera a sus hijos alegría para estudiar Torá. Los rabinos que escuchaban los ruegos de este padre no podían contener la emoción, y no les quedó ninguna duda de cuál era el mérito de esta familia.

 

Cuán importante es que cada yehudí dedique cada día unos cuantos minutos para hablar con HaKadosh Baruj Hu. No hacer tefilá, sino hablar con Él, como si estuviéramos hablando con un amigo… Nosotros no tenemos idea, no nos podemos imaginar cuánto HaKadosh Baruj Hu está esperando una palabra nuestra. Tenemos que aprender a hablar con Hashem: “Papá, te necesito”, sin vergüenza, porque Él es nuestro papá… El Padre Piadoso.[5] ©Musarito semanal

 

 

“La esencia de la Tefilá es la alegría del corazón en el amor al Creador.”

 

 

 

 

 

[[1] Rashí.

 

[2] Yoré Deá.

 

[3] Hameir LeDavid, Rab David Zaed.

 

[4] Kohélet 7:8.

 

[5] Recopilado de Maor HaShabat, Eliahu Saiegh.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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